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20 años, 20 números: 20 años Vinum una mirada retrospectiva

  • Redacción
  • 2000-11-01 00:00:00

¿Se acuerda de dónde estaba y lo que hacía en los primeros días de noviembre del año 1980? Recuerde: en Alemania, Helmut Schmidt aún llevaba la voz cantante, Ronald Reagan estaba siendo elegido en los EE.UU., en España quedaban apenas tres meses para el 23 F, la mayor zozobra de la joven democracia española... y en el vestíbulo de una estación de provincias, un hombre joven mataba el tiempo leyendo revistas.

Indudablemente había otras publicaciones más a la moda que esa revista amarillo vainilla que sostenía entre las manos, tras rebuscar un poco, y que resultó ser el primer número de una revista de vinos. Indudablemente, ni la ilustración de portada, de inspiración antigua, ni el concepto de la Casa (Hospices de Beaune: Museo, hospital y viñedos; La alta escuela de cata de vinos; El Pinot noir en riguroso examen) eran apropiados para suscitar gran interés por la revista. Y sin embargo, su título emanaba una cierta fascinación. Algo así como lo que se siente cuando se conoce casualmente a alguien, sabiendo que quizá no sea aún el momento de profundizar en esa relación, pero que la química seguro que funcionaría... Lo confieso: entonces no hojeé el primer Vinum. Al menos, no inmediatamente. Aunque el tema me hubiera interesado vivamente, ese producto de la prensa me resultaba, a mí y a mis veintitrés años, demasiado académico. Si alguien me hubiera dicho que en un futuro no muy lejano esa cosa me atraparía entre sus garras, más aún, determinaría mi vida, lo habría tachado de demente.
Llegó bastante estrecho de hombros, ese primer número de Vinum. Sólo unas 50 páginas de grosor, maquetado con sencillez, pero prometiendo grandes cosas. Para empezar, que el lector «amante del vino» se convertiría en «conocedor del vino». Pretendía ser «objetivo y de actualidad», un consejero neutral para la elección y la compra del vino, pero también quería «sugerir expediciones de descubrimiento propias, una propia cultura del vino, una bodega propia». Muchos propósitos para una publicación de pequeña editorial independiente... ¿Qué tal le iría?
«Bien, ha ido bien», pudo comprobar aliviado Rolf Kriesi, editor de esta «revista para los amigos del vino», dos años y veinte números después.
La publicación contaba con diez mil suscriptores en otoño de 1982, es decir, dos años después de su lanzamiento. En abril de 1983 habrían de ser casi doce mil. El número 50, de otoño de 1985, salió con una tirada de 40.000 ejemplares, y el que marcaba los diez años de existencia llegó a los 45.000 ejemplares; hoy se imprimen regularmente alrededor de 60.000 «Vinum» en cuatro ediciones. Desde 1983, la edición alemana y la suiza se configuran por separado. En 1992, el editor de Vinum Rolf Kriesi lanzó la edición francesa, y desde hace tres años Vinum también se publica en español.
Aunque Vinum se haya transformado en su aspecto exterior (el primer «lifting» se produjo precisamente para su décimo cumpleaños, el último data de hace un par de meses), en cuanto a su contenido Vinum se ha mantenido sorprendentemente fiel a sí misma a lo largo de veinte años.
Por una parte, está la actitud crítica que rápidamente nos granjeó la fama de ser una publicación «de izquierdas». «Nuestra meta es la conservación de la multiplicidad», escribía Rolf Kriesi en el número 4/1983, «en los tiempos que corren, del dinero fácil y el pensamiento centrado en los beneficios, el vino está expuesto a peligros cada vez mayores. Tiene el camino trazado para convertirse en bebida de masas. Nosotros luchamos contra ello, apoyando y fomentando los vinos originales, honestos y perfilados, tanto de los vinicultores grandes como de los pequeños. Es imperioso darse prisa, porque si no, el vino del año 2000 ya sólo será una bebida alcohólica de marca que se manipulará y comercializará como los refrescos». También el credo que declaraba el editorial del número 50 resultaba bastante batallador, y halló su confirmación en el número 100 (10/1990, página 35). Si el vino, en el año 2000, no ha degenerado en bebida alcohólica de masas, hay que agradecérselo un poco al pequeño equipo de los padres fundadores de Vinum.
Las comprometidas palabras de Rolf Kriesi no han sido palabras hueras de editorial, como ha demostrado Vinum en numerosos artículos ya desde los primeros números. Por ejemplo, cuando nuestra revista «Rompe una lanza por el comercio del vino» (editorial 3/1982), pero en un artículo del mismo número advierte de los trucos publicitarios en el comercio del vino, aconsejando: «No caigan en las trampas del vino.»
O cuando el entonces redactor jefe Andreas Keller se desataba en improperios contra la fallida política cuantitativa de los vinicultores suizos (editorial 12/1982) y pedía una «reconsideración con respecto a los criterios de calidad suizos», y Rolf Kriesi insistía sobre ello en el número siguiente, pidiendo a los vinicultores suizos una política de precios más adecuada a los consumidores, aconsejándoles: «Bájense del burro». Ya Andreas Keller había declarado en uno de los primeros números (1/2 1982): «Vinum no pretende ser una verdadera revista de los consumidores, Vinum ya lo es."
La postura crítica de Vinum no sólo le reportó amigos. Se hablaba de que «Wallis amenaza de muerte» en el número 10/1986, en el que se seguía comentando la producción excesiva de vinos suizos, pero en especial de los de Wallis. Y un comerciante de vinos encolerizado se quejaba de que «cuantos más conocimientos se transmiten acerca del vino, más tenía él que bregar, como efecto secundario, con los listillos». (Vinum 10/88).
Vinum no solo les parecía demasiado «de izquierdas» a sus críticos, sino también algunas veces incluso bastante osada. En las damas desnudas de la portada del especial Champagne (708/1986), realizada por un artista, como la mayoría de las portadas, un lector especialmente indignado ya no sólo veía «pornografía, sino Sodoma y Gomorra.»
Otra portada que también suscitó protestas: El número de marzo de 1987 mostraba «una mano ruda sujetando una delicada copa de vino blanco». Las uñas, desde luego, no estaban escrupulosamente limpias. «Pero nadie lo espera de la mano de un viticultor», escribiría Rolf Kriesi en un editorial. ¡Y un cuerno! Las uñas sucias provocaron «reacciones de indignación». Ante esto, nuestro editor de Vinum reflexionó y se inspiró para un nuevo y ardiente credo en favor de la autenticidad, en el que escribía, entre otras cosas: «A algunos bebedores de vino quizá les conviniera pasar unos días conociendo el trabajo en el viñedo. Quizá entonces beberían el vino con más respeto y lo juzgarían con menos soberbia. (...) La tierra es algo valioso que deberíamos cuidar. Sin compenetración con la tierra no hay vino. Y sin manos que trabajen, tampoco. De no ser así, podríamos ahorrarnos todos los esfuerzos y preocupaciones que conlleva la viticultura, evitarnos todos los riesgos de heladas y granizo, y en el futuro producir vino sintético en fábricas, clínicamente aséptico y estéril, ofrecido por modelos publicitarios de manos manicuradas, cuyas uñas estén siempre escrupulosamente cepilladas y perfectamente pintadas».

