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Can Bonastre: Amor a pie de viña

  • Redacción
  • 2002-07-01 00:00:00

No tiene pérdida. Basta seguir la línea que marca el monte serrado y sagrado, y buscar un viñedo primoroso, racional aunque sin forzar la naturaleza variopinta y generosa sobre la tierra avara. Un oasis. Hemos llegado.

ay épocas en que se confunde la actividad de dentro y la de fuera, las labores del vino, las de la tierra, las de la restauración. Y es que desde la llegada de los Vallés aquí no hay quien pare. La hermosa finca de 100 has., la bella durmiente, ha despertado con sobrado brío, y desde que aparecieron sus príncipes, en 1986, no cesa de acicalarse, de prepararse para sus funciones, de desembalar el ajuar y colocar cada cosa en su sitio. Mientras, ellos la contemplan con arrobo, encauzan lo que es necesario y la ven crecer y madurar día a día en gracia y en hermosura.
Ellos son el abuelo Martí, el padre -también Martí- y el vástago Roger que, a pesar de su juventud, conserva una puntual memoria de cuando hace 16 años su abuelo se prendó de este paraje y de esta masía, y con ellas volvió a la tierra que añoraba.

EL RENACIMIENTO Al principio fue la tierra. La pasión por verla florecer y el interés por recoger sus frutos. La viña se componía de la tríada del cava, y se fueron sumando variedades tintas prestigiosas, Merlot, Cabernet Sauvignon, hasta redondear la primera fase de replantación en el 92, con la reestructuración de un pago vecino a la casa que, como no podía ser menos, se bautizó como “la viña olímpica”.
Las uvas se vendían bien, no en vano el vecindario está salpicado de cavas y bodegas colosales, pero aquellos frutos resultaron demasiado tentadores. Así empezó la aventura de la bodega. Martí hijo es enólogo; en la planta baja de la casa se conservaban antiguos depósitos de obra que recordaban los tiempos en que se elaboraba para consumo propio y de los vecinos. En teoría todo estaba dispuesto. En la práctica, para conseguir vinos de la calidad que perseguían hubo que empezar a construir, desde los cimientos hasta el tejado, una bodega actual, eficaz, cuidada y cuidadosa. Se alza al fondo del patio central, tras unos arcos que es lo único que se conserva de la humilde construcción original, mientras la antigua bodega ha quedado como nave de barricas. Todas las salas, desde la de recepción hasta el embotellado, y los almacenes están aislados y climatizados. Los depósitos de acero, de fermentación a temperatura controlada, son manejables, de 5.000 a 15.000 litros para poder simultanear la elaboración de distintas variedades y viñas.
En 1997 salía de allí su primer vino, al mismo tiempo que crecía el viñedo hasta con once variedades caprichosas, Pinot noir, Cabernet Franc, Chardonnay, Sauvignon Blanc, Syrah... enmarcadas por huertos de frutales, cerezas, melocotones, ciruelas y almendros. Los propios vendimiadores recogían la fruta que coincidía en temporada.
Ahora el viñedo en espaldera está mecanizado. Se vendimia de noche, con la fresca, y gracias a la proximidad la uva llega en pocos minutos a las tolvas. Desde que eliminaron la tardía Parellada, la vendimia se ha acortado un par de semanas, pero, aun así, se prolonga desde agosto a octubre, atendiendo día a día al momento de madurez perfecta. Para decidirlo no hace falta más que descender unos pasos desde el patio. Como para localizar un pámpano seco o de tono sospechoso basta dejar vagar la mirada en torno desde la terraza.
Junto a la tolva espera una delicada prensa neumática que, como todo en la casa, está dimensionado hacia un próspero futuro, sin estrecheces. Los primeros depósitos al aire libre se multiplicaron y se vieron pronto cubiertos y arropados en una sala generosa. Las barricas de roble francés, americano y húngaro reposan confortablemente en una de las dos galerías previstas. Y la embotelladora es un lujo de pulcritud y control que envasa en atmósfera inerte y con aire acondicionado.
Pero el espacio no debe engañar. Su filosofía no es crecer en cantidad sino en calidad, convencidos de que no hay que elaborar cuando la cosecha no sea propicia. Se suceden así botellas de buenas a mejores, como el profundo Chardonnay de 1999, o la joya de un Pinot noir que es un canto a la tierra.

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