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Bodegas Campante: Ribeiro reverdece

  • Redacción
  • 2002-05-01 00:00:00

La norma es que la Iglesia haga rogativas por el agua. Pero los frailes del Ribeiro, el císter de Oseira o de Santa María del Prado no solo rogaban sino que pleiteaban por el vino. El fallo a favor le valió a Santiago unas andas de 1.760 onzas de plata.

Allí la hiedra va cubriendo amorosa la fachada de piedra racionalista. En el parterre de la entrada, el suelo se salpica de pétalos de camelia ya caducos. Cuando el sol se cuela entre las nubes hace refulgir un manto de oro, la retama en flor, y lunares rosados de brezo y un espejo de plata, el Miño.
Es la idílica imagen de la primavera desde el mirador de la bodega, la atalaya, el corazón. A sus pies y hasta la ribera apuntan los primeros verdores de la viña, tan diversos. En lo alto, donde menudea la caricia del sol, nace la Treixadura, la reina del Ribeiro, delicada y exigente, que se niega a cuajar cuando el clima no le es propicio. Mas acá, un poco de Godello que siempre madruga, que brota y madura temprano y aportará al vino su cuerpo, su estructura y un inconfundible recuerdo de manzana. Y como complemento, un rodal de aromática Loureiro de la que se espera un estimulante toque ácido, punzante y, como anuncia su nombre, el perfume y los honores del laurel.
Pero la finca en torno a la bodega, que provee el coupage del Gran Reboreda, así contada podría identificarse con la imagen del Château, y no es precisamente eso sino un rompecabezas de especies, una imbricada mezcla de orden y abandono, de huerta, arboleda y vegetación silvestre.
Y es que, si en otras zonas vinícolas en auge es difícil adquirir derechos de plantación, lo que aquí resulta imposible es comprar un palmo de tierra, por inútil o abandonada que parezca. El valor para los propietarios está anclado en sentimientos muy profundos, en un amor que sale del corazón y en un interés que se podría situar en la entrepierna. El caso es que resulta imposible conformar una sensata concentración parcelaria, y es un mérito para los hermanos Méndez -los Campante- haber redondeado con paciencia y tesón la tierra de sus antepasados con la compra de las magníficas fincas de los Villamarín -fútbol- y los Armada- ¡ejem!- y con algunos minifundios vecinos.

El bon vino Esa estructura de minifundio les obliga a comprar uva de unas doscientas familias para el Viña Reboreda y para la línea de los Campante, y dificulta la transformación ideal del viñedo, la recuperación de uvas autóctonas y la erradicación de esas bastardas y muy productivas, como la Palomino, que han desvirtuado la calidad y el sabor propio del Ribeiro. De aquel “bon vino d´Ourens” que loara Alfonso X El Sabio, o los tragos “de Ribadavia” que Cervantes, en boca de El Licenciado Vidriera, encontró en las mesas genovesas. Eran, sin duda, herencia de alguno de los cinco prioratos que los cistercienses mantenían en el territorio de la villa, herencia a su vez de San Melón y San Claudio, los dos primeros monasterios erigidos en el S.XII a orillas del Miño, del Arnoia y del Avia.
Manolo y Jose Luis se resisten a considerar que el tiempo pasado fue mejor. Su padre inauguró Campante en los años 40, cuando todos los paisanos elaboraban vino en casa y él seleccionaba y combinaba “su” mezcla, la que se etiquetaría como Campante cuando, tras la Cooperativa, fue la primera bodega dispuesta a embotellar.
Pero el quiebro a favor de la calidad se acuña con el Reboreda, nacido en 1983, una sorpresa que la crítica ensalzó, cosecha tras cosecha, frente a aquellos típicos caldos acres en tazas de loza.
Es ese tipismo, esa imagen tan alejada de los valores que hoy se aprecian en un vino, lo que resulta difícil remontar.
Pero si otras regiones -Toro, Jumilla, Rueda, Priorato- han superado los errores propios y los prejuicios ajenos, este es el reto que impulsa a una de las más antiguas, y más entusiastas bodegas de la región. Valores y medios le sobran, sobre todo la permanente investigación en cepas y ensamblajes. En pos de esa nueva imagen, que refleje la innegable calidad del contenido, han trasformado el vestido, la botella y etiquetas, con líneas actuales y atractivas, y no sólo en el vino sino también en los cuidados orujos, los Lauro. Exquisito el envejecido en roble con solera de más de medio siglo.

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