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Blanco Duero - Rojo vino

  • Redacción
  • 2000-02-01 00:00:00

Los viejos campos ateridos por la escarcha, remansos y charcas del río alfombrados de hielo; las adormecidas aldeas amparadas por sus viejos campanarios a los que inútilmente los chopos desnudos quieren emular; la paramera que parece infinitamente ondulada y quieta transitan por el invierno con la esperanza siempre de una primavera que suele ser fugaz y del castigo seguro de los crueles, ardientes veranos. Solamente el otoño es ameno y plácido junto al Duero, y no sólo porque en su dorado curso maduren las uvas y se llene de aromas y de olores el vino.

El gran río ha venido saltando un kilómetro de altura, a veces con juvenil violencia, desde las cumbres de Urbión; se ha curvado para visitar Soria, se ha dormido entre pinares y cuando consigue su certificado de paternidad vinícola, el que lo acompañará hasta su muerte en Oporto, es ya manso y sosegado. No ancho ni rico en aguas, que éstas le llegarán mucho más abajo, con el Pisuerga primero y el Esla más tarde, pero digno de llevar su antiquísimo nombre y de acompañar con él a una fecunda hilera de castillos, monasterios y reliquias variadas de al menos mil años de historia sólida, bien grabada en piedra o encerrada en adobes.
A lo largo de los 115 kilómetros de curso fluvial que hace casi veinte años obtuvieron el diploma vinícola de la Ribera, caben muchos caminos y muchos extravíos. Sobre todo si se tiene en cuenta que el concepto ribera es aquí muy generoso; en ocasiones alcanza una anchura de 35 kilómetros, y en esa extensión se integran otros ríos tributarios, modestos casi todos, aunque no en belleza ni en historia. Por allí renquean el Bañuelos y el Gromejón, el Botijas y el Pedro, el Esgueva que señala el límite septentrional de la comarca, el orgulloso Duratón que acuna por el sur a tantas iglesuelas románicas... Claro que siempre la referencia del peregrino estará en el Duero, el de los romances, el de las leyendas, el de la antigua frontera entre cristianos y moros: el del vino glorioso.
En el gran territorio no hay grandes villas, salvo la Aranda industriosa, encrucijada de muchos caminos. O Roa, o San Esteban de Gormaz, o el mismo Peñafiel: villas menores en las que también la modernidad ha alterado mucho su viejo carácter. El paseo necesario por este Duero que se calma a mitad de su vida va principalmente por pueblos pequeños y viejos, que si hace unos diez siglos nacieron para defender la tierra acabaron confundiéndose con ella. Casi un centenar de ellos, más de barro que de piedra, aunque los tiempos nuevos han dejado aduana franca al ladrillo uniformador y, desdichadamente, también a los feos aluminios que cubren los vanos de puertas y ventanas en sustitución de las graves ebanisterías de madera. A efectos estadísticos, más de tres cuartas partes pertenece a la provincia de Burgos, 58; sólo 19 a Valladolid; 6 y 4, respectivamente, a Soria y a Segovia.
Esos poblados campesinos, no demasiado alejados los unos de los otros, se aferran a la tierra a casi mil metros de altitud, en páramos poco arbolados o en los milagrosos sotos de los vallecicos. Desde luego, su tipología ha ido cambiando mucho, sobre todo en los últimos lustros de avance económico. Lo mismo que a las viejas bodegas se han añadido las más recientes, edificios sobresalientes en el paisaje, con frecuencia enemistados estéticamente con sus alrededores, a una arquitectura popular de mucha solera y de riqueza escasa se sobrepone ya con fuerza, paso a paso, la presencia de las novedades menos bellas en ese campo. Desde que las viñas fueron mordiendo espacio al trigo, sobre todo a partir de los años cincuenta y sesenta, y a la antigua riqueza lanera le sustituyó el éxito del lechazo al horno, orgullo de fogones y mesas establecidos por todas partes, cambiaron mucho la vida y los paisajes. Y sin duda también los hombres.
