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Dicen los puristas que el rosado más perfecto es el que presenta un color rosáceo pálido. El más común o típico es el tono piel de cebolla y rosa. Toda esta gama cromática viene motivada por cómo se ha desarrollado la cosecha y por los métodos de elaboración. Si el año ha sido soleado, el tono será más rojizo intenso porque la uva tinta lleva más materia colorante. En un año de clima más inestable, de frío y lluvias, el color pierde intensidad, y da rosados con tonos de piel de cebolla. La uva que se emplea en la elaboración de los rosados también influye en la fase visual. La Cariñena, por ejemplo, da ribetes de tonos de granada; la Cabernet Sauvignon, tintes frambuesa, y la Garnacha, la uva reina del rosado, presenta tonalidades malvas. Los años también pasan factura. Un rosado de una cosecha reciente es de color rosáceo vivo, con matices fresa-frambuesa y reflejos azules, mientras que, transcurridos varios años en botella, el color tiende hacia los tonos anaranjados.
