- Redacción
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- 2003-12-01 00:00:00
En los Langhe brilla una joven generación de vinicultores de Barolo. Con viñedos nuevos, bodegas nuevas y vinos nuevos, dan la réplica a los productores establecidos de hace tiempo. Ferruccio Grimaldi estaba harto de su trabajo. Ni corto ni perezoso, colgó la pistola, la gorra de servicio y el uniforme. Empezó a ampliar la bodega de la casa de sus padres, a comprar barricas y tanques de acero y a cultivar en espaldera las cepas del viñedo familiar. Había servido durante 17 años como carabiniere en una pequeña localidad del Piamonte. Controlaba la documentación de los vehículos y hacía sus rondas por las calles mientras en casa, en el viñedo paterno, las cepas crecían por su cuenta. Como mucho, los fines de semana tenía tiempo Ferruccio para ocuparse de ellas con su padre; la uva vendimiada se vendía a las bodegas. Hoy, Ferruccio Grimaldi está más satisfecho: cuando contempla el pueblecito de Barolo desde la terraza del pequeño viñedo, no se arrepiente de haber cambiado un puesto seguro del Estado por el imprevisible destino del vinicultor. Le divierte podar las cepas, calcular el momento ideal para vendimiar y controlar el grado de tostado adecuado para las barricas. «Naturalmente también hay años como el 2002 en el que, aparte de mucho trabajo, no ha quedado nada», dice, «pero así es la Naturaleza». Actualmente, las barricas están apiladas en tres hileras. En ellas descansa el vino que significa todo en los Langhe: Nebbiolo para vinos de Barolo ricos en tanino, elegantes y con gran capacidad de guarda. Todo empezó con Gaja El Barolo y el Barbaresco han experimentado en los últimos años una prosperidad repentina, se han deshecho de su fama de vinos ásperos de bodega y han conquistado el mundo. Una sucesión de buenos años lo ha facilitado: «Desde 1996 hemos tenido una añada fantástica tras otra», explica Ferruccio Grimaldi, «todos distintos, pero todos buenos». Así se convirtieron en estrellas de la vinicultura italiana los vinicultores de los Langhe: primero Angelo Gaja, Aldo y Giacomo Conterno, más tarde Voerzio, Domenico Clerico y Enrico Scavino, los que hicieron furor en todo el mundo con sus nobles vinos de un solo viñedo. Los compradores hacían cola «Muchos pequeños vinicultores se dieron cuenta a finales de los años 80 y principios de los 90 que se podía vivir bien de la vinicultura», recuerda Enrico Scavino de la finca Paolo Scavino en Castiglione Falletto, «y así, rescindieron sus contratos con las bodegas cooperativas y se atrevieron a salir al mercado». El Barolo se vendió casi solo, los compradores hacían cola para conseguir los grandes crus de Cannubi, Brunate o Cerequio. «Muchos se lanzaron de cabeza a la aventura, sin calcular bien lo que les esperaba», recuerda Gianmarco Ghisolfi, vinicultor de Monforte, sus propios comienzos en los años 90. «De repente, no sólo teníamos que preocuparnos de que las cepas crecieran y produjeran, sino también de vinificar el vino, elaborarlo, embotellarlo y comercializarlo». La vida como vinicultor de cooperativa era bastante más tranquila. Aún entre 1999 y 2001, la superficie de viñedos de Barolo aumentó en un 10 por ciento, «no siempre en las mejores situaciones», según opinan los vinicultores establecidos. Pero a diferencia de otras partes de esta tierra, como la Maremma o el sur de Italia, en Langhe las inversiones de los industriales milaneses o de los vinicultores aficionados turísticos no fueron excesivas. Las relaciones de propiedad son demasiado intrincadas. Las reparticiones de las últimas décadas y siglos -la tierra siempre se dividía entre los diversos herederos- han generado en muchos lugares parcelas mínimas. Así es difícil comprar. «Para comprar un trozo de tierra», explica Roberto Voerzio, «no sólo cuenta el precio, sino también las relaciones personales. A veces sólo se consigue cayéndole bien al propietario, para que éste le considere digno de hacerse cargo de un viñedo». Los principios campesinos aún no se han perdido. Entre los vinicultores se practica la costumbre de ayudar a los vecinos, pues los vinicultores de renombre como Elio Altare o los hermanos Voerzio, al fin y al cabo, tienen los mismos problemas que los novatos. Así, intentan solucionarlos juntos. Incluso da igual si se es «tradicionalista» o «modernista», como se suele dividir a los vinicultores en el Piamonte, según su filosofía del vino. Lo importante es que salga bueno Gianmarco Ghisolfi dirige desde los años 90 la finca vinícola familiar Attilio Ghisolfi en Monforte d’Alba, y no se siente perteneciente a ninguna escuela de vinicultores. Incluso se burla de la pregunta habitual que hace ya dos décadas les hacen a los vinicultores en los Langhe: «¡‘Tradicionalista’ o ‘modernista’, eso no es lo que importa. Da lo mismo que se vinifique sólo un Barolo o muchos vinos de viñedos individuales, que se empleen barricas como los modernistas o grandes tinas de roble eslavo como los tradicionalistas... lo importante es que el vino salga bueno, que se consiga sacarle lo mejor al terruño del que se dispone». Gianmarco Ghisolfi posee 1,3 hectáreas en el viñedo superior Bricco Visette, en