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Extremadura una conquista inacabada

  • Redacción
  • 2000-10-01 00:00:00

Poco han cambiado las cosas en estas tierras de conquistadores, reino del granel, de la
producción extensiva, de la venta indiscriminada y del folklorismo enológico, desde la última vez que chequeamos en Vinum sus duras realidades (ver nº 2 de octubre del 97).
Casi tres años para una renovación vitivinícola a la que le cuesta arrancar.

Desde luego no es fácil. Primero, porque las cosas de la vid y el vino van despacio -hace falta al menos un lustro desde que se planta una cepa hasta que se puede elaborar el primer vino-; segundo, porque el viticultor es poco propenso a las aventuras, desconfía de los consejos ajenos, tiene por única ciencia su experiencia, y aborrece los caprichos de la naturaleza. Así que vaya usted a decirle, con la mejor voluntad del mundo, que debe arrancar sus cepas de anodina Alarije, Borba o incluso Cayetana, que replante con la tinta Tempranillo, que utilice técnicas agrícolas avanzadas como el goteo, la alta densidad de plantación, la conducción foliar, los tratamientos ecológicos, etc. Y añada a todo esto que debe buscar la calidad sacrificando la cantidad. Todos estos y otros consejos más sabios caerán inevitablemente en saco roto. Porque los beneficios de una profunda reconversión vitivinícola tardarán en verse, sobre todo cuando se parte de una zona con más desprestigio que laureles. Pero es el único camino.
Así lo han sabido entender un grupo de esforzados conquistadores, comandados por el tenaz Marcelino Díaz, enólogo y Director General de INVIOSA, la primera bodega que llamó la atención sobre las posibilidades vitivinícolas de Extremadura. Aún recuerdo la sorpresa que me deparó la cata de los primeros «Lar de Barros», allá por los años 70. Después de haber bebido algunas terroríficas «pitarras», aquello me supo a gloria. Un paraíso conquistado por Marcelino con más buena voluntad y tesón que medios. Pero allí estaba: un vino moderno, bien elaborado, perfectamente criado en madera de roble americano, con cierta impronta riojana, inevitable en aquellos tiempos. Ahora, mientras descorcha una botella de sus nuevos vinos, entre ellos un expresivo Syrah, muy aromático, y un Cabernet Sauvignon bastante contundente, Marcelino Díaz reconoce que fueron difíciles los inicios, cuando había que navegar a contracorriente en un mar de graneles. Pero el tiempo le ha dado la razón, y ahora ve con el orgullo del pionero cómo las grandes cooperativas, los productores industriales de vinos de pasto, incluso inversores foráneos, siguen su senda plantando fundamentalmente Tempranillo, uva que por su calidad y buen precio tienta a más de un bodeguero de otras zonas más prestigiosas. Ahí está el peligro, la tentación de un dinero fácil, sin necesidad de grandes inversiones, pero que cede el valor añadido de la botella, la marca y la Denominación de Origen a otros. Para este hombre afable, de instinto luchador, lo importante es que se comercialice bajo el amparo de la D.O. Ribera del Guadiana, toda la materia prima, fundamentalmente uva tinta, que se está cosechando actualmente en Extremadura, mucha de la cual sigue el incierto y devaluado camino de la venta a granel con destino a otras regiones deficitarias. En INVIOSA han dado otra vuelta de tuerca a su política empresarial con la presentación de sus vinos bajo el amparo de D.O. Ribera del Guadiana, aprovechando la ocasión para extremar -nunca mejor dicho- la calidad y ofrecer una imagen de marca renovada.
Abrir mercados internacionales

Otro pilar de la renovación extremeña es la bodega de Alfonso Schlegel, basada en una impresionante finca de 1.000 hectáreas, donde conviven el olivo y el viñedo. «Viña Extremeña» es, hoy por hoy, la empresa vitivinícola más dinámica y con mayor vocación exportadora de Extremadura. Ya ha conquistado mercados emergentes tan importantes como el de Japón, y puede alardear de su presencia en 40 países, con el 80% de su producción colocada en mercados internacionales. Todo un récord al que Alfonso Schlegel añade -siempre tiene a punto un amplio dossier- los numerosos galardones conquistados en los más variados concursos. Y para sus etiquetas, nombres de tanta enjundia como «Monasterio de Tentudía», «Palacio de Monsalud», «Corte Real»... Con buen sentido del marketing, una clara vocación empresarial, una política de precios muy ajustados, «Viña Extremeña» está abriendo camino a otras bodegas con menos recursos, tanto humanos como agrícolas y técnicos, pero que están elaborando alguno de los mejores vinos de la zona. Es el caso de «Torre Julia», de la bodega «Las Granadas», en plena Sierra de los Lagares, donde el Cabernet Sauvignon se afina, pierde la extremada calidez de las zonas bajas de Badajoz, pero al que le vendría bien una mejor madera para alcanzar la calidad a la que está destinado. Me gusta también la aventura enológica de Joan Milá, el genial creador de tantos rosados y tintos ilustres como Mas Comtal, que ha venido a estas tierras para elaborar un tinto poderoso, convincente, «Viña Jara», donde mezcla hábilmente Tempranillo con Cabernet Sauvignon y Merlot. De nuevo, aquí prima la exportación, que acapara casi el 70% de las botellas. Y es que en nuestra España, vender un vino de Extremadura, aunque tenga un precio muy atractivo, resulta toda una hazaña. Algo parecido le ocurre a Martínez Payva, con el 60% de su producción vendida en el extranjero, donde aprecian en lo que vale tanto su blanco Chardonnay «De Payva», como el tinto de Tempranillo, Graciano y Mazuelo, que pese al combinado riojano tiene personalidad y carácter. Un buen crianza por sólo 600 ptas.
Interesante es la evolución de Antonio Medina, el gurú de la comarca de Matanegra. Aunque sigue elaborando un «Pitarra del Abuelo», reliquia de un pasado que cuanto antes se olvide mejor, ha con-seguido que su «Jaloco», a base de Cabernet Sauvignon y Tempranillo, mejore añada tras añada, atemperando ciertos excesos, controlando mejor la vendimia de sus excelentes 80 ha. de viñedo.
Existen otros vinos que merecen ser destacados, y que representan el mejor presente, y la garantía de futuro de Extremadura. Son «Viña Romale», «Señorío de Silva», «Telena», «Tío Melitón», «Za-leo», «Vega Esteban», el joven Tempranillo «Viña Puebla», y un etcétera que se incrementa cada año.