De revista nacional a publicación internacional
Vinum siempre quiso ser más que una revistita de asociación nacional para el fomento de la creación autóctona. Lanzada como «revista para los amigos del vino», la coletilla de «internacional» no apareció en el título hasta 1986, y Vinum no se convirtió en «la revista internacional del vino» hasta el año 1991, tras un intermezzo como «Vinum-el mundo del vino». No obstante, su comportamiento fue internacional desde el primer número. Ya en el 3/1981 incluía el «vino made in USA». Los números siguientes viajaron por Australia, la Toscana, La Rioja, Jerez, el Beaujolais, Châteauneuf du Pape, con un memorable reportaje sobre Château Rayas y su fallecido propietario y creador Monsieur Reynaud. Un detalle divertido: en los años de la fundación de Vinum, todos los franceses se llamaban Monsieur, a veces abreviado como M., lo que hacía pensar en un nombre de pila como Marcel o Martín. El fiel lector de Vinum no averiguaría hasta años después que el nombre del legendario Reynaud era Jacques: en septiembre de 1995, el redactor de Vinum Thomas Vaterlaus volvió a retratar al excéntrico vinicultor.
Los autores de Vinum a veces viajaron muy lejos y a lugares peligrosos para ofrecer la actualidad en reportajes de primera mano. Sobre la pista del falso Chablis, Rolf Kriesi llegó hasta Alaska en 1983 (5/83), y en los números 5 y 9/1989, Inge Lippman buscaba en el Líbano a los supervivientes de la cultura vinícola y halló «Vinos superiores a pesar de las bombas y las granadas». En su artículo de enigmático título «Mezze Kibbeh, Cabernet», Thomas Vaterlaus le escribió un emocionante epílogo (5/1999) «diez años después de la guerra civil».
Los padres fundadores de Zurich naturalmente también se interesaron por el «gran cantón», como los suizos llaman a su
país vecino. Ya en el número 1/1982 había información sobre vinos alemanes. «Los vinos alemanes nunca habían sido tan buenos ni tan limpios», aseguraba el autor, Rudolf Germann, a sus lectores, y finalizaba su artículo con las siguientes palabras: «Es un error creer que el vino alemán ha de ser dulce. (...) La mayor parte de la producción se dedica a los vinos de calidad, elaborados cada vez más secos o con un azúcar residual apenas perceptible». A partir de 1983, los lectores alemanes obtuvieron su propia edición. Lo que no impidió a Martín Kilchmann anunciar un artículo sobre el país vinícola Baden en el número 4/1988 de la edición suiza con las siguientes palabras: «Vinum ciertamente fue fundada en Suiza y allí creció. Pero desde 1983 aparece también una edición alemana. Ésta se publica mes tras mes con el apoyo efectivo de nuestro redactor de Alemania en Munich. Se diferencia de la edición suiza en que dedica mucho más espacio al vino alemán».

