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Casa Rojo, expertos en sorprender

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  • Antonio Candelas
  • 2022-12-06 00:00:00

La verdadera creatividad en el sector del vino no queda limitada a una etiqueta más o menos original, con ese punto canalla infalible que siempre consigue dibujarnos una sonrisa mientras nos invita con coloridas ilustraciones a conseguir una botella y probar. No. La imaginación en el vino no solo tiene que ver con la imagen cuidada y cercana, atractiva e incluso a veces provocativa. Es crucial unir todas esas ideas, que sin duda ayudan a acercarse al consumidor y captar su atención, a un espíritu inconformista que constantemente va buscando la mejor uva para crear el mejor vino posible sabiendo que la siguiente cosecha habrá otra oportunidad para continuar sorprendiendo al público. Un arte que no está al alcance de cualquiera. En Casa Rojo, sin embargo, lo manejan a la perfección.


Llegar a Bodegas y Viñedos Casa Rojo en pleno Parque Natural de la Sierra de la Pila es alcanzar el corazón de Murcia entre la austeridad de las atochas (planta del esparto), la frescura del monte mediterráneo y la diversidad de árboles frutales. La viña aguanta estoica salpicada entre la masa forestal de aquel paraje puro, casi tatuada en el terreno con tinta de Monastrell. Viñas que se aferran a la vida en las laderas formadas por las sierras enfrentadas del Carche y de la Pila. En ese valle que se crea entre ambas, cuyo paraje tiene el curioso nombre de La Raja, se encuentra el cuartel general de los chicos de Casa Rojo, un lugar de extraordinaria belleza que seduce por la luz, el sonido del paisaje y sus aromas a romero, tomillo y pino mediterráneo. Un entorno idílico del que no pueden nacer más que ideas brillantes.
Detrás de este sueño hecho realidad que germina en 2007 en la otra punta del mundo, Tokio, están Laura y José Luis. Os preguntaréis qué tiene que ver Murcia con la capital nipona, y la verdad es que poco, pero fue allí donde la vida los hizo conocerse y comenzar a dar forma a este proyecto vitícola cargado de infinita energía. Aunque nació de la nada, porque tras ellos no había una tradición centenaria avalada por varias generaciones y vastos viñedos en propiedad en las zonas más prestigiosas de nuestro país, entre sus manos tenían algo más importante que un legado: pasión por el vino, un conocimiento extensísimo de cómo estaba estructurado comercialmente el sector a nivel mundial y las ideas muy claras de cuáles debían ser las prioridades del nuevo proyecto. El vértigo estaba servido, porque embarcarse en esta aventura tan apasionante como exigente obligaba a trabajar con los objetivos bien estructurados, sacando el máximo partido a los recursos y optimizando esfuerzos para ser lo más eficientes posible.

El reto de empezar por el final  
La evolución normal de cualquier proyecto vitícola al uso nace de la tradición familiar o de las aspiraciones empresariales de explorar nuevas vías de desarrollo. Una ortodoxia evolutiva que ni José Luis ni Laura tenían. Sin embargo, habían estado años en contacto con el sector y contaban con las claves necesarias para poder comercializar el vino por medio mundo. Pero no solo eso; además, poseían una información de gran valor sobre los gustos de los diferentes mercados internacionales y los porqués a preguntas relacionadas con su comportamiento que, en muchos casos, firmas de reconocido prestigio, aún hoy, se están planteando. "Sabíamos cómo llevar el vino al rincón más alejado del planeta... pero no teníamos el vino", nos cuentan con sentido del humor.
Aunque pudiera parecer que estaban empezando la casa por el tejado, nada más lejos del tópico. Lo que hicieron fue comenzar un intenso proceso de aprendizaje que duró ocho años por toda la geografía española durante el cual fortalecieron la parte técnica siempre desde el punto de vista cualitativo. Cuando se establece Casa Rojo, no tenían capacidad financiera suficiente para tener bodega y viñas, por lo que se armaron de valor y se convirtieron en una suerte de enólogos viajeros que patearon toda España elaborando los monovarietales propios de cada zona. Aprendieron mucho de elaboración, de cómo localizar la mejor uva y de conocer las necesidades constructivas de la bodega. Pero, pasado ese tiempo, aún quedaba pendiente un asunto: "Cuando inicias un proyecto, es difícil tener desde el principio las mejores uvas, para nosotros la gran dificultad de este proyecto no era vender el vino o cómo hacer una bodega adaptada a nuestras necesidades, era tener el mejor viñedo. Conseguirlo es un proceso lento porque no solo se consigue pagando mejor la uva, además hay que crear una relación de confianza con el viticultor que solo se alcanza con el tiempo". Esta reflexión hecha por José Luis explica claramente la razón por la cual el proceso creativo de Casa Rojo no era el que se aplicaba en la mayoría de los proyectos vitícolas –primero, la viña y el vino; luego, la comercialización–, pero sin duda las bases eran robustas porque por encima de todo estaba la aspiración a la excelencia enológica, que solo se logra con buena viña y el objetivo de mejora continua. A día de hoy, en Murcia, tienen en propiedad 26 hectáreas de viñedo.
 
