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Ribeira Sacra, salvaje “monumento a la paz”

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  • Laura López Altares
  • 2020-10-05 00:00:00

Es probable que esta región vinícola gallega, que alberga la mayor concentración del Románico rural de Europa, sea una de las más fascinantes del mundo. Los cañones del Sil y el Miño, cubiertos de bancales de viñas al borde del precipicio, esculpen un paraje magnético que turba y atrae con una fuerza irresistible. Los viticultores de la zona desafían a una naturaleza ingobernable 'trepando' por escarpadas laderas para recoger un fruto no menos indomable. Pero de la Mencía del vértigo y otras variedades autóctonas tan interesantes como la Merenzao o la Godello surgen originales monovarietales y mezclas explosivas que hablan de un territorio tan único que aspira a convertirse en Patrimonio de la Humanidad.


Existen lugares en los que naturaleza se alza desafiante, hipnótica como un canto de sirena –o de una de las xacias gallegas que habitan en el Miño–, bella hasta la insolencia. La Ribeira Sacra, con el corazón dividido entre Lugo y Ourense, tiene una presencia salvajemente turbadora, y asomarse a sus precipicios implica una variante del síndrome de Stendhal para aquellos que la visitan. Decía Milan Kundera en La insoportable levedad del ser que "el vértigo significa que la profundidad que se abre ante nosotros nos atrae, nos seduce, despierta en nosotros el deseo de caer, del cual nos defendemos espantados". Como cuando se contempla el dulce abismo de los cañones del Sil desde alguno de sus espectaculares miradores. Hay una magia atávica instalada en estas misteriosas tierras, y no es de extrañar que exista una leyenda mitológica sobre su origen: se dice que el dios Júpiter quedó hechizado por la Ribeira Sacra y la atravesó con el Miño para poseerla (claro que ignoraba que hay almas ingobernables). Juno, su esposa, loca de celos –teniendo en cuenta el historial de infidelidades del caprichoso Júpiter, razones no le faltaban–, abrió una herida inmensa en aquella desconocida para desdibujar su belleza, partiéndola en dos por escarpados cañones; al enterarse, Júpiter la condenó a vagar eternamente por la Ribeira Sacra, y cubrió la cicatriz con las aguas del Sil.
Aunque jamás sabremos si los dioses a los que rezaban los romanos habitaron realmente este salvaje paraíso, hay vestigios de nuestros antepasados conquistadores en toda la Roboyra Sacrata –"roble sagrado", para los celtas–: allí se instalaron hace más de dos mil años, fascinados por sus vinos y cegados por su oro. Tanto es así que, como nos explica José Manuel Rodríguez, presidente de la D.O.P. Ribeira Sacra, llegaron a desviar el curso del río Sil en Montefurado, horadando la montaña para instalar un lavadero de oro en la que sería una de las mayores obras de ingeniería de extracción de minerales de todo el Imperio.
Siglos después, en la Edad Media, los monjes también encontraron en estas tierras un rincón de paz y espiritualidad en el que asentarse: "Se instalaron aquí con grandiosas obras: hay que tener en cuenta que estamos en la mayor concentración de Románico rural de Europa, con 164 iglesias románicas y 16 monasterios. Eso da una idea de la gran riqueza que atesoraba este territorio", cuenta Rodríguez. El Monasterio de Santo Estevo de Ribas de Sil, hoy Parador Nacional –con un tentador spa que mira al bosque–, es uno de los más bellos ejemplos de aquella valiosa huella de historia, arte y silencio. Pero no la única. En este paraje en el que la piedra atraviesa los bosques de robles y castaños como una poderosa centinela, el legado de aquellos monjes también respira en unos viñedos imposibles. Porque se dice que fueron precisamente ellos quienes introdujeron el cultivo en terrazas para que el vino cobrara vida en las casi inexpugnables montañas de la Ribeira Sacra.       

Territorio indomable
Hoy en día, los viticultores siguen librando una colosal batalla contra la accidentada orografía de la zona: los pequeños y estrechos bancales de viñas que salpican los cañones del Sil y el Miño convierten su durísima labor en un acto de heroismo. Los socalcos –a algunos de ellos solo se puede acceder en barquitas desde los ríos–, con pendientes que pueden alcanzar un 85% de desnivel, ponen muy difícil el acceso con maquinaria, y por eso son los propios viticultores quienes prácticamente trepan por las escurridizas laderas en época de vendimia, transportando las uvas del vértigo sobre sus hombros. Aunque estos frutos, hijos de la verticalidad, se han contagiado del espectacular paisaje, y son únicos en el mundo: "Tienen una fruta y un aroma especial, estas laderas le confieren unas cualidades organolépticas intensas, muy aromáticas y afrutadas. Por eso la variedad Mencía o la Godello en esta tierra se expresan de una forma diferente", señala el presidente de la D.O.P. Ribeira Sacra.
Las 2.500 hectáreas de viñedo de la Denominación –un 5,2% del suelo dedicado a la vid en Galicia– se distribuyen en 20 municipios situados a lo largo de las riberas del Miño y del Sil (al sur de Lugo y al norte de Ourense), que a su vez se agrupan en cinco subzonas diferenciadas: Amandi, Chantada, Quiroga-Bibei, Ribeiras do Miño y Ribeiras do Sil. El contraste más profundo se da entre los valles del Miño y el Sil: en el del Miño, la temperatura media es de 14°C, con una pluviometría de 900 mm anuales; en el del Sil desciende hasta los 13°C, y se registran 700 mm anuales. Además, sus suelos también son muy diferentes: en el Valle del Miño son de origen granítico, de fracciones arenosas y limosas, frescos y permeables, mientras que en el Valle del Sil predominan las arcillas.
Esta variedad de climas y suelos contribuye a potenciar la singularidad de las indómitas viñas de la Ribeira Sacra: "En todas las regiones vitivinícolas el paisaje marca la personalidad de la uva, pero muy especialmente aquí. El Miño y el Sil, con los diferentes recodos y vueltas que van dando, nos ofrecen todas las orientaciones, grandes pendientes y diferentes suelos. Estas diferencias hacen que esta singularidad esté mucho más acentuada que en otros territorios", destaca José Manuel Rodríguez.
La expresiva y voluptuosa Mencía es la indiscutible reina de la Ribeira Sacra –de los 3.496.411 kilos que se han recogido hasta el 24 de septiembre, 2.809.318 son de esta uva–, aunque no hay que perder de vista a otras variedades autóctonas (algunas de ellas en proceso de recuperación) tan interesantes como las tintas Brancellao, Merenzao, Sousón o Caíño Tinto y las blancas Godello, Loureira, Treixadura, Dona Branca, Albariño o Torrontés. De estas uvas equilibristas que danzan entre el vacío y la tierra firme surgen vinos muy originales, con alma atlántica y una vitalidad fascinante.

