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Un relato de familia y vino

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  • Antonio Candelas
  • 2021-09-29 00:00:00

El Lagar de Moha, en pleno corazón de Rueda, es un proyecto que, en sus pocos años de vida, ha conseguido conectar con el público gracias a un discurso sincero en el que la conciencia social y cultural forman parte del sabor de sus vinos.


La noble misión de ver cumplido un sueño, el compromiso con el pueblo que llenó de vida sus días de infancia y una necesidad vital de conciliar familia y trabajo fueron los motivos por los que Alberto y Ángeles, marido y mujer, emprendieron un bonito proyecto vitícola en Rueda en 2017. La bodega se ubica en el corazón de la capital del vino blanco vallisoletano, donde hace décadas cada casa tenía una bodega subterránea que, por desgracia, en muchos casos el tiempo ha ido sepultando en el olvido. El edificio del siglo XVIII, completamente restaurado, guarda en la intimidad de sus depósitos, barricas y tinajas los vinos que en pocas añadas han convencido al consumidor por la pureza de su elaboración y su original personalidad. Unas dependencias asentadas sobre una bodega subterránea que, aunque no se sabe a ciencia cierta, puede datar del siglo XV. Entrar en ella sobrecoge. La fría oscuridad te cuenta la dureza de la elaboración del vino en aquella época. Cañones entrecruzados sostenidos por arcos descaradamente irregulares serán recuperados para conservar las elaboraciones más especiales, organizar catas o incluso para encuentros enoturísticos.

Revolución artesanal

Alberto es puro rock&roll. En su cabeza bullen ideas, todas buenas, pero Ángeles pone la cordura y un extra de sensibilidad que hace falta en los comienzos de proyectos como este. Dos temperamentos complementarios que convergen en la manera en la que han ido construyendo la soñada bodega. La casa, totalmente abandonada, la han restaurado con el incalculable valor del trabajo de artesanos locales bajo el compromiso de generar riqueza en el entorno. ¿Los ladrillos? De un maestro artesano de Salamanca. ¿Las verjas de las ventanas? De un herrero de Segovia. Y así, poco a poco, con la la paz y el buen hacer que la artesanía insufla, la casa se ha ido levantando hasta estar lista para las vendimias venideras, en las que, como hasta hoy, seguirán priorizando también a los trabajadores locales como otra pieza de ese engranaje con el que batallan por revitalizar las zonas rurales.  
Un compromiso personal, social y, por supuesto, medioambiental. Las 14 hectáreas poseen el sello ecológico y están detrás de conseguir para el año que viene la certificación biodinámica. Una forma de trabajar que sin duda facilita la entrada en los mercados internacionales (están en 13 países) y capta la atención de un público comprometido con viticulturas sostenibles, pero en este caso además forma parte de la coherencia de la idea de hacer vino. Es el hilo argumental con el que se unen sólidamente las costuras del proyecto.

Persuasiva distinción
Ante la tentación de la inmediatez en la que se puede caer también en el vino, Alberto y Ángeles prefieren cautivar al consumidor con el sentido común de una viticultura responsable con el entorno y la capacidad de asombrar. Y eso lleva muchas horas de reflexión y trabajo.
Bajo el nombre de Sapientia nos ofrecen un Verdejo y Sauvignon Blanc jóvenes cuya principal virtud es la pureza de su expresión y el aprovechamiento de una juventud contenida para mostrar una paleta de matices varietales auténticos que no siempre encontramos en estas elaboraciones. En otra interpretación de la Verdejo está Varron, un vino criado en barricas de roble francés de 600 litros durante 12 meses. El volumen, el camino para evolucionar que tiene por delante y cómo la madera respeta la variedad son sus mejores armas para convencer. Mientras, en tintos, Antígona es un Tempranillo joven elaborado con parte de maceración carbónica que concede al vino esa jugosidad e intensidad frutal que tan agradable resulta. Pero aquí no queda la cosa. No tardarán en llegar en los próximos meses un Godello y un vino naranja de Verdejo. Sí, habéis leído bien: un Godello en Rueda y un vino de Verdejo fermentado en tinaja con sus pieles y raspón. Dos lanzamientos de producción muy limitada que conmoverán a aquellos pocos afortunados que tengan la posibilidad de disfrutarlos.


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