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Convertir el agua en vino

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  • Redacción
  • 2014-09-02 17:38:41

La vinicultura en Argentina y Chile sería impensable sin riego. A ambos lados de los Andes, Aurelio Montes y Aurelio Montes hijo buscan maneras de hacer vinos cada vez mejores con cada vez menos agua

Cuando se pasa la frontera para entrar en Chile, los funcionarios de aduanas llevan a cabo un registro exhaustivo. No solo buscan armas, drogas o contrabando, sino sobre todo cosas tan cotidianas como manzanas, pepinos o bocadillos. Los chilenos tienen un cuidado escrupuloso para que en su país no entren productos agrícolas del exterior. Por eso no es extraño que Chile sea el único país del mundo en el que la filoxera no ha hecho su aparición hasta la fecha, y tampoco hay falso mildiú. La mayoría de las cepas son de pie franco. Los Andes por un lado y el Pacífico por el otro son barreras naturales para los parásitos y gérmenes patógenos. Solo los humanos y algunas especies animales son capaces de cruzar esta frontera. Como por ejemplo los gansos silvestres de la Patagonia, que sobrevuelan la Cordillera. Los indios mapuches los llamaban Kaiken, que también es el nombre de la bodega del pionero del vino chileno Aurelio Montes en la Mendoza argentina, dirigida por su hijo Aurelio.

Los que charlan con el padre y el hijo sobre la vinicultura y sus retos siempre terminan hablando del mismo tema: el agua. Una hectárea de tierra en Chile no cuesta una fortuna, pero sin un permiso duradero de extracción de agua no sirve para nada. Para extraer agua hace falta una licencia. Esta licencia se inscribe oficialmente y, a continuación, se puede negociar en una comarca determinada. La unidad de medida de este comercio es el litro por segundo. En el norte del país, donde hay muchas minas, se pagan hasta 100.000 dólares estadounidenses por un litro por segundo y en las regiones vinícolas del sur, algo más de 2.000.

Del informe sobre el agua llevado a cabo en 2013 por las Naciones Unidas se desprende que Chile es uno de los países más privilegiados de Sudamérica en lo que respecta al agua. Según este informe, peligra sobre todo el ámbito de la industria, donde las necesidades son más elevadas. Y el Gobierno ha tomado las medidas necesarias para proteger el medio ambiente de la explotación. Así, hoy existen zonas protegidas en cuanto a aguas residuales y estrictas limitaciones en la concesión de nuevas licencias de extracción de agua.

 

Cambiar el arbusto espinoso por la vid

Vamos en coche con Aurelio Montes a Zapallar, donde posee un viñedo a tan solo siete kilómetros de la salvaje y ventosa costa del Pacífico. La influencia del mar es grande y las temperaturas son relativamente suaves. Montes fue el primer vinicultor que plantó cepas en esta región, en la que antes prácticamente no había vegetación. Quizá algunos matorrales espinosos, algo de hierba tras la lluvia y muchos, muchos cactos. “Donde crecen los cactus, también las cepas están a gusto”, reza una máxima popular en Chile, lo que nos lleva de nuevo al mismo tema: el agua. A las vides y a los cactus les gustan los suelos bien drenados y permeables. Pero mientras que los cactus almacenan mucha agua en muy poco tiempo, la cepa deja pasar la mayor parte.

En Zapallar, la media de precipitaciones anuales es de 450 milímetros. En realidad no es poco, pues por ejemplo en Londres es de unos 600 milímetros. Pero en la isla británica cae en forma de llovizna frecuente, mientras que en Chile prácticamente solo llueve durante los meses de invierno -de mayo a septiembre- y casi nada en la fase de crecimiento de la planta (se vendimia en abril). La única solución es regar.
El riego de las viñas aún hoy sigue considerándose como una mácula cualitativa y las discusiones sobre el tema son controvertidas. Ya en las culturas más avanzadas de la Antigüedad, como por ejemplo Egipto, la India o la antigua América, los cultivos agrícolas se regaban manualmente. En aquel entonces se trataba sobre todo de conseguir cantidad, pues solo gracias al riego podían crecer los asentamientos. Hoy el debate se centra en la calidad: un riego inadecuado o excesivo disminuye el potencial cualitativo de las cepas, mientras que en zonas calurosas la vid sin regar produce cosechas tan pequeñas que no resultan rentables, y a menudo las uvas están sobreconcentradas.

