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BSI Bodegas San Isidro: TESTIGO DE LA HISTORIA

  • Redacción
  • 2001-09-01 00:00:00

Frente a la figura histórica y patriarcal que rige el Consejo de cooperativistas y que puede llamarlos por su nombre, uno a uno, una dirección joven y eficaz consolida la mayor bodega de vinos calificados de la D.O. Jumilla.
Hoy como ayer, pionera de calidad.

Esta es tierra fronteriza entre el levante y la Mancha, donde la imagen identificativa de los molinos de viento ha quedado en arqueología industrial, sustituida por otra mas viva y actual, la de otros gigantes, esos cegadores depósitos de acero inoxidable que flanquean la entrada de las bodegas.
En muchos casos ni siquiera esa es la última etapa. Otra, mas reciente, ha poblado los subterráneos de barricas de madera. Aquí no. Aquí los enormes toneles también forman parte de la historia de la bodega y de cada familia cooperativista. Se han reunido y se conservan a cientos, como base del museo que se está gestando en la cava subterránea, bajo los arcos catedralicios.
Las otras barricas, las más de 3.000 de roble nuevo y variado, las que albergan los vinos estrella de la casa, reposan al final de la nave, tras unas espectaculares puertas de cristal que preservan el silencio, la temperatura y las perfectas condiciones de conservación con un sistema varguardista, de patente israelí, que se podría describir como “humedad seca”.
Ese contraste entre el pasado y el futuro que marca actualmente la vitivinicultura de este país es aquí más patente. Está vivo el recuerdo de los primeros tiempos, cuando la defensa frente a los abusos de los terratenientes llevó a los agricultores a fundar, en el año 34, el Sindicato El Progreso. La Guerra Civil dio al traste con el nombre: ni Sindicato ni Progreso eran términos políticamente correctos. Los vencedores impusieron el rótulo de Cooperativa San Isidro. Rebautizaron incluso a quien hoy ocupa la presidencia del Consejo rector, a Floreal, que cubrió púdicamente sus orígenes anarquistas y pasó a llamarse discretamente José. Pero pervivió el espíritu, y la cooperativa, que llegó a sumar 2.000 socios, con todo un pueblo luchador como cimiento, creció hasta convertirse en hito ejemplar de la exportación de vinos, en pionera de comercio y tecnologías, en base de industrias paralelas -serrería, tonelería, maquinaria-, con plantas de embotellado en Oviedo, Requena y Madrid.

Cambio de rumbo

El desarrollo económico, aquel río de vino que llenaba tres veces por vendimia unas magníficas instalaciones con capacidad para 52 millones de litros, generó la Caja de Ahorros de Jumilla, la más importante de la región desde los años 40 a la década de los 70. Pero una vez más, otra guerra, la guerra sucia del “pelotazo”, volatilizó con un escandaloso desfalco sus ahorros y su futuro. Una década hizo falta para salir de estrecheces y comenzar de nuevo, con una estructura empresarial y comercial modernas y un nuevo enfoque de la producción, donde el granel, los encargos y las marcas blancas abren paso al catálogo de vinos de calidad, de marcas de prestigio como el premiado Gémina, el tinto biológico BSI, los crianzas, reservas y gran reserva San Isidro, el Sabatacha blanco fermentado en barrica...
Cinco técnicos de campo y tres enólogos, entre los que se cuenta Paco Pardo, el especialista indiscutible en uva Monastrell de este país, garantizan el cambio con un control que va desde el campo -8.000 has. de viñedo- a la elaboración y la crianza de unos ocho millones de botellas anuales. Y marcan las directrices de toda la producción integrada en la Corporación Alimentaria BSI, como el aceite Entrañable que sale de su almazara.
Los 750 socios asumen una férrea disciplina, la forma restrictiva de cultivo, el puntual horario de entrega de uva, las cuidadosas condiciones de vendimia, los pluses por calidad y los rechazos por selección, porque, aún a regañadientes, reconocen el acierto de esa línea que les ha hecho merecedores del certificado ISO de calidad en todo el proceso. Y todo ello sin olvidar el carácter humano y personal de esta peculiar empresa que se deja ver en la imagen de la vendimia convertida en fiesta, en folklore, en encuentro, en sana competitividad sobre la calidad de las uvas de unos y otros.
Lo que ha resultado mas fácil es acogerse a las exigencias de la agricultura y el vino biológico. Al fin y al cabo, por tradición, por la sanidad de la tierra y del clima, de modo que la vanguardia se confunde con la herencia ancestral.

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