El despertar de las cooperativas

Pero no nos engañemos. La gran producción de vino de Extremadura, que posee nada menos que 87.000 ha. de viñedo, está en manos de cooperativas que elaboran casi el 80% del vino, la inmensa mayoría granel, con una proporción dominante de blanco, una gran parte destinada a ser «quemado». Por eso resulta meritorio el esfuerzo hecho por algunas cooperativas que, rompiendo la rutina y el conservadurismo, están embotellando cada vez una parte mayor de su producción, y elaborando vinos de calidad a un precio inalcanzable. Es el caso paradigmático de la Cooperativa de San Marcos, en Almendralejo. Estamos hablando de casi 19 millones de litros de vino, de 3.600 ha. Un gigante dormido hasta hace unos años. Ahora elabora algunos vinos de sorprendente calidad, como son los comercializados bajo el nombre tan poco apropiado como de «Campobarro». Bueno el blanco de Pardina y Cayetana, mejor el de Macabeo (Viura), muy atractivo el rosado de Tempranillo y Garnacha, y superior el tinto de Tempranillo. Y todos por menos de 400 ptas. Increíble, como lo es su mejor vino, el «Valdegracia» crianza, un tinto que alcanza el notable sin superar los 650 ptas.
Pero lo que hace unos años no era más que una anécdota en el mundo cooperativista, es hoy una corriente que se impone, todavía con lentitud, en el resto de las bodegas. Así, la Coop. Santa Marta Virgen con su «Blasón del Turra», la Coop. Agrícola San José, con «Viña Canchal», la Coop. San Isidro de Villafranca, con «Valdequemao».
Entre todas ellas elaboran cerca de 100 millones de litros. Un inmenso mar de vino que hay que atravesar para conquistar la tierra de El Dorado, que no es otra que los mercados de calidad. Las condiciones ya están creadas. Sus nuevos tintos, cálidos pero complejos, profundos pero luminosa-mente perfumados, son la avanzadilla de una conquista que tiene mucho de quimera. Pero es que así son los extremeños.



EXTREMADURA ES UNA DE LAS ZONAS VITIVINíCOLAS
ESPAÑOLAS DONDE EL COOPERATIVISMO ESTÁ MÁS ARRAIGADO, Y EL GRANEL MÁS EXTENDIDO

Resulta meritorio el esfuerzo DE algunas
cooperativas que están embotellando una parte cada
vez mayor de su producción

D.O. RIBERA DEL GUADIANA

Comprende seis subzonas de producción: Ribera Baja, Ribera Alta, Tierra de Barros, Matanegra, Cañamero, y Montánchez.
Clima: Continental, de veranos muy cálidos e inviernos poco rigurosos. Algunas zonas tienen influencia atlántica. Precipitaciones: 350-800 mm./año.
Suelos: Relieve accidentado, con viñedos en laderas. La composición del suelo varía del predominantemente arcilloso, hasta el pizarroso.
Viñedo: 6.484 ha. inscritas. Densidad de plantación: unas 2000 cepas/ha. de media.
Variedades: Alarije, Borba, Cayetana blanca, Pardina, Macabeo (Viura), Chardonnay, Chelva, Eva, Malvar, Parellada, Pedro Ximénez, y Verdejo para las blancas. Tempranillo, Garnacha, Graciano, Mazuela, Bobal, Monastrell, Cabernet Sauvignon, Merlot, Syrah para las tintas.
Producción máxima: 10.000 Kg./ha. en variedades tintas y 12.000 Kg./ha. en variedades blancas.
Número de viticultores inscritos: 1.134.
Número de bodegas inscritas: 84, de las que 30 son comercializadoras.
Comercialización: 12.000 hl.


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