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Consejo de La Alta: Vinos para comer

  • Redacción
  • 2002-04-01 00:00:00

Con una pizca de inevitable orgullo patrio y un mucho de conocimiento, las tres ramas familiares que rigen la casa valoran la diferenciada personalidad de los vinos de Cenicero, robustos pero amables y con un seguro de longevidad.

Preservar un espacio y un estilo propio en este territorio, donde las bodegas se suceden como en una urbanización de adosados, no es tarea fácil. Consejo de la Alta y sus vinos Alta Río lo han conseguido gracias a una larga tradición viticultora y a una nutrida herencia de viñedos propios, los que aportaron al proyecto nacido en 1990. Son 140 hectáreas, prácticamente exclusivas de Tempranillo, que proceden de las familias del enólogo, Pedro Frías, del director comercial, Jesús Hernández y, en general, de todos los socios.
Sobre esa base, en el 91, comenzó la construcción de la bodega, una nave amplia, crecedera, y con todo lo necesario para elaborar al estilo tradicional, es decir, con uva despalillada y maceración comedida, pero también con todos los adelantos, prensa de pulmón para extraer lo justo, y fermentación controlada en depósitos con camisa refrigerante. A esos inventos, ya clásicos, casi obligados en la enología actual, se suma alguno de creación propia: Pedro, el enólogo, ha desarrollado un procedimiento de remontado continuo que permite extraer más color y más cuerpo, aprovechar al máximo la magia de los polifenoles.

Un millón de kilos La bodega se alza en el centro de un hermoso viñedo que resulta ser el más joven de sus propiedades. La obra de construcción y el abandono en que se encontraban las cepas originales obligaron a reponer todo el entorno; pero ahora, cuando ya han cumplido más de una década, están aptas para sumarlas al millón de kilos que, aproximadamente, elaboran en cada vendimia. El resto procede de antiguos viñedos familiares en Cenicero o en el vecino Peñalogroño (El Cortijo), cultivados con una agricultura integrada y respetuosa. De ahí que incluso hayan reservado una parcela de 20 has. para cultivo plenamente ecológico. Los vinos, según la ley, no pueden comercializarse como ecológicos hasta el tercer año, pero los resultados son ya óptimos, la guinda que culmina la filosofía de la casa, el principio de que la calidad se hace en las uvas.

El vino, como las personas Por eso, aunque las instalaciones son amplias, la casa no revela ninguna ambición por crecer. Se han propuesto no comprar nunca uva, y aún menos vino, de modo que las posibles ampliaciones no vendrán marcadas por exigencias de la demanda sino por la eventual posibilidad de incrementar el viñedo. Y siempre dentro de los límites de este especial rincón de la Rioja Alta, donde las características de tierra y clima confieren al vino un equilibrio ideal de grado y acidez y unas óptimas condiciones para durar, para criarse pausadamente en barrica o para domesticarse en botella, y no sólo los crianzas y reservas sino incluso los vinos jóvenes. Esa característica es la que la bodega pretende potenciar. Como viejos bodegueros y bebedores, no pretenden diseñar vinos “de cata”, sino copas amables para lo que siempre ha sido su fin natural: acompañar la comida, alegrar la mesa de principio a fin, sin cansancio, de modo que cada trago llame a otro trago.
Y así, seleccionan el destino de cada elaboración en catas sucesivas que van determinando su futuro. Con una concepción antropomórfica pero clarísima, comparan el vino a las personas: no todas maduran o envejecen al unísono sino que, por razones varias, aparentan más o menos edad de la que objetivamente marca el tiempo. Otro tanto ocurre con cada barrica, y así hay que estar atentos para alargar una crianza que lo merece hasta el tiempo de reserva, o embotellar en su momento el vino que ya está a punto, antes de que le dañe un exceso de madera. Maderas nuevas, 3.500 barricas, que reposan en dos naves climatizadas, bajo unas elegantes bóvedas de madera, en escala de criaderas o en modernos trineos metálicos para facilitar el traslado y las trasiegas.
En lo que sí hay coincidencia es en la necesidad de prolongar el tiempo de botellero más allá de los límites que marca la ley, un año los crianzas y dos los reservas, algo que revela la copa, donde llegan pulidos, perfectamente acabados.

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