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Muga: Donde la artesanía es arte

  • Redacción
  • 2002-10-01 00:00:00

Aunque la bodega crece y se renueva, imparable, al ritmo que marcan los nuevos tiempos, todo allí parece tener su sitio, desde siempre.Tras la piedra oscura y la alegría de los geranios, la madera de las barricas cobra vida y la otorga generosamente al vino, lo educa y lo ennoblece. Como siempre.

En los patios, en las naves de barricas, en la tonelería y hasta en las jardineras que cercan la torre bulle una actividad imparable, ajena a la tensión porque cada cual sabe y cumple su cometido, pero con esa excitación que despierta la espera de una visita, de un acontecimiento o de una fecha muy importantes.
De vez en cuando los rostros concentrados apartan la vista de su tarea, sus papeles, las cañas de trasiego, la manguera limpiadora, la gubia maderera, y se alzan al cielo. Allí, el azul más limpio y la luz más pura, recortan nubes ingenuas, como en un dibujo infantil.
Sus colores, su velocidad, su dirección, son signos de un lenguaje críptico que cada par de ojos se esfuerza en descifrar. El calendario anuncia los días de la vendimia y para dar los últimos toques a las uvas hay que contar con la ayuda del sol, con la moderación de los cambios de temperatura y con la paciencia de las lluvias. Pero el otoño es siempre veleidoso y todos miran al cielo con una muda súplica en el corazón.
La tolva donde caerán los racimos está reluciente, de las prensas ha desaparecido cualquier mota del polvo acumulado a lo largo del año, los toneles nuevos se alinean dispuestos a pasar revista.
...Y todos miran al cielo.
El año ha sido clemente, lluvias generosas, verano infernal, la tierra y las plantas sanas
...Y todos miran al cielo.
La familia Muga lleva muchas generaciones esperando así el otoño. Cuando el abuelo Isaac constituyó oficialmente la bodega, en el año 32, llevaba a sus espaldas una larga tradición de vinateros, como tantos aquí, en Haro, y en toda Rioja. Aquella bodega en el centro de la villa y aquellos graneles ya con buen nombre, impulsaron el salto de sus hijos Isabel, Isaac y Manuel a la Costa del Vino, a ese barrio emblemático surcado de raíles por los que fluían los vinos de mayor renombre hasta el ferrocarril y de ahí hasta el mundo.

El arte de la tonelería

La fecha del cambio se inscribe en las míticas del prestigio del nuevo Rioja, el tiempo de inaugurar la década de los 70. Eran tiempos de vértigo, de cambio, de expansión comercial, de competencia beligerante, de innovación tecnológica. Y, en el ojo de ese huracán, los Muga conservaron la calma, huyeron de las tentaciones y mantuvieron la tradición.
Así, en sus 35 hectáreas de viña, la Tempranillo sólo se codea con Graciano y Mazuelo, la trilogía clásica del sabor Rioja. Y en la bodega los grandes tinos de madera se conservan, se restauran y se multiplican , no como reliquias sino como reconocimiento vivo a la sabiduría de la historia, de la naturaleza, de la artesanía ancestral.
Porque artesanas son las cubas, tinos o fudres que construyen en su propia tonelería, capaces de acunar desde 16.000 hasta 30.000 litros cada una. Artesana es la forma de elaborar en ellas el vino, remontando manualmente los mostos durante la fermentación, una y otra vez, hasta extraer de la pasta el color, el aroma y el gusto deseado. Y artesana es , incluso, la fórmula para mantener la temperatura adecuada durante ese complejo proceso, jugando con la distinta capacidad de los recipientes para frenarlo o acelerarlo, para no dejar escapar el aroma que ha de disfrutarse en la copa.
Quinientos cuarenta huevos hacen falta para clarificar un tino de 18.000 litros. La proporción perfecta -3 claras por hectolitro- se acuñó en tiempos inmemoriales pero ya se ha borrado de los conocimientos enológicos de las nuevas generaciones. Con las yemas sobrantes se surtió durante siglos la dulcería de los conventos de las zonas vinícolas, pero ahora los Muga las envían a la pastelería del pueblo porque, desde que se inventó eso del colesterol, las monjitas temen por la salud de sus ancianos.

Del pasado al futuro

En realidad no es ese el único cambio en la bodega y en la marca. Detrás del aspecto sólido y añoso que transporta a un añorado pasado está la selección de uvas, el cuidado de la vendimia, los controles de fermentación, la delicadeza de las nuevas prensas, el nacimiento de nuevos vinos, como el Torre Muga al gusto del mercado actual, incluso con intuición de futuro o como el blanco de viura y malvasía fermentado en barricas, respirando bajo los tapones de cristal.
Está también, como garantía e impulso, la nueva generación: Manu, entre la viña y las cubas, Jorge, en la bodega y el comercio, Isaac, durante el tiempo libre de los estudios...
Un pasado, un presente, un futuro, tan sólidos, tan de calidad, tan redondos, como la mesa de roble que preside el comedor de las catas.

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