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Sacacorchos: Herramientas para el vino

  • Redacción
  • 2002-04-01 00:00:00

«¿La mejor inversión en vinos? Un sacacorchos», aconsejaba en su día Anthony Barton, propietario de Château Léoville Barton. Efectivamente, mientras se siga prefiriendo el corcho natural –aunque corra el riesgo de romperse y desmoronarse, o de provocar sabor a corcho– para cerrar las botellas, el sacacorchos seguirá siendo la llave del placer.


Este utensilio se maneja desde hace unos 250 años. Antes, en el siglo XVI, no se necesitaban sacacorchos, sencillamente porque el vino solía venderse en barricas. Los recipientes de cristal, entonces aún muy frágiles, servían fundamentalmente para transportar el vino desde la bodega a la mesa. Luego, en 1620, los ingleses lograron fabricar botellas más sólidas en las que el vino se podía transportar trayectos más largos, horneándolas en hornos de carbón en lugar de los hasta entonces habituales, de madera. Inicialmente se tapaban con trocitos de madera envueltos en tela, sujetos con alambre, de manera similar a los actuales corchos de las botellas de Champagne. Después surgieron los tapones de cristal, utilizados por algunos Châteaux de Burdeos aún hasta finales del siglo XIX.
El corcho natural no se impuso como tapón de botella hasta 1700. Esta innovación también se debe a los ingleses, que importaron la materia prima de Portugal. Los primeros corchos sobresalían de la botella, de modo que se podían retirar con la mano o, en el peor de los casos, incluso con los dientes. Cuando más tarde, por mor de la conservación del vino, se introdujeron completamente en el cuello de la botella, primeramente estuvieron provistos de un sacacorchos «incorporado»: una varilla de metal que actuaba como palanca apoyándose en el borde reforzado de la botella. El resultado era la rotura casi sistemática de todas las botellas.
Siguiendo la búsqueda de una solución mejor, el sacacorchos se convirtió en el utensilio más importante para los bebedores. La primera patente de Inglaterra data del año 1795. Pero, en realidad, no se puede hablar de invento, pues el sacacorchos evolucionó a partir de las varillas limpiadoras de fusiles, con las que los soldados extraían la nitrocelulosa de los cañones. En el siglo XIX salieron al mercado todos los modelos imaginables (e inimaginables), no solamente para abrir botellas de vino, sino también de cerveza y sidra, y frasquitos de perfume y medicinas. Muchos de ellos estaban laboriosamente manufacturados y ricamente decorados, pero no eran prácticos.
Esto no ha cambiado: entre los modelos de diseño expuestos actualmente en los escaparates de las mejores tiendas de vinos, con frecuencia el aspecto supera ampliamente a la funcionalidad. Por eso, en el caso del sacacorchos se puede aplicar la misma máxima que para el vino: ¡No dejarse deslumbrar!


El test de Vinum: el más adecuado


El sacacorchos de vara: poco práctico
No hay modelo más simple y menos práctico que el sacacorchos de vara. La escena se desarrolla más o menos así: la espiral perfora torcida el corcho, que hay que extraer arrancándolo por la fuerza. No es infrecuente que el protagonista pierda el equilibrio en el proceso, y en el peor de los casos incluso se le cae la botella, aprisionada entre las rodillas de manera poco estable y aún menos elegante. Si se trata de una herramienta sin «alma» (así se denomina el espacio hueco en el interior de la espiral, imprescindible para un buen sacacorchos), por regla general, el corcho también termina por romperse. ¡Ni tocarlo!

El sacacorchos de camarero: indestructible
Posiblemente el sacacorchos más utilizado del mundo: es sólido, duradero, manejable y, en caso de necesidad, siempre se puede llevar «puesto». Aunque su empleo exige cierta habilidad y fuerza en la muñeca, cada botella que se abre ya constituye un entrenamiento. El sacacorchos de camarero funciona según el principio de la palanca: se despliega la espiral, se introduce en el corcho girando, la palanca se coloca sobre el borde de la botella y se saca el corcho tirando. Hay modelos con palancas de uno o dos niveles. Algunos de los más bellos ejemplares, fabricados con maderas nobles o asta, proceden de Laguiole, en el Macizo Central francés. Se reconocen por la abeja incrustada en el lado más estrecho.

