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“Hacer las américas”

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  • Sara Cucala
  • 2018-11-08 00:00:00

¿Por qué los vinos californianos están entre los mejores del mundo? ¿Qué tienen la Cabernet Sauvignon o la Chardonnay de esta tierra que las hacen únicas? Este viaje 'on the road' nos lleva a las entrañas de las perfectas, bellas, lujosas y glamurosas tierras de los valles de Napa y Sonoma para conocer los nombres que han hecho de este lugar un punto de referencia en el mundo del vino; para dar respuesta a estas cuestiones; y también para descubrir las razones que han llevado a tres empresas españolas a 'hacer las américas' y ampliar sus fronteras en estas lindes.


E n el trayecto de Nueva York a San Francisco iba recordando las razones por las que decidí pasar mis vacaciones entre los viñedos de Napa Valley y Sonoma. Es inevitable no remitirse al cine para viajar un poquito con las ganas: ¿quién no se apuntó a la tendencia de la Pinot Noir el día que vio Sideways (Entre copas, 2004), en la que se narraba la historia de aquellos dos amigos que deciden celebrar una peculiar despedida de solteros por los viñedos californianos? Aquellos parajes perfectos y esas vinotecas de diseño donde, copa tras copa, uno de los protagonistas nos analizaba al dedillo la Pinot Noir: "Es el vino hedonista por excelencia".


Sí, desde entonces he soñado con hacer este viaje. Y también el día que leí en un libro aquella sublime cata en mayo de 1978 de un inglés comerciante de vinos que organizó el mayor reto de la historia: una cata a ciegas para descubrir cuáles eran los mejores chardonnays y Cabernet Sauvignon del mundo. Mudos se quedaron los franceses al destapar los ganadores y descubrir que el top top de esos vinos se elaboraba en el Château Montelena y en la Bodega Stags Leap del Valle de Napa. ¡Glups! Aquello, ¡claro!, también se llevó al cine bajo el título Bottle Shock.


Antes de iniciar el viaje, me pregunté: ¿Hay algún español elaborando vinos en este lado del mundo? Así que, con la maleta casi vacía (por lo que pudiera ocurrir), comencé mi ruta hacia el Nuevo Mundo movida por la curiosidad, las ganas de saber cómo se elabora el vino en el otro extremo del mundo y las ganas de encontrarme con los bodegueros entre las viñas californianas.



Hacia los viñedos
Llegar a San Francisco es sumergirse en un filme en el que uno se convierte en un personaje de un guión en tiempo real donde se suceden las acciones a pie de calle entre mendigos, jóvenes frikis, brillantes mentes que idean la revolución en las empresas de tecnología más punteras del mundo, travestis, familias de jóvenes perfectos y viajantes en bicicleta dejándose las carnes en las pendientes vertiginosas de sus calles. San Francisco es la ciudad de la tolerancia, la puerta abierta de Estados Unidos al mundo de la convivencia. Es cosmopolita y provinciana a la vez. Es de montaña y de mar. Es una de esas ciudades que se te mete en los poros porque no tiene doblez, se muestra como es, repleta de contrastes, y eso atrapa, enamora. Cualquier buen viaje comenzaría aquí, como el que te lleva a un inolvidable paraíso de vid, de lujo y sofisticación como son los valles de Napa y Sonoma.


'On the road'
Sales de San Francisco con su perfecto caos, te metes con el coche en el mítico Golden Gate pensando que horas antes alguien te contó que después de Disney World, los valles del vino californiano son lo más visitado de Estados Unidos... ¿Más que Nueva York? –preguntas perpleja–. Pues sí. La pasión por el vino en este país es casi tan descomunal como su precio en las cartas de los restaurantes americanos. Pero, a pesar de eso, se bebe con ganas y conocimiento.


Una hora de trayecto rumbo al norte sin ningún encanto más que saber que el GPS (fundamental para hacer este viaje) te llevará a tu primera parada en ese mundo perfecto, repleto de lujo, que casi casi en ocasiones te crees que estás en un Disney World de vinos. Primera etapa: el Culinary Institute of America (CIA), en Santa Helena. Cuando uno entra en ese vetusto y bien cuidado edificio del siglo XIX y de repente te corre la prisa de ser todo lo que no eres ni serás nunca: cocinero, agricultor, bodeguero, enólogo... Impactante y excelente carta de bienvenida al fastuoso mundo de la gastronomía y el vino de Estados Unidos. En el edificio aledaño a donde se alojan las enormes cocinas, te quedas atrapado en un espacio dedicado al vino absolutamente cuidado y pensado al milímetro. Por estas aulas han pasado los mejores profesionales del mundo y parece como si las almas hubieran decidido quedarse a vivir entre esas piedras con historia. Lo entiendes tan bien...