 

Con el diluvio a la calidad

En la bodega de Kaiken en Mendoza, la familia Montes posee un viñedo con cepas de Malbec de cien años de edad que siempre se han regado. Mendoza, en realidad, es un desierto, aunque más verde que muchas ciudades de Europa central. Y es gracias a su sistema de canalización, que no solo abastece a un jardín botánico de casi 400 hectáreas, sino también a los innumerables árboles que jalonan las calles. Este sistema de canalización también suministra agua a muchos viñedos, que para regarlos sencillamente se inundan. Claro que sería más ahorrativo instalar un riego por goteo moderno, pero las cepas, acostumbradas desde hace años a estas inundaciones, acusarían el cambio de método. “Sería una muerte segura”, explica Aurelio Montes hijo. Incluso hay vinicultores que defienden vehementemente el riego por inundación, pues aseguran que garantiza una mejor calidad y, además, elimina por ahogamiento a los parásitos que haya en el suelo.

Para la familia Montes, cualquier esfuerzo es poco por ahorrar agua en sus majuelos de Chile y Argentina. En Chile han contratado a la joven investigadora de la vid Betzabe Galaz. El proyecto está cofinanciado por el Estado. “Considero la vid como un todo”, explica Galaz. Paso a paso, ha analizado diversos parámetros, desde la frondosidad y el volumen de cosecha hasta la preparación del suelo y las formas de cultivo. Adoptando medidas como cambiar el método de cultivo o cubrir de corteza de pino el suelo bajo las cepas se ha podido ahorrar hasta un 19 por ciento de agua, lo cual supone hasta cuatro millones de litros por hectárea y año. Las viñas de Montes actualmente se riegan estratégicamente, para lograr que las cepas desarrollen raíces largas y se abastezcan de nutrientes en las capas más profundas del subsuelo. Con frecuencia, menos es más.

 

Convertir el desierto en tierra fértil

En las zonas más húmedas de Chile, como la región de Maule, por ejemplo, hay viñedos tradicionales que sobreviven sin riego. No así en Marchigüe, la parte occidental del valle de Colchagua, donde Aurelio Montes posee más de 550 hectáreas de viñedo. Montes tiene más que suficiente tierra, pero ¿de dónde sacar el agua? “Sabía que si no encontraba más agua era el fin”. En esta región seca como el polvo, las precipitaciones anuales solo alcanzan los 350 milímetros y la tierra es árida y caliente. 15 bombas abastecen cinco cisternas con una capacidad total de más de 1,5 millones de hectolitros de agua, justo lo suficiente para lograr una cosecha rentable en los majuelos existentes. En el año 2011, Aurelio Montes se sacó el carné de piloto con instrumentos, lo cual permite a este aviador apasionado despegar con su Cessna en condiciones de mala visibilidad. Durante un vuelo con visibilidad sobre Marchigüe, el vinicultor descubrió una parcela con piedras blancas redondas, como las que hay en las zonas fluviales. “Era extraño, porque no había río alguno en kilómetros a la redonda”, relata Aurelio. Analizaron los suelos y averiguaron finalmente que esta superficie de unas tres hectáreas de extensión tuvo que haber sido un glaciar hace alrededor de 120.000 años. El peso del hielo formó el paisaje. Luego, una fuerte erupción volcánica transformó esta formación hace unos 10.000 años, el glaciar se fundió y un río lleno de rocalla atravesó la actual parcela de Marchigüe en dirección al mar. Esta y otras evoluciones geológicas han dejado un suelo mezcla de piedra, granito y lodo al que Aurelio Montes certificó un potencial cualitativo tan alto que plantó la parcela en 2004 y, por primera vez, prescindió de todo tipo de riego. Naturalmente, la cosecha es muy escasa en ese majuelo, las uvas son pequeñas y de piel gruesa, y su zumo es altamente concentrado. Son las uvas que Montes selecciona para hacer su nuevo gran vino, Taita. La añada de 2007, la primera, no salió al mercado hasta el año pasado, y en 2015 le seguirá la de 2009. Cuestión de precio: alrededor de 200 euros. En muchas de las etiquetas de sus botellas hay un ángel, y Aurelio Montes dice de su última creación: “Que en este terruño excepcional podamos ahorrar agua y, al mismo tiempo, conseguir la mejor calidad, es realmente fantástico”.

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