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Tintos de Galicia: Sacarle los colores

  • Redacción
  • 1997-09-01 00:00:00

Después de haber hecho en los últimos años una de las mayores revoluciones enológicas de este país con sus vinos blancos, los gallegos tienen todavía una cuenta pendiente con los tintos. Vinos tradicionalmente ásperos, subidos de acidez, con poco grado e insulsos. Sobre todo desde la entrada, a principios de siglo, de los varietales no auctóctonos, como la Alicante y los híbridos, invento diabólico para evitar enfermedades de la vid pero que produce una uva insípida y sin interés. Pero, a pesar de los pesares, el consumidor gallego, a veces un héroe, no quiere renunciar a sus tintos. Esa es la razón por la que todas y cada una de las denominaciones de origen de Galicia acogen en su seno el vino tinto.
Bien es verdad que hay denominaciones, como Rías Baixas, donde la producción es tan pequeña que el tinto no lo conocen ni en su propia casa. De todas ellas ha sido la Ribeira Sacra la que ha despuntado con mejor fortuna. En pocos años ha pasado prácticamente de la nada a tener uno de los mejores vinos tintos de la región. Los expertos que acuden asiduamente, año tras año, a las catas-concurso de Galicia han venido constatando la lenta pero inexorable ascensión de estos tintos. Y no es para menos. Esta comarca disfruta de condiciones únicas para elaborar vinos originales, con personalidad y carácter que les distinguen del resto de España. Vinos inmediatamente identificables por el consumidor, que se salen de los caminos transitados por los cabernet, merlot o tempranillos de todo el mundo.

La revolución de la mencía

Valdeorras, más conocida tradicionalmente como productora de tintos, es, por otra parte, la que más se le parece. Geográficamente solo les separa el Monte Furado, pero en la práctica en este hermoso valle hay plantada más mezcla de variedades, con menos porcentaje de Mencía. También la revolución ha llegado a esa comarca, aunque en sus vinos existe una notable dispersión de la calidad. Junto a bodegas que llevan años consiguiendo unos vinos estimables (es el caso de Medulio) hay otras a las que les supera el abandono o la rutina. Ahora estamos asistiendo a un hecho casi histórico, rodeado de no pocas controversias: es la elaboración del vino de crianza de Joaquín Rebolledo, un vino de una innegable calidad, elaborado con uvas foráneas, concretamente la Merlot y un toque de Tempranillo, y criado en barricas de roble balcánico. Un buen vino original y diferente, pero que no sería bueno que “haciese escuela”.

Un vivero de variedades

Galicia tiene uno de los tesoros más preciados de España. Un vivero de grandes variedades en las que tanto queda por investigar todavía. La comarca del Ribeiro es posiblemente la que más ha sufrido los rigores de esa locura invasora, de variedades sin apenas interés, tanto blancas (el caso de la Jerez) como la tinta Alicante. Aquel ribeiro que se hizo famoso por un color abusivo que teñía las tazas donde se consumía, como sinónimo de fortaleza, afortunadamente ha desaparecido, y aunque con la uva Alicante no se pueden hacer milagros, la técnica moderna y nuevas prácticas enológicas han conseguido extraerle vinos un poco más bebibles. Tienen en el Pazo de la Cooperativa del Ribeiro su mejor representante.
Sin embargo, a estas alturas del siglo empieza ser obligación ineludible para las bodegas la elaboración de vinos de auténtica calidad con sus mejores cepas autóctonas, algunas excelentes, como las Caíño, Sousón, Ferrón, Tempranilla, Brancellao y la misma Mencía. Cierto es que la viña de Alicante sigue abusivamente en pie, omnipresente hasta donde la vista alcance.
Algunos pagos, como el de Monterrei, se afianzan en el mercado a paso lento con sus blancos y tintos autóctonos, elaborados de manera muy estimable. En Rías Baixas, pese a contar con variedades tintas de gran estirpe, casi míticas, apenas han logrado hasta ahora un vino que se acerque a las cualidades de sus blancos. Y es una pena, porque los tintos gallegos rescatados de sus viejos varietales podrían ser una alternativa de lujo, una bocanada de aire fresco sobre la amplia oferta que ya existe en nuestro país. Con la soberbia Mencía como buque insignia, además de otras variedades igual de originales y bien trabajadas.

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