De Murcia al Duero
Este recorrido frenético cristalizó con la inauguración en 2015 de la bodega murciana en el Paraje de la Raja. Una construcción pensada hasta el último detalle buscando el aspecto práctico y la calidad de las labores de todo el equipo humano. Aunque aquí la reina indiscutible es la Monastrell, también se elaboran monovarietales de Garnacha, Syrah y Petit Verdot. Pero centrémonos en cómo se concibe la Monastrell en Casa Rojo.
Esa perpetua búsqueda del mejor Monastrell posible les ha hecho indagar hasta encontrar parcelas muy viejas entre las sierras que escoltan el Paraje de la Raja, preferiblemente orientadas al norte y con cierta elevación para mantener frescura. Una uva impecable y repleta de consistencia, complejidad y matices mediterráneos, pero para Laura y José Luis la mejor Monastrell murciana debe estar elaborada con lo mejor de cada territorio donde se cultiva. Así, hasta ahora, han incorporado uva de la zona de Bullas y no descartan explorar la tercera región con esta uva como principal activo vitícola, Yecla. De esta forma nace Machoman. Un vino etiquetado bajo la figura de protección Vino de la Tierra de Murcia que se mueve en la búsqueda incesante del carácter más puro de la Monastrell murciana. Un carácter que no renuncia a la raza y a la estructura, pero con ese punto desenfadado y amable que mira hacia la fruta negra y las hierbas de monte bajo. Al fin y al cabo, un vino que se parece a la etiqueta que lo viste. Un tipo tatuado y fortachón, pero con aire afable e incluso entrañable.
En ese fructífero bagaje por las zonas vitícolas más importantes de España quedaron especialmente prendados del potencial de la Tinta Fina en la Ribera del Duero. Tanto que así se llama el vino que es el buque insignia de este proyecto que tendrá casa propia en 2023 en Curiel de Duero. Lo que hoy podemos disfrutar como un vino frutal, expresivo y dotado de una frescura innata que lo hace especialmente bebible ha sido un trabajo que ha tardado en forjarse los últimos 10 años. Si bien es cierto que hoy la uva procede en un 80% de La Horra y Roa, en todo este tiempo los orígenes han ido basculando hacia un lugar u otro en función de hacia dónde querían llevar la expresión del vino. Al igual que con la Monastrell murciana, tienen en mente ampliar orígenes de la Tinta Fina dentro de la D.O.P. Ribera del Duero. De esta manera, están trabajando para conseguir la uva de parcelas cercanas a la bodega y, por qué no, de otros lugares como la Ribera soriana tan de moda últimamente.
   A diferencia de Murcia, en la Ribera del Duero únicamente trabajan con la Tinta Fina y, aunque el vino estrella es el que muestra en la etiqueta a la compañera del señor forzudo de Murcia, una mujer de mirada profunda, con una fuerte personalidad, hay otros dos: uno joven elaborado en ánforas (CL98) y un reserva (Alexander Vs The Ham Factory).
Hasta aquí, las líneas maestras de un proyecto vitícola diferente, cuyo orden establecido ha sido modificado para poder entenderlo. Dicho todo esto, hemos de suponer, avezados lectores, que a estas alturas del relato ya habréis reparado en que, tanto el Machoman murciano como la simpática Tinta Fina ribereña son acertadas ilustraciones de nuestros protagonistas Laura y José Luis. Una magnífica forma de conectar todo el discurso enológico que encierra cada botella con los verdaderos artífices de esta locura que comenzó hace más de 15 años en la tierra del sol naciente.

El cambio como norma
Existe otro aspecto del proyecto en el que de nuevo rompen con lo canónico. Estamos acostumbrados, sobre todo en los vinos en los que se mezclan uvas de diferentes parcelas, a que año tras año se mantenga el perfil y las etiquetas perduren en el tiempo. En Casa Rojo, precisamente alentados por esa idea de evolución y de perpetuo movimiento, cada añada es diferente a la anterior en un contexto de mejora y, si eso no es posible por complicaciones de la añada, no sale al mercado. "Queremos vinos que muestren la experiencia que vamos adquiriendo y que se adapten a su vez a lo que demandan nuestros clientes fieles a la marca con todas sus circunstancias". En esta cuestión, José Luis y Laura no dan lugar a medias tintas. Y ese cambio lo experimentan también las etiquetas, que cada añada lucen una modificación en la que se plasma la enorme plasticidad que desprende el proyecto de Casa Rojo.
Llevamos tiempo detectando un cambio de paradigma en el sector del vino, al cual se le ha adjudicado en ocasiones cierto inmovilismo. Sin embargo, Casa Rojo ha demostrado que se puede alcanzar el éxito nacional e internacional por caminos ni mejores ni peores, sino diferentes: tradición por evolución e identidad en el cambio constante. Un camino en el que siempre se mantendrá la capacidad de sorprender con cada botella.

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