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Vega de la Reina. Tintos sobre Rueda

  • Redacción
  • 2000-01-01 00:00:00

La torre de la iglesia de Rueda preside el decorado, desde el patio de lo que pronto será museo.
Dentro, una monumental prensa recuerda que aquí el vino es historia y vida. Y la casa trabaja para que así sea también en el futuro.

En el patio un fragor de sierras, piquetas y mazas, tal como en los viejos tiempos, cuando la casa albergó, junto a la secular bodega de aquellos clásicos vinos asoleados, una fábrica de barricas para uso propio y ajeno.
Ahora no se trata de eso sino de recomponer vigas, afirmar sustentos y todo lo necesario para una restauración artesana y mimosa. De hecho, en el tejado, los tramos ya acabados han recuperado su función de aislante eficaz pero, a la vista, nada los distingue de los históricos: la misma teja oscura y musgosa y hasta los mismos pájaros que reconocen y recuperan su atalaya y sus nidos.
La casa crece, ha desbordado el espacio de este patio rectangular, hermoso, de las paredes de ladrillo visto que son el sello de la villa, de las galerías de cristales y madera oscura que, como invernadero, atrapan el sol. Pero crece, con una nueva bodega funcional no lejos de allí. Ésta quedará intacta en apariencia, respetando el tiempo y la historia. Incluso la naturaleza se suma a ese principio y, en medio de la obra y del cemento, una enredadera se yergue frondosa, sin miedo al crudo invierno, para ocultar púdicamente los gigantescos depósitos vestidos de aislante rosa.
Una empinada escalera desciende hasta la cueva de guarda y allí se extiende un laberinto de galerías de casi tres kilómetros, cortada ahora por algún desastre urbanístico y reunida antes por otros similares. Porque el estupendo caos que es esta segunda villa, esta Rueda subterránea se gestó así, al capricho de pico y pala y de ventas o permutas que iban uniendo cuevas vecinas, o separando las comunes con una tapia por una herencia o una disputa.
Aquí, apiladas manualmente, como siempre, o, más recientemente, en jaulones, duermen las botellas de reserva y gran reserva y, en una cuna especial, los más viejos Vega del Rey, las cosechas 70, 73 y los magnum del 82 y 85 que sólo se etiquetan por encargo.

Uva propia y crianza en roble

El recorrido inacabable es la imagen de la línea que ha elegido la bodega. En esta tierra de vinos blancos, la bodega ha plantado 50 ha. de uva blanca frente a 100 de tinta, casi toda de esa variedad de Tempranillo que en Castilla llaman Tinta del país, con algún aporte de Cabernet Sauvignon -12 ha.- y otras 10 entre Merlot y Malbec.
Apuestan pues, desde hace doce años, por la uva propia y, después, por una larga crianza en roble americano, alternando barricas nuevas y viejas.
Como apuestan también, desde la Asociación de Vinos Tierra de Medina del Campo, para que se asimile la consideración administrativa de los tintos -Tierra de Medina y Vinos de Castilla y León- a los de las demás Denominaciones de Origen. Mientras tanto la Asociación se ocupa de controlar como un Consejo Regulador y -como reconoce Juan Pablo García, enólogo de la bodega- el público, el mercado, es siempre más exigente que cualquier Consejo.
Juan Pablo lleva tres años en el equipo de Aníbal Asensio que es el responsable técnico de la marca y de la línea de la bodega. Pero éste es un grupo joven, activo y conocedor, donde todos se hacen cargo de cada etapa del trabajo. Vio crecer la nueva bodega que ha hecho ya dos vendimias y se va vistiendo con los inventos técnicos precisos: una cuidadosa prensa para vinos blancos -solo se aprovecha el mosto yema y el de una primera prensada a presión menor que la atmosférica-, depósitos de fermentación lenta y a muy baja temperatura, la justa para desdoblar completamente los azúcares sin perder una pizca de aroma, y un filtro de vacío para recuperar, a través de tierras de diatomeas, los compuestos aromáticos de los tintos que podrían perderse al desfangar.
Por esta tierra corren vientos de renovación, y una moderna bodega es un centro de pruebas y experiencias. Nada está ya escrito, los vinos se ensamblan antes o después de haber pasado por la barrica, se trasiegan de nuevas a viejas y se conservan unas fechas más o menos, según lo requieren, según lo “pide” el carácter de cada cosecha, de cada variedad, sin rutinas ni más principios que los que dicta la naturaleza y el sabio criterio.
Así nace el Vega de la Reina, los prestigiosos blancos de Verdejo, o el tinto ligero y poco cubierto. Y la gama del Vegafiel, más astringente, cubierto y con cuerpo, con vocación longeva o en esa novedad que llaman “joven roble” con un toque de madera de unos cuatro meses.
La nueva línea de embotellado y la puesta a punto de un hermoso museo del vino redondearán pronto la bodega.

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