Política sobre cookies

Utilizamos cookies propias y de terceros, así como los datos de la conexión del usuario para identificarle. Estas cookies serán utilizadas con la finalidad de gestionar el portal, recabar información sobre la utilización del mismo, mejorar nuestros servicios y mostrarte publicidad personalizada relacionada con tus preferencias en base a un perfil elaborado a partir de tus hábitos y el análisis de tu navegación (por ejemplo, páginas visitadas, consultas realizadas o links visitados).

Puedes configurar o rechazar la utilización de cookies haciendo click en "Configuración e información" o si deseas obtener información detallada sobre cómo utilizamos las cookies, o conocer cómo deshabilitarlas.

Configuración e información Ver Política de Cookies

Mi Vino

Vinos

CERRAR
  • FORMULARIO DE CONTACTO
  • OPUSWINE, S.L. es el responsable del tratamiento de sus datos con la finalidad de enviarles información comercial. No se cederán datos a terceros salvo obligación legal. Puede ejercer su derecho a acceder, rectificar y suprimir estos datos, así como ampliar información sobre otros derechos y protección de datos aquí.

Los Nuevos Riojas

  • Redacción
  • 1999-12-01 00:00:00

Algo trascendental está ocurriendo en la viticultura española. Un terremoto que afecta a las raíces de nuestra enología, cuyos primeros síntomas y sacudidas vienen de antaño, cuando en Ribera del Duero se encaramó a los primeros puestos del rankig nacional con sus tintos potentes, abundantes en taninos, de ajustada crianza en madera. Aquí se elaboran los mejores vinos rojos o tintos, que es lo mismo, de nuestro país, con cimas como Vega Sicilia . Pero luego vino Alejandro, el de Pesquera, conquistando el paladar y el corazón de Robert Parker, y sumando puntos hasta superar los 90. La apoteosis. Y mientras tanto, Rioja, la dormida, perdía sus laureles. Porque si en Ribera del Duero se apostaba por el nuevo gusto, y Alión dictaba el magisterio, los Hermanos Sastre alcanzaban la nobleza, Teófilo Reyes liberaba su creatividad, Pingus se encaramaba a las subastas de vértigo, o Valsotillo defendía la exquisita sobriedad del mejor Tinto Fino, por citar algunos ejemplos... en Rioja sólo defendía la plaza Barón de Chirel, la excepción que confirmaba la regla del adormecimiento cuando no adocenamiento. Luego irrumpió avasallador el Priorato, con sus Clos, sentenciando definitivamente la tendencia. Han tenido que pasar diez años, que puede que no sean nada, para que reaccionaran los riojanos con una apuesta decidida por los taninos dulces y frutosos, el roble nuevo, y el añadido prudente de varietales foráneos pero históricos como el Cabernet Sauvignon. Mérito de bodegueros de apellido ilustre, como Francisco Hurtado de Amézaga, heredero del Marqués de Riscal que fue y es santo y seña del mejor rioja. Y tras él, con la personalidad intacta de viticultores centenarios, los Muga, Bujanda, López de la Calle, Florentino Martínez, Josechu Bezares, Miguel Ángel de Gregorio, Eguren, Vallejo, Faustino Martínez o el recién llegado Fernando Remírez de Ganuza. Todos han sacado vinos de “Alta Expresión”, de los que hemos ya he tenido ocasión de hablar (ver Vinum 8 y Vinum 14). No es, por lo tanto, necesario insistir en el papel interpretado por vinos como “Marqués de Vargas Reserva Privada”, “Campillo Especial”, “Roda I” -que fue el primero en valorar y comprar alto y justo la buena uva, mientras la suya, todavía insuficiente, la vendía a otros- “Mayor de Ondarre”, “Señorío de San Vicente”, “Torre Muga”, “Grandes Añadas”, “Pagos Viejos”, “Altún”. “Allende”, “Finca Valpiedra”, “Remírez de Ganuza”, incluso el último Lander del 95, que indica lo que se avecina en Bodegas Lan, con Javier Echarri.
Pero lo más significativo es que a este puñado de bodegas sin prejuicios, que tiene como único horizonte hacer el mejor vino posible, se están incorporando marcas que hasta hace poco se sentían seguras y confortables en su clasicismo homogeneizador. La incorporación de una bodega tan exquisitamente clásica como Rioja Alta, con su “Marqués de Haro” es todo un síntoma de lo irreversible de un proceso que debe generalizarse, al menos en la línea de los vinos de máxima calidad que toda bodega que se precie debería tener. Porque aquí no se trata sólo de color y taninos, sino de respetar la personalidad del terruño, de elaborar los vinos con las uvas de las mejores fincas, olvidando la mezcolanza habitual en los riojas de peor calidad. Jugarse la añada si hace falta cuando el clima no acompaña. Pero la costumbre de mezclar vinos de todas las zonas para conseguir un resultado homogéneo ha impedido, hasta ahora, ofrecer al consumidor una riqueza en matices y características que en Rioja resulta tan abundante como olvidada. Esta diversidad se manifiesta con toda su crudeza en los distintos tipos de suelo que hoy soportan el cultivo de la vid: suelos terciarios arcilloso-calcáreos, formados por calizas, margas y areniscas, en una serie de glacis y terrazas perfiladas en la masa de los depósitos terciarios. Son profundos, más o menos cascajosos, y predominantes en la Rioja Alavesa, donde las tierras son accidentadas, de suaves colinas orientadas al mediodía, lo que les permite recibir los rayos del sol, al tiempo que están protegidas de los vientos fríos del norte por la Sierra Cantabria. El buen drenaje de las tierras en pendiente evita que se hinche la uva en época de maduración cuando pueden ser las lluvias abundantes. En consecuencia, son vinos de mucho extracto, resultan glicéricos, con pH elevado y acidez adecuada.
Estos criterios de terruño lo siguen, con más o menos rigor, bodegas de alto valor estratégico como CVNE, con su “Real de Asua”, y su filial Viñedos de Contino, con “Finca del Olivo”, Palacios, con su “Reserva Especial”, Bodegas Roda, con “Cirsion”, Bodegas Bretón, con su “Alba de Bretón”, Luis Cañas, con sus vinos “Reserva Familiar” y “Amaren”, Murrieta, con “Dalmau”, Palacios Remondo, con “2 viñedos”, Finca Allende, con “Aurus”, Montecillo, con el “Selección Especial”, incluso Paternina que ha sacado un “Clos” con mejores intenciones que resultados.
Visto en perspectiva, lo que hace una década era un sólo vino, el Barón de Chirel, y hace un lustro media docena, son hoy, entre unos y otros, más de treinta. Ahora sí, Rioja puede ser considera en justicia como una D.O. Calificada, aunque la gran mayoría de sus vinos, fundamentalmente los crianzas, sigan aferrados a un pasado que, todo hay que decirlo, sigue dando buenos dividendos. La conclusión es: ¿hasta cuándo habrá que esperar para que se establezca algún tipo de clasificación que diferencie claramente a estos nuevos vinos riojanos del común de los mortales?

enoturismo


gente del vino