A ninguno de esos pueblos, en todo caso, le falta su plaza con su iglesia firme, establecida casi siempre en los siglos del esplendor de Castilla, en el XVI y el XVII, cuando el imperio europeo y ultramarino eran suyos. Llenas de hermosas imágenes que han sobrevivido a incendios y expolios; de cuadros que no se han trasladado a museos capitalinos; de obras de arte de todo género. Y casi todos poseen, en el corazón o en las afueras, esos poblados mágicos de las bodegas excavadas en una mota, en un cerro, con sus emocionantes chimeneas: frescas galerías en las que se hermanan las estaciones meteorológicas para salvaguardar la virtud de ese producto que es hoy su riqueza mayor. Aunque no siempre lo fue.
Paisajes bravos y duros, planicies quebradas por los tesos y cerros calcáreos. Indecisos caminos que enhebran la soledad de los campos ocres, rojizos, amarillos, grises, como un gigantesco tapiz desordenado y abstracto, descanso de los ojos y materia inevitable para la ternura.
Esa misma estirpe es la de los hombres: austeros, silenciosos, nunca dados al exceso de alegrías, de comodidades y afectos ostensibles. Gente de poca, pero firme palabra. Aun agarrados por las tenazas de la sociedad de consumo, como cada cual, todavía en los viejos de rostros agrietados se descubre la tradición del esfuerzo y la costumbre de las negras ropas sufridas. Los jóvenes, claro, son ya otra cosa.
Hay que tener en cuenta que se trata de tierras viejas, pobladas desde antes de los romanos, desiertas en los primeros siglos de la ocupación musulmana y repobladas por cristianos venidos del Norte en torno al año mil. Entonces, gracias a los cluniacenses de Francia, se recuperó también el cultivo del vino, que venía de más lejos, con los primeros colonos. Los dos monasterios más antiguos del Duero vinícola, todavía relativamente firmes, son precisamente los de Santa María de Valbuena, de 1143, cerca del pueblo de Vega Sicilia, y el de Nuestra Señora de la Vid, de 1156. Ya sus nombres advierten de muchas cosas. Pero se trata tan sólo de un par de referencias entre la docena larga de grandes edificios religiosos vivificados por el Duero: Caleruega, Vega de la Serrezuela, San Bernardo, Peñaranda, Tórtoles...
Por viejas y por ricas, por sufridoras de depredaciones y guerras, aquí y allá, con estruendosa presencia, se ven en esta tierra los dones que esos hombres en algún tiempo dejaron. Desde el espacio inmenso del poderoso castillo de Gormaz, en su penosa ruina, al comienzo del camino, hasta la nave varada del de Peñafiel, al que hace muy poco se le ha concedido el honor de albergar un museo del vino, el ojo descubre o intuye, punteando las planicies, las numerosas fortalezas medievales que asoman su historia al cauce del río. Añaden gallardía a restos arqueológicos más antiguos, a palacios del Renacimiento y a rincones insólitos.
Espacio y tiempo se confunden. Los grandes nombres de la historia castellana reaparecen aquí y allá, mezclados a los vestigios que dejaron. Y a esa presencia se añade la vivacidad de una tierra que pasó malos siglos y ahora resucita gracias sobre todo a la exportación de sus caldos. Pues las riberas del Duero en su curso medio no son tierras moribundas, como lo parecían hace medio siglo, sino pugnaces y esperanzadas. El peregrino atento encontrará en ellas la espina dorsal no sólo de dos antiguos reinos unidos, de León y de Castilla, sino la substancia de lo que todavía es España.


