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Fraudes vinícolas de película

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  • Diana Fuego, Foto: John Murzaku / Unsplash
  • 2023-12-05 00:00:00

Desde la Antigua Roma hasta nuestros días, el mundo del vino se ha enfrentado a todo tipo de estafas: falsificaciones del falerno de los dioses, vinos míticos hechos de uvas furtivas y hasta timos 'presidenciales'.


Ciertas villanías nos atraen desde siempre, sobre todo las protagonizadas por canallas entrañables que no creen en las normas y despiertan un pellizco de simpatía irracional. Como los embaucadores de la saga Ocean's Eleven o los irredentos perdedores que deambulan en La gran estafa americana.  
Eso sí, cuando operan en el mundo del vino, asediado por todo tipo de fraudes, ya no nos caen tan simpáticos... aunque algunos de ellos son dignos antihéroes de un taquillazo hollywoodiense.
Falsificaciones del mítico falerno, sospechosos vinos de Jerez que coqueteaban con los genuinos durante la época colonial, algún que otro Brunello di Montalcino –o miles– elaborado(s) con uvas prohibidas, Beaujolais furtivos de más de 100 millones de euros, vinos españoles etiquetados como si fueran de Burdeos, una misteriosa mágnum de Château Petrus de 1921 –en teoría esa añada no se embotelló en ese formato– que sedujo a Robert Parker, rarezas francesas míticas elaboradas en una cocina de California y hasta retorcidas trampas con presidentes de Estados Unidos implicados. Estas son solo algunas de las tramas más sonadas de la historia criminal del vino, y era inevitable que saltaran a los libros y la gran pantalla.
De hecho, la que ya os esbozamos en el número 278 de MiVino, marcada por las misteriosas iniciales de Thomas Jefferson, se convirtió en novela. En The Billionaire's Vinegar: The Mystery of the World's Most Expensive Bottle of Wine, el periodista y escritor Benjamin Wallace cuenta la historia del Château Lafite de 1787 que pudo formar parte de la legendaria colección del tercer presidente de los Estados Unidos y que se vendió por una fortuna en Christie's en diciembre de 1985 –Christopher Forbes pagó alrededor de 144.000 euros por ella–, "y de los excéntricos cuyas vidas se cruzaron con él".
Calificada como "la estafa más elaborada desde los diarios de Hitler", fue destapada por el magnate estadounidense y coleccionista de arte Bill Koch, quien pagó medio millón de dólares por cuatro botellas de aquel mismo lote, señaladas con las iniciales Th.J. y supuestamente encontradas en un sótano tapiado de París preservadas por un hermético muro durante 200 años –incluso se rumoreó que habían podido hallarse en un búnker nazi secreto–.
En cualquier caso, fue el extravagante coleccionista de vinos alemán Hardy Rodenstock (conocido por su curioso pasado como productor de música pop en los setenta) quien descubrió el increíble hallazgo –el primero de muchos, entre ellos "el alijo perdido del zar"– y quien había proporcionado a Christie's las botellas.
Al enterarse a través de la Fundación Thomas Jefferson de que nunca pertenecieron al padre fundador y de que la inscripción Th.J. había sido realizada con una tecnología actual y no en el siglo XVIII, Koch inició una cruzada para desenmascarar al sofisticado falsificador con la colaboración de un agente del FBI retirado. Aunque Rodenstock fue demandado formalmente, la rocambolesca aventura legal terminó con una sentencia de rebeldía. Él siempre mantuvo que las botellas eran auténticas… y jamás reveló quién se las había vendido (se llevó el secreto a la tumba).  
Como una suerte de justiciero del coleccionismo del vino, Bill Koch cogió el gusto a desenmascarar estafadores, y también jugó un papel fundamental en otro de los fraudes más rocambolescos de la historia vinícola. Su embaucador protagonista es el millonario indonesio de origen chino Rudy Kurniawan, dueño de una de las mejores bodegas del mundo, coronada por etiquetas extremadamente raras y antiguas. O al menos eso es lo que hizo creer a los ingenuos millonarios que cayeron en su ingeniosa trampa. En realidad, elaboraba aquellas supuestas joyas únicas en su cocina de Arcadia (California) mezclando vinos de Borgoña viejos de pequeñas bodegas con jóvenes Pinot Noir californianos. Su extraordinaria habilidad para dar con vinos casi imposibles de conseguir –especialmente valiosas rarezas de Burdeos y Borgoña–, los más deseados por los coleccionistas, le valió el sobrenombre de Dr. Conti –su radar para encontrar añadas inéditas del mítico Domaine Romanée-Conti fascinaba a la alta sociedad estadounidense–. Y aunque este doctor sin escrúpulos ganó millones de dólares con sus brillantes falsificaciones, se topó con dos talones de Aquiles: la aparición de cosechas sospechosas –los Clos Saint Denis de Domaine Ponsot de añadas anteriores a los ochenta provocaron el desconcierto de Laurent Ponsot–, y la entrada en acción del perspicaz Bill Koch, quien empezó a desconfiar de algunas etiquetas que había comprado y comenzó a seguirle la pista. El 8 de marzo de 2012 fue arrestado y condenado a 10 años de prisión –quedó en libertad en 2020– por este asombroso fraude, que inspiró el vertiginoso documental Sour Grapes. ¿Habrá segunda parte?


Flaquezas
He aquí la pregunta más repetida: ¿cómo es posible que se tarde tanto en descubrir estas falsificaciones de vinos de lujo? Por lo general, muchos compradores esperan años antes de abrir sus botellas, y además suelen carecer de la experiencia para reconocer una copia.

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