Cae la noche y buscas en el pueblecito de Santa Helena un restaurante donde poder otear con ganas las cartas de vinos y los platos top de esta zona. En cuestiones de comida... pues mejor no comentar. Santa Helena, llamada ‘la calle principal del Valle de Napa’, como todos los pueblos del valle, es callecitas perfectas, con tiendas perfectas, cafés perfectos y vinotecas perfectas como Merryvale Vineyards (la primera bodega del valle en construirse después de que terminara la prohibición), en la que si llegas a tiempo (antes de las seis de la tarde) quizá puedas participar en una cata. El vino está hasta en la sonrisa de los lugareños. ¡Cómo no!


En los restaurantes, las cartas de vinos ya te anuncian lo que vas a encontrar en días sucesivos: aquí se habla de uvas, no de marcas ni bodegas. Sí, es cierto que cuando uno prueba una variedad que le ha gustado luego busca esa bodega con verdadera ansia. Pero ya te lo anuncia la camarera de la noche: “La Cabernet Sauvignon es lo que nos define”. Sin embargo, en California se cultivan variedades españolas, italianas, francesas... Los cultivos van por modas. En estos valles la vida de una cepa no supera los 25 años. Al cumplir su mayoría de edad, son arrancadas y entonces se cultiva algo nuevo. Sin embargo, sí, esta es tierra de Cabernet Sauvignon, pero también de Pinot Noir, Merlot o Syrah, con las que se elaboran elegantes tintos. Y de Chardonnay o Sauvignon Blanc, con los que se hacen vinos muy frutales. Te da la sensación de que en los viñedos de esta zona crecen las fascinaciones, las uvas que provocan pasiones. Posiblemente por eso entiendes que ahora no dejen de hablar de sus nuevos cultivos de Albariño, ¡olé!


Cada año hay más de cuatro millones de visitantes que deciden visitar el valle de Napa. Algunos se aventuran en coche por el valle, haciendo parada y fonda en las más de 500 bodegas visitables que salpican todo Napa, cada una con sus propuestas de cata y enoturismo. Y otros deciden comenzar esta ruta por en el centro de Napa, recorrer sus calles como sacadas de un plató de cine e ir descubriendo la historia de este lugar: los tiempos de la fiebre del oro, la época de la prohibición y los años de auge después de la Segunda Guerra Mundial. Después, como hacen muchos de los viajeros, se suben al lujoso tren de época, con sus cortinillas de terciopelo para recorrer a todo lujo los viñedos: es el famoso Napa Valley Wine Train (www.winetrain.com)


Mi viaje se trazó en coche coincidiendo con una vendimia que este año justo se retrasaba. Por eso, en cada parada me encontraba con enólogos y bodegueros mirando todo el día al sol, pellizcando las uvas a pie de viña y diciendo "a ver si la semana que viene podemos ya vendimiar, esto está casi a punto". Lo fascinante de este viaje es descubrir las dos partes que definen a esta zona: por un lado, el lado extremadamente glamuroso y despampanante del Valle de Napa y, por otro, el buenrollismo, relajación y un tanto desaliñado y hippismo intencionando que irradia Sonoma. Estas son las dos caras de una misma tierra productora de algunos de los mejores vinos del mundo.


Descubrimientos
Se sabe que en estas tierras se cultivaba vid y se hacían vinos desde finales del siglo XIX. Si no hubiera sido por los tiempos de la Ley Seca, la zona habría prosperado mucho más. Fue en los años setenta cuando un grupo de bodegueros volvió a impulsar la industria; esto, para muchos de los de aquí, fue el inicio del auge del vino en California. Aquella gran cata a ciegas que ganaron los californianos fue el punto de partida de un boom por los vinos del Nuevo Mundo que, de la noche a la mañana, se posicionaron como los mejores.


Para saber el porqué es necesario conocer a alguno de los protagonistas que han conseguido subir mucho más el valor de los vinos en esta zona. Uno de ellos es Anthony Bell. Su bodega Bell Wine Cellars es un bello y tranquilo paraje rodeado de viñas donde cada día reciben a decenas de visitantes, comerciantes y gente del vino ansiosos por descubrir algo nuevo. "Siempre tienes la sensación de que lo que estás haciendo tiene solo una oportunidad para salir bien, pero es bueno apostar para poder lograr cosas nuevas". Anthony fue el primero en usar una tecnología que ozoniza las uvas, luego las pisan y después las procesan para evitar así usar dióxido de azufre para envejecer el vino. "Con esta técnica hacemos un gran vino y cubrimos la demanda de un consumidor que busca este tipo de referencias". Una charla larga con Anthony mientras pruebas parte de sus mejores referencias supone por un lado las reflexiones sobre cada vino en voz alta, bajo la intesa mirada de Anthony analizando cada palabra de tu mal inglés. Cada vez que él abre la boca, te llevas una perla de información: "¿Sabes que hay máquinas que controlan el viñedo y te avisan cuando la uva está perfecta para elaborar el vino?". Le digo que sí, que claro que en España también existen. A lo que él, con sonrisa irónica, me dice: "Ya, pero aquí la máquina te dice que la uva está lista para elaborar un vino según los criterios de Parker. Incluso a pie de campo ponen carteles que dice: Este vino tendrá equis puntos de la prestigiosa guía de Parker".