Los caminos del Duero

Conviene iniciar la ruta en El Burgo de Osma y seguir la nacional 122 hasta Tudela de Duero, aprovechando todos los desvíos hacia el Norte y hacia el Sur. Las carreteras son, por lo general, buenas y ofrecen muchos espectáculos paisajísticos. De los mejores, en Valdeande, Tórtoles, Sinovas, Adrada de Haza, Olivares de Duero, Ventosilla y los cerros de los castillos.

Visita a las bodegas.

La mayoría admite visitas, con horario determinado. Lo mejor es acercarse a sus puertas o llamar por teléfono. En todo caso, aparecen los detalles en la Guía de Vinos y Bodegas (1.900 ptas.). También informan en el Consejo Regulador. Tel. 947 541 221.

Alojamientos

En Aranda hay tres hoteles de tres estrellas: Los Bronces (Tel. 947 500 850), Montehermoso (947 501 550) y Tres Condes (947 502 400). De menor categoría existen muchos, en casi todos los pueblos importantes, como Peñaranda, Castrillo de Duero, Peñafiel, Castrillo de la Vega y Roa. Admite huéspedes el Monasterio de la Vid (Tel. 947 530 510). En turismo rural destaca Hoces del Riaza, en Montejo de la Vega (Tel. 911 532 345).

Gastronomía

El Duero es tierra del lechazo asado y del cordero preparado de muchas maneras. Pero también del buen pan, buenos dulces de monja, queso de oveja, la morcilla burgalesa y guisos de legumbres. Se encontrarán muy buenos restaurantes, como Tino’s (San Esteban de Gormaz), El Carrascal (Langa de Duero), El Nazareno (Roa), El Empecinado (Castrillo de Duero), Mauro y El Corralillo (Peñafiel)... El rey sigue siendo el Mesón de la Villa, de Aranda, donde también vale la pena detenerse en El Ciprés o en Casa Florencio, entre otros.

Paradas obligadas.

En los castillos de Gormaz, Peñaranda, Langa, Haza y Peñafiel. En los monasterios de Valbuena y La Vid. En Curiel, Peñaranda, Caleruega, Tórtoles, San Esteban y en Quintanilla de Onésimo, donde hay un precioso puente romano sobre el río y se abrirá pronto la Casa del Vino.

Museos

No son grandes, pero sí muy interesantes, los siguientes: Del Vino (castillo de Peñafiel), los etnológicos de Alcubilla del Marqués (enaguas femeninas), Montejo de la Vega, Hontoria de Valdearados y Curiel de Duero; el Gomellano de Gumiel de Hizán, el de Farmacia de Peñaranda y el del Convento de Santo Domingo, en Caleruega.


Reserva del 96, el poder y la gloria

La cosecha 96 posiblemente ha sido la mejor de la década: sus vinos rebosan juventud y frutosidad, cuerpo y un tanino maduro y elegante. Habrá que esperar a los grandes reservas para ver todo su poderío, si no lo impiden los precios astronómicos.

