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D.O. en alza: Cariñena entre el granel y la gloria

  • Redacción
  • 1997-10-01 00:00:00

Algo se mueve en Cariñena, donde el granel de Garnacha ha cimentado una fortuna que los tiempos actuales va lentamente disolviendo. En estas tierras, donde nació una variedad de uva extendida por medio mundo, la Cariñena, que apenas si hoy ocupa lugar en el viñedo, hay gentes empeñadas en demostrar que la fama prefiloxérica tenía razón de ser, que los vinos pueden ser actuales, con una personalidad apabullante y un nivel de calidad superlativo.

La del vino precioso

Cariñena vive de sus ancestrales raíces vitivinícolas que asombraron a las legiones romanas y por las que mereció el apelativo de “cara” (preciosa), de donde deriva su nombre. De gloriosos vinos ligeros, perfumados, sabrosos, hasta el siglo pasado, el viñedo autóctono de Cariñena fué sustituido por la poderosa Garnacha a impulsos de la demanda francesa, que pedía graneles baratos de mucho grado y más color para suplir los estragos de la filoxera. Claro que ya venían los lugareños suplantando unas cepas por otras: la Cariñena exigía grandes cantidades de azufre para combatir el oidium.
Y así, la variedad que recibe el nombre de su lugar de origen, casi desaparece aquí mientras ganaba prestigio y hectáreas en Francia bajo el nombre de Carignan, o en Rioja donde se la conoce por Mazuela. Hoy, venturosamente, la Cariñena se encuentra en franca recuperación y forma ya parte de los mejores vinos de la zona, junto a la Garnacha, reina y señora de estas tierras.

Cooperativas de vanguardia

Nacidas al calor de la inquietud social del primer tercio del siglo, las cooperativas vitivinícolas, lastradas durante años por la ineficacia, la rutina, y el clientelismo político, despiertan de su letargo suicida. Los aspectos positivos de la cooperación, como mejora en los rendimientos, mecanización, asesoramiento técnico, etc. se están potenciando en el marco de una auténtica concepción empresarial. Control riguroso de calidad, reconversión tecnológica y agresividad comercial, son algunas de las armas utilizadas para competir en el difícil campo del vino embotellado. Y es precisamente en Cariñena donde las cooperativas han tomado las riendas de la modernización. Los primeros vinos con vocación de modernidad nacen de la mano de un hombre proverbial: Luis Gasca Ubide, Director Técnico de la Coop. San Valero, que agrupa a 1.000 socios con un total de 5.580 hectáreas de viñedo. Gracias a su sabiduría y visión de futuro, en la Cooperativa primero y en su propia bodega después, comenzaron a elaborarse vinos con 13 grados, muy por debajo de los 17 habituales. Una auténtica provocación, y su “Clos Monseigner” la demostración de que el tinto de Cariñena podía medirse con los grandes sin renunciar a una contundente presencia de taninos, el paladar amplio y vigoroso, el aroma penetrante y embriagador.
Hoy, la Coop. San Valero, en sus modernas instalaciones, con 3.500 barricas de roble, elabora tintos a base de Garnacha, Tempranillo y Cariñena, como su “Monte Ducay”, muy afrutado, suave y carnoso. Otro vino destacable es el “Marqués de Tosos” con mayor crianza en roble. Junto a estos productos de calidad, San Valero elabora vinos mediocres hasta completar los cerca de 15 millones de litros; pero éstas siguen siendo las servidumbres inevitables del cooperativismo. Servidumbre que no tiene la más modesta Coop. San José, con todo el vino embotellado, y marcas como “Monaste-rio de las Viñas”, de excelente crianza oxidativa, elegantemente graso y tánico.

Se busca un varietal perdido

Pero en Cariñena se ha iniciado otra silenciosa revolución que ya empieza a dar sus frutos: la recuperación del patrimonio ampelográfico autóctono con el que conseguir tintos modernos, ágiles, con cuerpo y capa, intensos y equilibrados. Como los que elabora Covinca, con el enólogo José Pascual a la cabeza. Si su producción mayoritaria sigue dependiendo del granel, sus vinos embotellados han abierto una brecha en el duro camino hacia los mercados de calidad. Bueno es su “Torrelongares”, pero más interesante resulta “Vidadillo”, nombre de una variedad autóctona felizmente rescatada en sus tierras de Almonacid. Esta uva singular tiene un aroma fresco, levemente floral con notas de fruta carnosa madura (melocotón) que cuando se cría en roble adquiere una pátina especiada (vainilla). En boca muestra una personalidad intrigante, buena estructura y un final a “paloluz” dulcemente amargo.
Para José Pascual, la Vidadillo abre unas posibilidades inmensas para la recuperación del prestigio perdido en Cariñena: “En vez de varietales foráneos, que todos utilizan y que tienden a la monotonía, debemos recuperar nuestras uvas. Se dejaron de cultivar por problemas que hoy, con las nuevas técnicas agrícolas, están superados. Sólo así podremos hacer vinos inequívocamente nuestros, pero válidos para el gusto europeo”.

Vinos sin complejos

Cariñena, Garnacha, y, últimamente, Vidadillo: en ellas reside la calidad de estos vinos aragoneses que, criados en madera, adquieren una irrepetible personalidad, sin complejos. Tienen un lugar privilegiado en el paladar de los gastrónomos poco influenciados por las modas. Pero recios, intensos, corpóreos como son, tienden a la demasía si no están bien elaborados. Aquí no caben los términos medios. Y cuando la técnica enológica no está al nivel de las exigencias actuales, el vino se vuelve áspero, astringente, alcohólico, deslavazado. Y esto ha abundado durante demasiados años, creando una densa imagen de vino basto y pendenciero que ha oscurecido el verdadero carácter de los buenos cariñenas. Hoy, de la mano de una importante reconversión tecnológica, se están recuperando pasadas glorias. Bodegas como las de Luis Gasca, y, sobre todo, las cooperativas de San Valero, San José, y Covinca son garantía de un proceso de modernización que ni da la espalda al vino tradicional, ni cae en el error de reducir lo que puede ser un buen cariñena a un mal rioja. En definitiva, vinos sin complejos para una enología de la diferenciación.
Carlos Delgado

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