Los fiordos gallegos
Como dice quien mejor los conoce, el presidente de la Denominación, son el complemento ideal para degustar la suculenta gastronomía de la región: "El vino es el fruto de un territorio, y el acompañante de la gastronomía de ese territorio. Hablar de un vino de la Ribeira Sacra tinto (es lo que somos mayoritariamente) es hablar de un complemento ideal para platos como pueden ser el pulpo, el cocido, la castaña, la caza...".
En este paraje exuberante y magnético, la gastronomía es otro de los grandes reclamos, con productos de muchísima calidad, como la carne –de cerdo, ternera, cabrito, cordero y caza–, las setas, las cerezas, las castañas, la miel... Sus caldeiradas de rape o bacalao, sus empanadas o la bica mantecada de Castro Caldelas –un bizcocho típico orensano– son indispensables para saborear las suculencias del vértigo. Acompañadas de vino, siempre: "Voy a parafrasear a un gran cocinero que dijo que el vino es como un buen amigo, cuando lo necesitas lo tienes ahí. El vino de la Ribeira Sacra es ese gran amigo para cuando te sientas a la mesa y necesitas un buen acompañante para los platos, creo que esa es su gran virtud: es un gran compañero para la comida", sentencia José Manuel Rodríguez entre risas.
Además de sus paradas imprescindibles en las bodegas y restaurantes de la zona, el enoturismo en la Ribeira Sacra ofrece muchísimas propuestas atractivas: el Festival do Viño da Ribeira Sacra, el Centro del Vino, aguas medicinales en las que sumergirse, senderos fascinantes, pueblos históricos –como Monforte de Lemos–, miradores tan espectaculares como el de Cabezoás o los Balcones de Madrid, algunos de los templos más bellos del Románico, sobrevolar el territorio en globo... o navegar en catamarán por los fiordos gallegos. Desde los cañones del Sil y el Miño se contempla el apabullante dominio de una naturaleza salvaje que no se doblega, tallada en socalcos y brumas.

Las bodegas del vértigo

"Alguien dijo que la Ribeira Sacra es un monumento a la paz, un lugar de relajación, un territorio espiritual donde te sientes en paz", dice el presidente. Y en sus bodegas, enclavadas en parajes de una belleza voraz pero serena, es fácil reconciliarse con los fantasmas de uno mismo y del mundo.   
Ponte da Boga, nacida en el convulso 1898, es la más antigua de la Denominación, y se encuentra en Ribeiras do Miño. Bancales Olvidados, su Mencía de viñedos recuperados, es una espléndida prueba del gran potencial de envejecimiento de esta uva.
En la pequeña Vía Romana, rodeada de un paisaje bellísimo, también han custodiado como un tesoro la cara más íntima y sugerente de la Mencía, que madura en depósitos de acero inoxidable.
Los vinos de Dominio do Bibei, en una de las zonas más desconocidas de Galicia y rodeado por naturaleza salvaje, tienen una identidad única, marcada por las pizarras del río Bibei.
Pioneros en elaborar vinos de crianza y en apostar por variedades autóctonas minoritarias, en Adega Algueira ofrecen diferentes experiencias: picnic entre viñas, travesía por el Sil o una deliciosa comida tradicional en su restaurante O Castelo, que utiliza productos de agricultores locales y verduras de su huerto.  
La vendimia en Regina Viarum, premiada cinco veces como Mejor Bodega de Viticultura Heroica por el CERVIM, es un espectáculo de riesgo. Allí, en la subzona de Amandi, cultivan "auténticas islas de la biodiversidad vitícola" a 45 grados de inclinación.
Adegas Moure es una de las bodegas más emblemáticas de Ribeiras do Miño, y sus vinos Abadía da Cova son muy rompedores: es el caso de su interesante rosado monovarietal de Caíño (que luce un xacio en su etiqueta).
Este año se han enfrentado a una cosecha complicada, pero de muy buena calidad, y comparten reto todas ellas: la D.O.P. Ribeira Sacra ha presentado su candidatura para convertirse en Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Sería la primera denominación en lograrlo... y con su poder de fascinación es muy probable que lo haga. Porque, como concluye su presidente: "Es un territoio único que no deja de sorprender. El que viene aquí está deseando volver, y el que no ha venido es recomendable que lo haga".

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