El Screwpull: facilísimo
Tan fácil de manejar que hasta un niño podría hacerlo. Y esto es una apreciación positiva, pues el Screwpull, inventado en 1979 por un ingeniero de perforaciones petrolíferas de Texas, es capaz de sacar los corchos más rebeldes aplicando un mínimo de fuerza. Ni siquiera hay que tirar, basta con girar. Y esto gracias a una construcción, genial en su simplicidad, consistente en un armazón de plástico que se encaja sobre la botella y una espiral de movimiento libre. Ésta se hunde en el corcho como si fuera de mantequilla hasta que el armazón le ofrece resistencia, y seguidamente saca el corcho a la luz. Hay multitud de imitaciones del original: el que adquiera alguna de ellas, hará bien en elegir la que tiene la espiral recubierta de Teflón, pues reduce entre cuatro y seis veces la fuerza necesaria para la extracción. El Screwpull también está disponible como modelo de bolsillo, con un brazo giratorio


El sacacorchos de horquilla: salvador
Se adecua magníficamente para rescatar corchos rotos del cuello de la botella (por ejemplo, tras emplear un sacacorchos de vara...) o para extraer corchos desmigajados de botellas viejas. Merece la pena invertir en un modelo caro, pues los muelles de los baratos se destensan en un santiamén al encajar el corcho. Por cierto que el sacacorchos de horquilla ya existía en el siglo XIX. Dicen que era el preferido de los criados, sobre todo, porque les permitía darle unos tientos a los vinos finos sin que se notara... En realidad, es más probable que fuera apreciado porque permitía reutilizar los corchos, entonces muy caros.

El sacacorchos de aire comprimido: explosivo
Este modelo, en realidad, debería llamarse «empujador de corchos»: se atraviesa la totalidad del corcho con la aguja, después se bombea con fuerza algunas veces hasta generar una sobrepresión. Ésta es suficiente para que el corcho escape de la botella, a veces suavemente, con frecuencia abruptamente y con un sonoro «plop». Para todo ello apenas se necesitan músculos. También hay ejemplares equipados con cartuchos de ácido carbónico. No queremos ni imaginar el riesgo de resultar lesionado...

El Leverpull: exclusivo
No se trata de un instrumento de tortura, sino de un ingenioso modelo de sacacorchos del inventor del Screwpull. Sólo requiere dos gestos, llevados a cabo mientras los brazos de la pinza aprisionan el cuello de la botella. Primero, bajar la palanca: la espiral antiadhesiva se introduce en el corcho. Segundo, subir la palanca: el corcho es extraído. Después se desmonta la herramienta y se libera el corcho de la espiral repitiendo el gesto de la palanca. Parece ser que el Leverpull sufre cierto desgaste: se oyen quejas de que hay que cambiar la espiral tras haber abierto tan sólo 1.000 botellas. Para la «Generation 2», ya en el mercado, el fabricante promete 35.000 actuaciones, siendo necesaria una espiral nueva cada 2.000 botellas. Tanta funcionalidad (y seguramente también el prestigioso diseño) tiene su precio, compuesto de tres dígitos. Actualmente ya hay modelos similares de otros fabricantes.


Para exigencias especiales
Para perezosos: el sacacorchos eléctrico. Saca el corcho apretando un botón –pero lamentablemente sin un fuerte «plop», sólo con un discreto «zuum».
Para despistados: el sacacorchos atornillado a la pared. Siempre está en el mismo lugar, lo que evita buscarlo desesperadamente en caso de sed.
Para decadentes: el descorchador de Champagne. Se ajusta exactamente a las cuatro hendiduras del corcho, que así se puede sacar girándolo con cuidado. Pero seamos sinceros: ¿acaso no es más bonito sacar el corcho con su sonido característico?
Para ricos: el modelo de bolsillo de Cartier. De hecho, en los años 80 y 90 era una ganga: costaba unos 300 marcos/francos. Actualmente sólo es una pieza de coleccionista.
Para zurdos: el sacacorchos de giro a la izquierda. Todo funciona exactamente al contrario.


De coleccionista

La mayoría de las personas considera el sacacorchos como un medio para un fin. No así los coleccionistas de sacacorchos, o «helixophiles» (traducible, quizá, como «espiralófilos»), como se llaman en inglés: buscan con ahínco modelos raros y antiguos, por ejemplo el «French Cancan», un sacacorchos alemán con forma de dos piernas de mujer con medias de rayas, fabricado entre finales del siglo XIX y principios del XX. Por cada ansiado objeto del deseo pagan una media de 250 a 350 €. Y en Christie’s se ha llegado a subastar un sacacorchos de plata del siglo XVIII por casi 30.000 €. Además, también hay museos del sacacorchos, por ejemplo el de Ménerbes/Provenza, o el de Zella-Mehlis/Turingia.
Pueden encontrar más de 700 sacacorchos raros y curiosos en www.bullworks.net (Donald Bull’s Virtual Corkscrew Museum).

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