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Gandía: PROFETA EN TIERRA EXTRAÑA

  • Redacción
  • 1999-05-01 00:00:00

Desde Casablanca a Taiwan, desde Londres a Bamako, a Oslo, a Calcuta... el Castillo de Liria, los reservas Hoya de Cadenas y los varietales Gandía constituyen una de las mejores embajadas del vino español. Ahora acuden al reclamo de la tierra, a las raíces.

carician los planos como si solo fueran dueños de un sueño, como si el futuro estuviera por hacer. Señalan sobre el papel la cota de un montículo, la orientación de una fachada, modifican a lápiz la situación de un muro o la ubicación de unas barricas con el mimo, con el entusiasmo, con la ilusión con que decidirían el dormitorio de su primera casa. Y es ahí, en esa actitud íntima y en su relación entrañable, sencilla y cómplice donde el espectador, el visitante, el huésped, comprueba que, en el fondo, ésta sigue siendo una bodega familiar.
Hasta entonces ese fondo puede estar eclipsado por la forma, por el aspecto epatante, por la cifras de vértigo. Y es que Gandía es la mayor bodega exportadora de este país y sus instalaciones gigantescas, vestidas con modernidad y buen gusto, son un espectáculo desacostumbrado y deslumbrante.

Veinticinco millones de litros

En el Grao de la capital valenciana, el bisabuelo Vicente Gandía -ojos sagaces, bigote enhiesto- inauguró en 1885 un pequeño pero activo almacén comercial. Hoy, cuando la producción propia alcanza los 25 millones de litros, el 90% sigue atravesando esa puerta marina para acercarse a los escaparates y a las mesas de los últimos confines del globo, hasta países de nombre legendario que para el común de los mortales son la fantasía turística del viajero y para los Gandía, para Silvia, para José, para Javier son el recorrido cotidiano del viajante.
Como símbolo no hay más que curiosear en las estanterías de una dependencia que muy pocas bodegas del mundo disponen, la “sala de etiquetas”. Más de mil referencias se apilan allí, en imprescindible orden y en casi todas las lenguas conocidas, desde el danés al taiwanés, desde el flamenco al suahili, o poco menos.
Pero el símbolo es doble pues no se trata de traducir la etiqueta de un vino masivo y uniforme, un “pret a porter”, sino de crear, de confeccionar vinos a medida que se adapten a cada paladar, a las preferencias de cada pueblo, al capricho de cada distribuidor e, inevitablemente, a la diferente legislación de cada país.
Pero eso es la forma, lo grande, lo grandioso, como lo son las naves inmensas y funcionales, las dos incansables líneas de embotellado de las que salen casi cuarenta mil botellas por hora, los brillantes depósitos de acero que convierten el patio en algo así como el aparcamiento de cohetes de Cabo Kennedy. Detrás está el espíritu, el refrescante sonido de la fuente, el relajante patio que es corazón del centro de trabajo, el que inauguró el arquitecto Vicente Noguera en el 92.
Y mas allá, a pocos kilómetros, la tierra, la finca y los viñedos, tras el sonoro nombre de Hoya de Cadenas. Un caserón blanco de cal, de aspecto sobrio, más manchego que levantino, como corresponde a esa tierra interior y fronteriza de Utiel-Requena. 150 hectáreas de viñas renovadas o restauradas donde se conserva la autóctona Bobal o la Cencibel y se experimenta con las más apreciadas por el gusto actual, la Cabernet, la Chardonnay, la Merlot, la Sauvignon blanc... Viñas mimadas como macetas en balcón, regadas cuando lo necesitan, tratadas con los últimos adelantos automáticos y con la sabiduría de la mano humana y bautizadas con nombres propios o familiares: Carmen, Colette, la niña de mis ojos... Los surcos nacen a pie de puerta, en un claro donde las ardillas acróbatas saltan entre los pinos o trepan por una magnífica encina...

A la espera de Celebración

Poco más allá, sobre un oportuno cerro, la imaginación y el entusiasmo contagioso de los Gandía permite adivinar con detalle lo que será la nueva bodega. Cal y teja, como marca el paisaje y como determina la casa solariega; un patio claustral y una torrecilla para extasiarse en el paisaje, en la fértil viña, sobre los tejados de las naves de elaboración y de crianza. Bajo el tejado, la técnica y la capacidad para procesar ocho millones de kilos de uva por vendimia, y más de ocho mil barricas donde criar los vinos de reserva. Un reto permanente que hasta ahora les viene exigiendo inventos propios, ingeniería adaptada a sus peculiares necesidades y que, en algunos casos, como los filtros tangenciales cerámicos, han pasado después a la tecnología vinícola mundial.
Son inventos y cuidados que promovieron el paso de la exportación a granel a ser la primera embotelladora valenciana, en el 73 y que permiten un amplísimo catálogo de marcas, precios y tipos de vino, y los elementos para la más alta calidad. El próximo estreno, bajo la etiqueta “Celebración” será la prueba incontestable.

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