Hoy en día Bell Wine Cellars es una gran bodega posicionada entre los mejores vinos de la zona. En el otro extremo, sin movernos del Valle de Napa, se encuentra otro de los casos de éxito, otra de las maneras de hacer, mimar y elaborar vino en esta tierra, la de la familia Ilsley. Janice, Ernie y David son la tercera generación de bodegueros con 50 años de historia a sus espaldas. Los dos hemanos viven junto al viñedo. Otean su evolución desde la ventana del salón de casa. Recorren las viñas junto a su inseparable perro subidos en un cochecito de golf mientras van pellizcando las cepas: "La mejor prueba de saber si la viña está lista para su recolección es probar el fruto". Como muchas pequeñas bodegas de nuestro país, parte del trabajo de esta familia consiste en pasearse por el mundo con sus botellas en la maleta y dar a conocer vinos trazados por el perfil puramente californianos. "Hemos aprendido de nuestros padres y ahora estamos deseosos de que una nueva generación familiar también se involucre en este proyecto. ¡A ver qué pasa!", te comenta Janice, a lo que añade: "Y espero que lo hagan las mujeres de la familia porque aún somos pocas las que estamos vinculadas a este mundo. Cuando algún crítico habla de nuestros vinos aún pone el nombre de mis hermanos delante del mío". Sin embargo, ha sido uno de los vinos elaborados por una mujer, Heidi Barrett, por el que más se ha pagado en el mundo. 500.000 dólares por el único Screaming Eagle de 1992 de seis litros.


En mayo de 2014, el grupo Pernod Ricard compra una de las bodegas históricas de Sonoma, Kenwood Vineyards. Un camino de vid te lleva al viejo edificio de 1906 donde hoy se aloja con solera la bodega. Se comenzó a cultivar y producir vino en el año 1970. Nueve hectáreas de viña rodean esta casa que te recibe con la sala de degustación repleta de vinos y la ágil explicación de su enólogo, Zeke Neeley: "Además de lo que producimos aquí, Kenwood elabora crus con las mejores denominaciones del Condado de Sonoma: el valle de Río Ruso, el valle de Alejandro, el valle de Arroyo Seco, el valle de Sonoma y la montaña de Sonoma". No es la única bodega que tiene el grupo francés, sino que también elabora espumosos de calidad en su bodega de Napa Valley, Mumm-Napa.
Antes de abandonar estos parajes bellísimos de cepas en espaldera, paras en otra de las bodegas de la zona para degustar sus Cabernet Sauvignon: Pine Ridge. Primero te adentran en sus cuidadísimos entrañas, donde entre las añadas vetustas se presentan los comedores turísticos en los que se elaboran catas y degustaciones a diario. Después, te subes a la terraza y gozas de ese tiempo exclusivo que tiene esta tierra donde las nieblas de la mañana se pierden con la salida del sol y el fresco de la noche protege con mimo el fruto de la vid.


Hacer las 'américas'
Cuando has conocido parte de la gente que vive y hace vino en esta tierra, sabes que ha llegado el momento de al menos indagar en las bodegas creadas por españoles en este Nuevo Mundo:
Carneros (sur del Valle de Sonoma). Mayo de 1986. En lo que fueron tres graneros y campos de labranza el equipo de Josep Ferrer (presidente honorífico de Freixenet) cumplió el sueño de su padre: tener bodega en Estados Unidos. Se aró la tierra, se cultivaron Chardonnay y Pinot Noir, se colgó el cartel de Glòria Noguer, en homenaje a su mujer y todas las mujeres de su familia, y se hizo la más bella de las inauguraciones de la zona, con el directo de Plácido Domingo llenando de música todas las viñas. Así llegó la primera cosecha, la de 1986, de la que se produjeron 36.000 botellas de espumoso. Hoy, en sus 135 hectáreas de viña, se elaboran más de 1,5 millones de botellas de espumosos y vinos tranquilos.


1991. Carneros. Se abren las puertas de Artesana, la modernísima bodega de Codorníu en el Valle de Napa con una mujer al frente, Ana Diogo Draper. La bodega está rodeada por 60 hectáreas de colinas, cuyas tierras son "de arcillas poco profundas y pesadas" donde crecen viñedos alineados a la perfección de Pinot Noir y Chardonnay de los que brotan pequeños racimos de uva de sabor muy intenso. Pero los campos de vid de la casa se extienden mucho más allá hacia el Valle de Alexandre, donde también hay plantado Tempranillo, Garnacha y Graciano.
1992. Marimar Torres, cuarta generación de la Familia Torres, visita los valles situados junto al Valle de Russian River. Se enamora y decide montar una bodega con aspecto de masía catalana: Marimar Estate. Encontró su lugar en el mundo y decidió rendir su personalísimo homenaje a sus padres. Así, bautizó a sus viñas, a 15 kilómetros del Pacífico, como Don Miguel; y las tierras situadas en Sonoma como Doña Margarita. En esos primeros años, en esas tierras plantó Chardonnay y Pinot Noir. Hoy, Marimar elabora seis referencias con estas variedades y también una con Albariño (en Sonoma).

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