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Alión
B. y Viñedos Alión, S. A.
El frutillo negro, la zarzamora y el toque mineral, se envuelven en una atmósfera sofisticada de tonos especiados. Muy expresivo en boca, concentrado y de un equilibrio admirable. En un final espectacular se manifiestan claras las notas minerales tan ecertadas como raras. 2000 a 2010.
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Carmelo Rodero
B. Carmelo Rodero
Tras unas primeras notas de vainilla aparecen rápidamente los aromas de moras confitadas, torrefactos y regaliz. Tiene buena concentración y taninos maduros que le proporcionan un cuerpo admirable. Aunque por ahora hay que dejarlo dormir. 2001 a 2008.
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Tinto Pesquera
B. Alejandro Fernández
Este 96 se confirma como una de las buenas cosechas de la casa. Mantiene la fruta, el cedro, la nota mineral característica y un punto lácteo muy atractivo. Corpulento y carnoso, destaca su estructura y amplitud dentro de un constante equilibrio. 2001 a 2008.
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Arzuaga
B. Arzuaga Navarro, S.L.
Realmente esclarecedor el espíritu de superación de esta bodega. Se aprecian claras notas frutosas, una madera de gran calidad y una considerable concentración en boca. 2000 a 2008.
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Matarromera
B. Matarromera
Potente, de un fondo mineral, un toque lácteo y frutillos en una atmósfera especiada. Un precioso tanino fundido aporta una excelente sensación de armonía y equilibrio. 2000 a 2010.
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Valsotillo
B. Ismael Arroyo
Si hubiese que resumir en dos palabras la cata de este buen ribera serían concentración y equilibrio. Afortunadamente se puede contar que es muy aromático, frutoso, especiado y complejo. Que llena el paladar con un tanino maduro y expresivo y que por sus características durará muchos años. 2000 a 2010.
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Viña Pedrosa
B. Hermanos Pérez Pascuas
La mora o el sotobosque se manifiestan claros después de un aireo enérgico: después salen los tonos de cuero y especias. Con estructura suficiente para llenar la boca, un toque balsámico final deja un agradable recuerdo. 2000 a 2010.
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Señorío de Nava
B. Señorío de Nava
Rico en matices aromáticos, frutillos de bosque, notas de cedro y buena madera. Lo mejor es el perfecto equilibrio de sabores y la elegancia en el paso de boca. 2000 a 2007.
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Pago de Carraovejas
B. Pago de Carraovejas
Resulta original en nariz, con sus aromas de humo, de sotobosque, un recuerdo balsámico y una madera cuyo dominante es la pimienta. De enorme estructura y tanicidad envolvente y madura que podrá ofrecer mayores satisfacciones con un poco de paciencia.. 2001 a 2008.
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Briego
B. Briego
Es quizá el mejor representante de la bodega desde su fundación. En su buqué, hay una perfecta conjunción de la madera, desarrolla en boca una armonía tánica que envuelve el paladar y un tanino fundido que hace su ingesta agradablemente duradera. 2000 a 2008.
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Torre Albéniz
B. Peñalba López
Tiene este vino un componente especiado que acaricia, y unos aromas de compota de mora bien fundidos en el naciente buqué. Discurre en el paso de boca con la suave sensación de un elegante terciopelo. 2000 a 2006.
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Tinto Callejo
B. Félix Callejo
Mantiene un color picota violáceo, sus aromas frutosos se funden en un buqué interesante y complejo. Pero es su sólida estructura, el potente y granuloso tanino lo que más gusta en su conjunto, y gusta porque es lo que más destaca de su bien trabajado carácter. 2000 a 2008.
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Pago de Santa Cruz
B. Hermanos Sastre
En sus aromas prima la juventud, ese fondo frutoso de moras con el recuerdo floral de la uva en sazón, la excelente madera sin la integración total y el tanino goloso y maduro lleno de promesas a medio plazo. 2000 a 2005.
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Emilio Moro
B. Emilio Moro
Los aromas de este vino seducen, tiene la delicadeza balsámica, la fuerza del sotobosque y la nota exótica especiada. En boca destaca su equilibrio y estructura. Aunque sin derrochar un gran cuerpo, estará mejor al cabo de un año en botella. 2001 a 2008.
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López Cristóbal
B. López Cristóbal
Es un vino original por su variedad aromática, fruta roja; la tinta china o la madera bien armonizada se encuentran unidas por una nota de hierba fresca. Amplio, con un paso de boca elegante y seductor. 2000 a 2007.
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Valpincia
B. Valpincia
Es un vino que estará a punto antes que la mayoría de los reservas. Tiene un buqué claro, fruta a base de moras y buena madera. Un paso de boca de largo recorrido, nada agresivo, domado, alegre y amable. 2000 a 2005.
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Pago de los Capellanes
B. Rodero-Villa, S. A.
En los primeros aromas domina primero la vainilla, un rato después dará un original toque de humo, de frutillos de bosque y balsámicos. En boca es sabroso, aunque se queda un poco secante. 2000 a 2005.
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Viña Mayor
Viña Mayor
Los aromas tienen un potente extracto frutoso y una madera totalmente integrada. En boca todo es armonía: de tanino fundido y estructura suave, queda una agradable sensación de vino hecho y casi listo para consumir.
2000 a 2005.
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Riberal
B. Santa Eulalia
La madera nueva domina en este vino que, a pesar de ser de buena calidad, no deja respirar bien al conjunto aromático. Muy bien en boca, se desarrolla equilibrado, pulido y con tendencia hacia los tonos agradablemente golosos.
2000 a 2005.
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Cillar de Silos
Cillar de Silos S.L.
Color cereza de capa media. Los limpios aromas de fondo frutosos se ven envueltos en buena madera y en un fondo vegetal. En boca es bastante tánico, muy crudo, y necesita una buena temporada para domar sus taninos un poco secantes. 2000 a 2006.

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