el que crecen las uvas para su único Barolo: un vino lleno de fuerza y jugosidad, con las características de un cru de Monforte. Ghisolfi, según la cosecha, lo deja madurar en grandes tinas de roble eslavo o en toneles y barricas de roble francés. Si no le diera tan igual, Marco Parusso se contaría más bien entre los modernistas. Está visiblemente satisfecho con las barricas que contienen su media docena de Barolos de un solo viñedo. Pero aún más orgulloso está de su nueva bodega: ha planificado personalmente cada detalle, incluso la luz y la ventilación. Junto con su hermana Tiziana, y en pocos años, ha transformado radicalmente la empresa paterna, situada más arriba de Bussia. Ha invertido algunos millones de euros en esta bodega de tres pisos. Porque Parusso está muy convencido: «Un Barolo merece las mejores condiciones para convertirse en un gran vino». Esperando autorizaciones No muy lejos, sobre una loma, está Ciabot del Preve, la antigua «Casita del cura» (ésa es la traducción) y actualmente la bodega de Giovanni Manzone. Éste espera algo que Marco Parusso ya tiene: una bodega nueva. Las autorizaciones tardan en llegar y, desde hace mucho tiempo, la obra en bruto espera su terminación. Por eso, los Barolos superiores de Giovanni Manzone siguen apilados en la vieja bodega de su casa. Está entre los más grandes de la región de Barolo, sobre todo por sus vinos de un solo viñedo. Le Gramolere fue el primero, al que a mediados de los años 90 se sumaron el Riserva del mismo nombre y el «Cru della Cru» (según su propia definición) Le Gramolere Vigna Bricat. Y recientemente, el Barolo Santo Stefano di Perno, que procede de una parcela arrendada: de color granate, vigoroso, elegante, finamente frutal y, como todos los vinos de Manzone, capaz de envejecer con dignidad. Nieve en la bodega de barricas Del fructífero suelo piamontés ha surgido otra nueva bodega sobre la parte occidental de las colinas que dominan Barolo desde muy alto: la Cantina de Aldo Vajra. Una parte ya está terminada, la bodega de fermentación con sus ventanas de cristal coloreado. Pero este solícito vinicultor casi prefiere enseñar a sus invitados la obra en bruto de la bodega de guarda de tres pisos excavada en la ladera. Señala con orgullo una abertura de 20 metros cuadrados en el techo. Piensa instalar una especie de invernadero acristalado que abarque dos pisos, hasta la bodega de barricas. «Este invierno ha sido hermosísimo ver caer la nieve hasta el interior de la bodega», se entusiasma, «y espero que siga siendo así en el futuro. Entonces, desde la bodega de barricas se podrá mirar por el cristal este patio interior habitualmente verde, y espero que a veces nevado». Aldo Vajra no sólo hace Barolo sino también, además de Barbera y Freisa, incluso Riesling, uno de los mejores de Italia. «Uno no debería restringirse a un solo producto», explica. Porque para los vinicultores de Barolo en estos momentos arrecia inclemente el viento del mercado. Debido a la crisis de los mercados compradores de los países del Norte, sobre todo Alemania, se venden mal los caros vinos del Piamonte. Y el reciente fortalecimiento del euro le ha supuesto a los vinos europeos una subida de precios de un 25 por ciento en los EE UU y Japón. Así, muchos vinos de la cosecha actual de Barolo de 1999 aún descansan en las bodegas de los productores. «Pero esto cambiará», es el firme convencimiento de Luciano Sandrone, que hace algunos años hizo construir una bodega nueva al pie del viñedo Cannubi en Barolo. «Barolo y Barbaresco tienen una gran ventaja: ¡Son únicos en el mundo! Porque la uva Nebbiolo sólo crece bien en su tierra, y resulta que su tierra es el noroeste de Italia». Sólo en 2002 no han tenido suerte los vinicultores: el 3 de septiembre, una tormenta de granizo sobre la zona de los grandes viñedos de Barolo, en la que confluyeron dos frentes tormentosos que batallaron durante 45 minutos, destruyó en algunos viñedos hasta un 100 por cien de la cosecha. Por ello, muchos productores han suprimido enteramente el año 2002. Marco Parusso incluso ve una pequeña ventaja: «Nosotros, y el mercado, habíamos estado muy malcriados con muy buenos años desde 1996. Quizá sea bueno que hayamos tenido una cosecha desastrosa en 2002. Un poco de autorreflexión a veces sienta bien». Tampoco el ex-carabiniere Ferruccio Grimaldi piensa tener motivo suficiente para volver a ponerse su viejo uniforme: «Después de un año como 2002, las cosas sólo pueden ir a mejor». Bruno y Osvaldo Cabutto Tenuta La Volta, Barolo Los hermanos Osvaldo y Bruno Cabutto producen vino desde los años 80. Tienen una confesión enológica clara: «Somos tradicionalistas». En Barolo, entre otras cosas, esto significa largos tiempos de fermentación y el empleo de grandes barricas. «Con la madera hay que tener mucho cuidado en el caso del Barolo», opina Osvaldo, «los aromas tostados, que ya nunca se quitan, enseguida pueden dominar el sabor del vino». Tenuta La Volta abarca 20 hectáreas, y anualmente se producen 45.000 botellas de Barolo. Las cepas más viejas llegan a los 50 años. De ellas se vendimia la Nebbiolo para el Barolo de añada y el Riserva, llamado Domenico Cabutto por el abuelo.