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Adegas Galegas DONDE EL VINO ES ARTE

  • Redacción
  • 2001-06-01 00:00:00

Cuando el sol se filtra entre las nubes, las gotas de lluvia destellan en los pámpanos. Endiablado clima para hacer vino.
Pero aquí está el milagro del albariño y el tinto de uvas que suenan a poema: Caíño, Brancellao, Mencía Espadeiro...

Los puntos del grabado dibujan un rostro clásico, plácido pero introvertido, inquietante. Es la imagen de las cajas de madera para las tres botellas emblemáticas, el D. Pedro de Soutomaior, el Señorío de Rubiós, tinto en tierra de blancos, y el Veigadares. Es un íntimo homenaje, un “agasallo” a los creadores. Y la bodega explica la selección de esa obra de Fornasetti para iniciar una larga serie en la que irán apareciendo los personajes que con pulso firme han punteado el mapa del territorio de la creación: “Figura esencial de los años 50. Uno de los mas versátiles artistas, su talento se plasma en una obra multiforme que abarca desde las artes gráficas al cristal, el grabado o el teatro.... Sus biógrafos lo señalan, además, como un hombre entrañable y bueno.”
Puede parecer una elección al azar pero subliminalmente se ha deslizado un retrato del alma de Adegas Galegas, de Pepe Rodríguez, de su curiosidad renacentista con la que compagina su profesión de matemático y la de artista del vino. Algo que empezó como afición, espoleado por el maestro y descubridor de los vinos de Rías Baixas y del Rosal, su amigo Santiago Ruiz, y que en un tiempo record se ha transformado en una panoplia de vinos, reconocimientos y premios y en una estructurada empresa, Galiciano, que incluye junto a Adegas Galegas, otras terminadas, incipientes o en régimen de arrendamiento en Bierzo, Valdeorras, Tarragona, Zamora y Alto Douro, al otro lado de la frontera portuguesa. Además de una central import-export y una original tienda especializada en vinos y gastronomía en Vigo.
Tras de la primera experiencia con Pepe Hidalgo y Fonseca, de la creación y el éxito de Terras Gaudas, Pepe se estableció, con un equipo joven y dinámico sustentado en una perfecta compenetración con la enóloga Cristina Mantilla y con la directora del viñedo, Cristina Carrera.

Del garaje a la nieve

Y así, lo que había comenzado como “vino de garaje”, mucho antes de que se acuñara el término, encontró su puesto con la compra de la cooperativa de Meder, de Salvaterra, escondida entre las corredoiras y los bosques que envuelven al Miño. Un pequeño edificio de piedra, rodeado de jardín y viñedo, que en sus manos va cobrando vida y humanidad, que va ampliando los espacios funcionales, la zona de elaboración, la cava de barricas, una sala de cata... y creando a la vez íntimos espacios sociales. Así ha nacido el comedor con una espectacular lareira, una chimenea de piedra granítica recién tallada que sólo espera la pátina del humo. En un rincón, como obras de arte que son, aparece la colección Veigadares, seis botellas tentadoras, desde el tamaño magnum al descomunal Nabucodonosor de 18 litros. Un vino que los entendidos lo encumbran a la altura de los Borgoña, personalísimo, fermentado con levaduras propias. Una joya que se han disputado los coleccionistas.
El Veigadares de Albariño, Treixadura y Loureiro, cuyas uvas son elaboradas por separado, fermentado en barricas que a los dos años pasan a acoger tintos, es una prueba más de la ambición de la bodega por hacer vinos diferentes. O el limitadísimo Gran Veigadares, de albariño de cepas centenarias que solo se elabora en cosechas especiales. O el D.Pedro de Soutomaior de nieve carbónica, que no hay que confundir con maceración carbónica ya que se basa en un peculiar proceso de enfriamiento de la uva, a casi 0º, para atrapar y extraer todos los aromas a lo largo de 12 a 18 horas de maceración, y fermentación sin aire, con la neutralidad del nitrógeno en los depósitos.
Esa perfección puntillista y esa asepsia se revelan en cada paso y en cada detalle, en las paredes donde el cemento original se ha recubierto de impoluto blanco laminado, en la obsesión por las botellas numeradas, para seguirlas de principio a fin, en la originalidad de las artísticas etiquetas, y hasta en las pilas de cajas de vendimia de apenas 25 kg. que ahora reposan envueltas en film trasparente, pulcras y listas para la siguiente cosecha manual. Esos detalles y el resultado obtenido de cada cuba, de cada tina y de cada depósito refrigerado pone un brillo de expectación y de satisfacción en los ojos de Tomás o de Roberto, los encargados de bodega. Porque todo aquí es una nueva experiencia, siempre un paso más allá, ajeno a la rutina, rupturista con la tradición aunque amorosamente apegado a la tierra, al respeto ecológico, a la las uvas autóctonas y a la labor artesana.

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