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Bajo las cenizas de Pompeya

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  • Diana Fuego, D Jonez / Unsplash
  • 2023-04-28 00:00:00

Esta próspera ciudad, epicentro de la cultura vitivinícola en el Imperio Romano antes de sucumbir a la lava, lleva tatuada en sus ruinas la importancia del vino, su predilección por Baco... y hasta un trago tocado por Dios.


Antes de que la lava arrasase la ciudad de Pompeya y la convirtiese en un lúgubre pero fascinante museo de ceniza, las vides trepaban como enredaderas por las fértiles y telúricas laderas del volcán Vesubio: "Las crestas que Baco amaba más que las colinas de Nys", según escribió el poeta Marcial.
Próspera y estratégica, se situaba junto a la bahía de Nápoles, en la región de Campania –al sur de Italia–, bautizada por los griegos como Oinotria: "tierra de vides". Esta rica civilización introdujo en la zona el cultivo de la vid y la producción de vino, y en la época romana se alzó como el epicentro de la cultura del vino, abasteciendo a Roma y sus provincias de la bebida más adorada del Imperio. En la antigua Roma, el vino era alimento y medicina, e incluso le atribuyeron misteriosos poderes asociados a Baco.
Aunque la diosa Venus era la protectora de Pompeya, el culto al ambivalente dios del vino y la fertilidad estaba profundamente extendido entre los habitantes de la calcinada ciudad, entre cuyas ruinas se han hallado innumerables restos arqueológicos y pinturas que así lo atestiguan. Uno de los frescos más famosos y sugestivos es el que se encontró en la denominada Villa de los Misterios, donde se recogen una serie de ritos iniciáticos consagrados a Baco. También es muy conocido el fresco de la Casa del Centenario, como destaca Joanne Berry en Pompeya: "Representa las laderas del Vesubio cubiertas de viñedos. La figura de Baco se alza junto al monte, y quizá sirva como evidencia de que algunos pompeyanos creían que la riqueza de sus tierras podía estar causada por el Vesubio". Este encarnó y llevó al extremo la ambivalencia báquica a la perfección, siendo tanto volcánico alimento de viñas y fuente de vida como y el feroz responsable de la destrucción de Pompeya.
En su libro, Berry también habla del curioso Vaso Azul, encontrado en una tumba en el exterior de la Puerta de Herculano: "Ambos lados del vaso se encuentran decorados con cupidos, ocupados de la cosecha de la viña en un lado y tocando música en el otro. El vino se derrama desde una máscara dionisiaca, extendiéndose por toda la superficie del vaso". Restos de viñedos, ánforas –algunas de ellas, con la marca de los artesanos de Pompeya, se han encontrado en lugares tan remotos como el norte de África–, escenas de vendimia o de venta de vino –como muestra el mural del vestíbulo de La Casa de los Vettii, una de las residencias más lujosas de Pompeya–, guiños a Baco... el mundo del vino acompañó a Pompeya en esta vida y en la otra, congelado en el tiempo cual trago inmortal junto al resto de la desventurada ciudad –cuyo destino parecía presagiar un popular mosaico con un esqueleto cargado de vino que recordaba la fugacidad de la vida y la incitación a su disfrute–.
El arte no fue sino un reflejo de la importancia que tuvo el vino para los habitantes de Pompeya. Muchas granjas y villas pompeyanas se dedicaron a la producción de vino –entre ellas la Villa de los Misterios– y contaron con todo lo necesario para su cometido: patios para descargar la uva, lagares con prensas... Ian Andrews señala en Pompeya que en sus cientos de posadas y tabernas también se consumían grandes cantidades de vino. Algunos de estos thermopolia que servían comida caliente y bebida se pueden visitar hoy en día (con esa extraña sensación que provocan los lugares donde la vida se paró de golpe, eternamente en suspenso, como a punto de reiniciarse), como los de Vetutius Placidus y Asellina.
Al igual que en cada rincón del Imperio Romano, en Pompeya el vino estaba al alcance de todos sus habitantes, aunque por supuesto había muchas diferencias entre unos y otros. Mientras que la población más humilde tenía que conformarse con vinos mezclados con agua y otras sustancias que mejorasen su sabor, las clases altas tomaban ricos vinos aderezados con miel –muslum– y algunos tan exquisitos como el dulce Falerno –que se elaboraba en Campania– o el Lacryma Christi, forjado en las laderas del Vesubio y considerado el mejor de sus tiempos (su evocador nombre hace referencia a las lágrimas que derramó Cristo cuando Lucifer fue expulsado del cielo, que según la leyenda podrían haber caído sobre las bendecidas y a la vez malditas viñas del Vesubio).  
Cuando la lava destruyó Pompeya aquel fatídico octubre del año 79 d.C., sepultó aquellos vinos volcánicos de leyenda. El precio del vino se disparó dramáticamente en todo el Imperio, convirtiéndolo en un bien de lujo y desatando la locura entre los romanos, que se lanzaron a plantar viñas sin control hasta que un edicto prohibió estas plantaciones y ordenó arrancar algunas de ellas.
Casi dos mil años después, se replantaron algunos de los viñedos que crecían dentro de las murallas de Pompeya con variedades como la Piedirosso o la Sciascinoso, e incluso se elaboró un vino siguiendo las técnicas de elaboración del pasado: Villa dei Misteri.


¿El vino más antiguo?
El arqueólogo Llorenç Alapont y su equipo de investigadores de la Universidad de Valencia hallaron un líquido rojizo en la tumba del magistrado augustal Marcus Venerius Secundio que podría ser el vino más antiguo del mundo.

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