Vinum ha rescrito la historia del vino
Durante mucho tiempo, Francia fue el más importante suministrador de material para los reportajes sobre el vino. Burdeos siempre ocupó una posición especial para Vinum. El número 3/1981 estaba dedicado al oro dulce de Sauternes, el 5/1892 a la ciudad vinícola de Saint-Emilion, y tampoco se relegó a Burdeos en los años siguientes: la familia Rothschild ocupaba el centro del número 10/1993, en el 11/1984 se honraban los Crus Bourgeois del Médoc en un amplio informe, y en el 3/1985 le tocaba el turno a los «Graves, el origen de Burdeos»: apenas hubo una revista en la que no se presentara en alguna parte algún vino de Burdeos. Pero también le tocó el turno a regiones menos conocidas: por ejemplo, el Jura francés (10/1981) o el Loira (10/1982). En el número 9/1982, los dos fundadores de Vinum Roland Bärtsch y Rolf Kriesi visitaron el Alto Ródano. El primero como fotógrafo de talento, el segundo como ingenioso historiador que inmediatamente rescribió un capítulo especial de la historia del vino. Aseguraba Kriesi pícaramente que el caballero Gaspard de Sterimberg, que según la leyenda acabó su vida como ermitaño en una árida roca sobre el Ródano, donde cultivó las primeras cepas Hermitage, no era otro que un tal Kaspar de Sternenberg -un municipio en el Oberland de Zurich-, declarado desaparecido en 1215...
En el mismo reportaje tomaban la palabra algunas figuras legendarias más. Por ejemplo, Etienne Guigal, el «inventor de los legendarios Crus Guigal de Côte-Rôtie». También se retrata a un tal M. Chapoutier (no, esta vez no es Monsieur, sino Max, padre del actual Ms: Michel Chapoutier, cuyos vinos también presentamos en el presente número).
La relación que Vinum ha mantenido con la Borgoña ha sido bastante conflictiva. Ya lo hemos mencionado: el primero de todos los números estaba dedicado al Hospices de Beaune en Borgoña. En el número 12/1982, Vinum investigó a fondo algunas casas vinícolas de la Borgoña y mostró «lo que hay detrás de la fachada». Se hablaba de «Casas de renombre y compañías fantasma», y de la tendencia al vino de corta vida. Por lo demás, los borgoñeses tuvieron que soportar algunas críticas más del autor Rudolf Germann. «Los borgoñeses no son gente de trato fácil», escribió. «Con ellos hay que tener paciencia. Hay que adaptarse a ellos. Sí que saben celebrar fiestas, pero prefieren hacerlo entre ellos».
«El Borgoña ha muerto, larga vida al Borgoña», declaró, en cambio, dos años después Andreas Keller con alegría (número 4/1984), aprestándose a corregir los cinco errores más importantes en el trato con el Borgoña. Presentaba además una paleta de vinicultores que, según el autor, hacían «verdadero Borgoña» y no vinos engañosos, y declaraba al final lo que distinguía a los unos de los otros: el verdadero Borgoña ha de relucir en rojo rubí, tener aromas elegantes, fluir como la seda y poseer una finura sutil.
En otras varias degustaciones y pequeños reportajes se rindió homenaje al «verdadero Borgoña». Pero su auténtico turno no le llegó a esta región hasta el número 4/1989. «¿Se hará la luz en Borgoña?», se preguntaba el autor Thomas Schnetzer poniendo el dedo en la llaga de los borgoñeses, cuando en una cata de Pinot noir de ámbito mundial los tres primeros puestos fueron ocupados por un vino californiano, uno del sur del Tirol y uno suizo, y no por vinos de la Côte d’Or. «¿Qué huele a podrido en el Pinot de Borgoña?», quería saber, por ejemplo, o bien: «¿Aún valen lo que cuestan?». Aunque yo entonces sólo llevaba algunas semanas formando parte del equipo de Vinum, aún me acuerdo muy bien de las furiosas reacciones a este artículo, e intenté templar los ánimos en agosto de 1991 con un breve informe anunciado bajo el titular «La Borgoña, viento en popa». Mejor aún les fue en noviembre de 1993. Entonces el Borgoña volvía a estar de moda, al menos así rezaba el titular de portada. El dossier sobre el tema ocupaba nada menos que 32 páginas y rehabilitaba definitivamente a esta región, esperamos que también a ojos de nuestros lectores.

