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Carlos Moro. El vino sin medida

  • Redacción
  • 2008-11-01 00:00:00

Con la llegada del otoño, los campos de Peñafiel, Pesquera del Duero y todos los pueblecitos que crean la línea imaginaria de la llamada “milla de oro de la Ribera del Duero” lucen coloridos. Las cepas se muestran frondosas junto a la carretera y las montañas se adivinan tras el rastro de un mar de viñas. Zigzaguea el asfalto entre tanto capricho de dioses hasta llegar a Valbuena del Duero. Apenas unas casillas arremolinadas en torno a un corpulento castillo, eso es Valbuena. Un pueblo sumergido en una tradición de forma y fondo, que en ocasiones se permite alguna moderna alteración, como esa gran nave de corte minimalista y grandes ventanales a la que han llamado Emina o lo que es lo mismo, el Centro de Interpretación del Vino diseñado, creado, sentido por uno de los grandes empresarios de la zona, Carlos Moro. Aparcas el coche en un lateral de Emina. Bajas y lo primero con lo que te tropiezas es con un museo al aire libre de cepas, 70 variedades procedentes de todas las partes del mundo. Es temprano y aquel espacio está poseído por el silencio, tan sólo se atreve a hacerle sombra una tenue melodía, “Oh, dulce luna, oh suave noche”, de Las alegres comadres de Windsor. Entonces descubres que el sol, la uva y la tierra parecen estar de acuerdo en despertarse al son de aquella maravilla. De repente se acerca, correteando entre esas viñas, una especie de mastín de pelo largo y blanquecino. Pronto, detrás de él, adivinas el perfil de uno de los hombres más emblemáticos de esta tierra y alma del Grupo Matarromera, Carlos Moro. “Lo primero que hago cuando me levanto es salir con mi perro y caminar entre los viñedos. Contemplar este paisaje en el que he crecido y al que amo. Hago lo mismo por las noches. No me resisto a empezar y terminar el día admirando esta naturaleza”. Pronto te das cuenta de que la música tiene su por qué en este rincón de la Milla de Oro: “Soy un apasionado de la música clásica”, comenta Carlos Moro. “No entendería mi bodega ni mi vida sin ella. Por eso, cualquiera que se acerque a Emina siempre se encontrará con una melodía en el ambiente”. Multiespacio vinícola Tras el hilo de la música, se llega al interior de Emina. Entonces brota la luz. Una luz que penetra por las enormes cristaleras sin pedir permiso, como cualquiera que trabaja en la casa: los despachos están abiertos, las puertas no existen y las vistas se pierden por la planicie de vides que es la Ribera del Duero. El despacho de Carlos Moro es un cristalino mirador que dibuja la radiografía de esta tierra de vino y tradiciones. De pie frente al gran ventanal, comienza a mostrar las lindes: a un lado, las viñas; al otro, Valbuena; y dibujando en el horizonte, se podría adivinar Olivares de Duero. “Cada mañana, cuando llego a mi despacho y me asomo por estas ventanas, el paisaje me recuerda quién soy y de dónde vengo. Olivares de Duero es mi casa. Allí crecí, allí aprendí de vino y allí supe lo que era apasionarse por mi tierra. Y el resto que contemplo desde aquí es la realidad de mi vida. Vivo vinculado a Valladolid y me siento un difusor de la cultura de mi Ribera del Duero por todas la partes del mundo”. Difundir, transmitir y crear. Tres factores clave en la ideología e inquietud de este capitán de barco, que ha conseguido revolucionar la Ribera del Duero con un proyecto donde el pasado y el presente adquieren forma de investigador del siglo XIX. “Cuando me planteé el proyecto Emina, mi objetivo fue dar forma a un espacio para el arte, la cultura, la tecnología y la investigación. Creo profundamente en la evolución de la tecnología aplicada al vino. Eso también forma parte de nuestra idea como grupo. Pero no sólo aquí en Valbuena, sino que en mis cinco bodegas se está trabajando con la tecnología, con el aprovechamiento de cada mínima cosa que nos pueda dar la naturaleza, con la tierra que, al fin y al cabo, es de la que vivimos”. Con la construcción de Emina se consiguió dar a la Ribera un eje desde donde partiera el enoturismo por la zona. Así, el multiespacio vinícola abraza un museo, una tienda de productos de la firma -desde cosméticos a utensilios elaborados con elementos naturales-, un restaurante, un hotel, un laboratorio, un lugar para la lectura y otro para invitar a la charla en torno al vino. El resultado es la fusión entre cultura y vino. Carlos lo tiene claro, “el vino es arte y es transmisión de cultura, de la cultura de una zona, de una región, de un país. Con Emina hemos querido crear un centro de interpretación vitivinícola. Que todo el que entre en Emina pueda descubrir de dónde y cómo surge el vino y aquí, en esta casa, junto a estas viñas con historia”. Nomenclaturas históricas La historia de ese trocito de la Ribera y la historia de Emina se remonta al siglo XII, a la existencia de los monjes cistercienses en Olivares y Valbuena de Duero. De ahí el nombre de este centro de cultura vinícola. “Claro. En aquel entonces, cada monje tenía su ración diaria de vino, que era de una hemina. De ahí que en el momento en el que creé la bodega decidiera bautizarla con ese homenaje”. Alrededor de esta bodega hay 42 hectáreas donde se cultivan Tinta del País, Cabernet Sauvignon y Garnacha. Pero también, alrededor de la filosofía que Carlos Moro proyecta en sus bodegas y vinos surgen caprichosos de destilados y algún que otro vino, como Oxto, que recuerda quién baña estas tierras, el Duero. “Con Oxto hemos querido recuperar la antigua elaboración de los vinos fortificados que se hacían en la desembocadura del Duero portugués allá por el año 1678”. Fuera de las lindes de Valbuena del Duero, siguiendo por la tierra de Castilla y sobrepasando sus lindes, en ciertos momentos, el camino te muestra algún hito en el que llega el nombre de Carlos Moro. ¿Hay algún lugar de Castilla que no sepa de él? “Matarromera somos un grupo compuesto por cinco bodegas y una destilería de aguardientes y brandies. Tres de ellas están situadas en estas tierras de la Ribera del Duero -Matarromera, Emina y Renacimiento-, otra forma parte de la Denominación de Origen Cigales -Valdelosfrailes- y también hacemos un blanco perteneciente a la Denominación de Origen Rueda -Aldor-. Asomado a su balcón acristalado, en Valbuena del Duero, frente a un mar de cepas, Carlos sueña en voz alta: “Miro al futuro y pienso que quiero seguir contribuyendo a la mejora del patrimonio cultural de mi tierra, apostando por la investigación y la cultura del vino”. Dejó atrás su vida política para dirigir las viñas familiares. Fue ampliando sus tierras y dando forma a un concepto que bajo el nombre de Matarromera se ha situado entre los más importantes del mundo. Así, media vida la disfruta en cualquier punto del mundo, con alguno de sus grandes vinos en la mano; y la otra media vida, clama su creencia de fusión de cultura y vino. «En Emina quise crear un espacio para el arte, la cultura, la tecnología y la investigación»

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