Italia bajo la fiebre del Cabernet
El buen periodismo necesita de buenos acontecimientos. Los redactores de Vinum de la primera época, a mediados de los años ochenta, los encontraron en abundancia en Italia. Y los autores no escatimaron en artículos prácticamente visionarios sobre los vinos de Italia.
En el número 9/1981, bajo el título «Un vino impone la moda», Erich Grasdorf predecía una evolución que más tarde habría de superar las más audaces expectativas. Este reportaje estaba dedicado al Brunello di Montalcino, el «novato entre los vinos caros de este mundo». Aún en el número 1/1987 se consideraba el Brunello el «vino más prestigioso de Italia». Pero empezaban a aparecer algunos comentarios críticos. «La extensión de los viñedos sigue aumentando. Pronto habrá mil hectáreas cultivadas de vid, aunque hace pocos años aún se consideraba el límite superior 800 hectáreas. Que tanto el Brunello como el de Nardi reciban la banderola DOCG no refuerza precisamente la confianza en esta máxima forma del control de calidad italiana», escribía el autor Jens Priewe.
En el número 11/1992 se cataron los Brunello del año 1987. «Los Brunello costosos; los Borgoña adecuados», presentaba la guía Vinum, y Andreas März escribía: «¡Cómo nos hemos equivocado con estos vinos del 87! ¡Cuántos de ellos han llegado a alcanzar un éxito inesperado! Seguro que nunca serán bravucones, pero allí donde se trabaja con el objetivo de la calidad superior desde el viñedo, han surgido vinos de gran elegancia y finura».
«¿Hasta qué punto es noble el Nobile?», preguntaba Erich Grasdorf en el número 6/1982, en un artículo crítico en el que también separaba el grano de la paja: a un lado los «Nobile que merecen su nombre», y al otro los «Nobile que no merecen llamarse Nobile». En el número de septiembre de 1991 se examinaron con lupa los Nobile de 1987. «El Nobile vuelve a ser Nobile», pudo titular Vinum con alegría.
En general, Italia fue adquiriendo una posición creciente dentro de Vinum, como país vinícola y como objeto de reportajes cada vez más amplios. Desde el sur del Tirol hasta el sur de Italia fueron pasando prácticamente todas las regiones a intervalos regulares. Demasiados artículos merecerían releerse, como para poder reflejarlos todos aquí. Pero no debe quedar sin mención el dossier extraordinariamente completo de Martín Kilchmann, titulado «Grandes vinos de pequeñas barricas: Italia en plena fiebre de la barrica» (11/1985) o bien «Desde Sassicaia hasta Gaja, la moda italiana del Cabernet» (5/1985) del mismo autor, pues son temas que aún hoy siguen poseyendo un valor actual y, precisamente por ello, se releen con especial deleite.

Llegan los españoles
Los dossieres en los que hoy centramos nuestra especial atención fueron ya muy pronto el núcleo de nuestra revista. «Llegan los españoles» se llamaba uno de ellos, uno de los primeros artículos amplios sobre el tema de los vinos españoles, publicado en el número 10/1984. Las fotos eran de Heinz Hebeisen, que un año antes había entrado en funciones en Vinum con un artículo sobre «Lo mejor de La Rioja» y que, hasta hoy, aún no se ha declarado en huelga cuando se trata de iluminar correctamente la belleza de España o la calidad de sus vinos.
Este paso trascendente hacia la internacionalidad fue fruto de varias circunstancias. Por un lado, el que Carlos Delgado, director por entonces de la revista «Vino y Gastronomía», rompiera sus relaciones con el editor, quedando en disponibilidad para otras aventuras; por otro, Heinz Hebeisen llevaba tiempo acariciando la idea de un Vinum para los lectores de habla hispana, que representan nada menos que un colectivo potencial de casi 400 millones de personas en los cuatro continentes; por último, nuestros contactos con la realidad española nos había convencido de lo idóneo de la idea. Y así nace, en Junio de 1997, el primer número español de Vinum, bajo la dirección de Carlos Delgado, la participación inestimable de Bartolomé Sánchez como responsable de catas, el resto del equipo de la revista «MiVino», la de mayor tirada en España, con más de 40.000 ejemplares mensuales. Y con Heinz Hebeisen no sólo como responsable de la parte gráfica y la coordinación internacional, sino como Gerente en representación de la casa madre suiza.
En los 20 números publicados se han tratado temas de gran impacto como el dedicado a las D.O. en alza, históricas zonas vitivinícolas en proceso acelerado de revitalización, y que hoy, tres años después, son una realidad pujante. El título no podía ser más expresivo: “Granel o Gloria” (2/97). Otra importante contribución fue el dossier titulado “Asombra Jerez” (4/98), una llamada de atención sobre el peligroso deslizamiento hacia la mediocridad de esta zona vitivinícola española de prestigio internacional. Para realizar el reportaje recorrimos tierras extremeñas y gaditanas Kriesi y yo, junto a Hebeisen, Bartolomé Sánchez y Carlos Delgado, que oficiaba como jefe de expedición. Fue un viaje inolvidable, un asombro que plasmé con estas palabras: «¿cómo es posible que en un mundo que se despedaza por los grandes vinos como jamás se ha visto en la historia del vino, ignore productos tan exquisitos y únicos como los viejos vinos de jerez?». Poco después, Vinum España volvía a la carga con otro trabajo de gran repercusión: «Tiempo de taninos» (8/98), una llamada de atención y apoyo a los nuevos tintos de Rioja, donde lo viejo ofrece una dura resistencia al cambio amparándose en la coartada de la «tipicidad». Carlos Delgado, no dudaba en calificar a los bodegueros de la nueva vanguardia vitivinícola de «plaga que destruye la mediocridad, tan ‘típicamente’ riojana, de una zona gloriosa. Un grito tras el silencio». Toro, La Mancha, Extremadura, la emergente realidad de una Catalunya sorprendente, han sido algunos de los temas tratados en la edición española de Vinum, y que han tenido reflejo en el resto de las ediciones. En estos 20 números, nuestra revista en español se ha consolidado, ganando prestigio y respeto en concurrencia con otras revistas enológicas de mayor tradición, hasta alcanzar un liderazgo que se traduce en ventas, difusión y publicidad.

El dossier como identidad
Junto a los artículos sobre países y regiones propiamente dichos, tal y como se encuentran también hoy en prácticamente todos los números, sin duda son dignos de mención, además, los dossieres de inspiración culinaria. «Vino y queso» (6/1988), «Vino y pescado» (6/1989) o bien «Vino y aves» (10/93) son algunos ejemplos. Mencionemos además el número dedicado a la cata (5/1992) como uno de los dossieres que no sólo halló un enorme eco entre nuestros lectores, sino que también divirtió mucho a los que participaron en su elaboración. El dossier que ha hallado mayor consideración en los últimos tiempos está dedicado al «Terruño, el último secreto del vino». Está en el número 5/1997...
Este breve resumen de 20 años de Vinum (centrado especialmente en los «tiempos pioneros de nuestra revista») necesariamente ha de ser incompleto. Merecerían reconocimiento aquí muchos más temas, escritos a menudo por personas que hoy ya no pertenecen a nuestra revista, pero que ahora aplican en otro lugar lo que aprendieron con Vinum. Un cúmulo de conocimientos relacionados con el vino están reunidos en sus 200 números, crítica y alabanza, didáctica y entretenimiento, ciencia y filosofía, pero siempre -y esto me llama la atención ahora que releo este texto- son sorprendentemente autónomos. No, no tengan miedo, con esto no quiero decir en última instancia que seamos mejores que todos los demás, muy al contrario, hay demasiadas cosas que mejorar. Sólo un poquito de otra manera, un poquito a la manera Vinum. Y espero que siga así los próximos veinte años.

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