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Blancos fermentados en roble: Salvados por la madera

  • Redacción
  • 1997-10-01 00:00:00

País de contradicciones, España ha sido y es un país bebedor de tintos. Salvo en zonas muy concretas, el vino blanco no ha gozado del beneplácito del consumidor. Pese a todo, todavía existe una abrumadora mayoría de plantación de variedades blancas que ocupan aproximadamente dos tercios del viñedo: posiblemente la blanca Airén, la cepa más plantada del mundo. Y frente a los vinos blancos de entonces, mal elaborados, sobrados de sulfuroso, con olor a huevos podridos muchas veces, la alternativa eran los vinos de crianza en barrica, con un dominio generalizado y abrumador de la madera, subidos de color y acidez, y en bastantes casos, de oxidación. La llegada de la tecnología del acero inoxidable y el control de temperatura en la fermentación, así como el uso y abuso de levaduras seleccionadas, ha supuesto una revolución en el concepto del blanco, posibilitando la elaboración de vinos jóvenes, frescos y afrutados. Lo peor es que la fama se extiende como reguero de pólvora entre las bodegas y contagia cierta monotonía al mercado: al final, todos los vinos blancos acaban oliendo de manera parecida.

La esencia nueva del viejo roble

La nueva moda son los blancos fermentados en barricas nuevas de roble americano y francés. Claro que ya existía un precedente: en la década de los 70, y sobre todo en los 80, algunas bodegas avanzadas comienzan la investigación de nuevas vías, nuevos vinos de “guarda” con el viejo sistema usado en la Borgoña para hacer los grandes blancos. Es decir: realiza la fermentación en barricas de roble, preferentemente nuevas o que solo han contenido un vino, a lo sumo. Los primeros son los catalanes, con Jean Leon a la cabeza. La primera añada que sale al mercado es la del 71, y se va entera camino de América a los restaurantes que Jean Leon tiene en Beverly Hills. En España todavía no sale hasta el año 82. Era un vino poco comprendido, con un sistema de elaboración que cambiaba totalmente el concepto del vino de crianza, que a simple vista parece de una sencillez elemental (Ver “Sepa de lo que habla”, pág. 16), pero que aporta una serie de ventajas; entre otras, una mayor complejidad aromática del vino, con la madera menos dominante. Una práctica que requiere experiencia, pero con resultados tan prometedores que toda España se puebla de fermentados en barrica.

Chardonnay, la prima donna

Es lógico que los primeros vinos fermentados en roble surgieran con la Chardonnay, la reina de los vinos blancos de crianza. Después de Jean Leon surgió el soberbio Milmanda, de Torres, a continuacioón los de Marqués de Alella, y, bastante después, Augustus. Más tarde, y con la cepa borgoñona de protagonista, vendrán a engrosar la oferta vinos geniales que ayudarán notablemente a elevar el nivel de los blancos en España. En Navarra adquieren tanto prestigio que se convierten en los vinos navarros más caros del mercado. Son ejemplos de auténtica calidad, como Palacio de Muruzábal, Castillo de Monjardín y la gran joya de Chivite “Selección 125 Aniversario”. También los de Somontano, fieles a la variedad, con Viñas del Vero y Enate, se unen gozosos al grupo de los “chardoneros”. La moda, imparable, llega hasta el último rincón de la sierra de Alcaraz, en Albacete, o de las costas mediterráneas, como Alicante o Mallorca. El último, por ahora, es el grupo Freixenet, con un vino que marca una clara inflexión en René Barbier, diseñado por el enólogo francés Michel Rolland.

La madera triunfa por donde va

Con alguno de estos vinos, el blanco español comienza su mayoría de edad. El movimiento renovador alcanza también, afortunadamente, a las variedades autóctonas con diversa suerte, aunque priman los aciertos sobre los fracasos. Y llega, ¡como no!, a La Rioja, cuna del blanco de crianza. En sus bodegas se forjan los mejores vinos de Viura. Los Martínez Bujanda, ejemplo de equilibrio y longevidad, Muga, Marqués de Cáceres o Faustino en el sector clásico. A ellos se les unen una pléyade de jóvenes elaboradores entre los que destacan Valserrano y Loriñón. Incluso hay ciertas bodegas riojanas que elaboran sus fermentados solamente para venderlos fuera. Entre todos hacen olvidar a los viejos reservas de crianza en barrica. También en Rueda triunfa la idea, con su Verdejo en plan estrella. Tanto, que la familia de bodegueros franceses Lurton, (concretamente Brigitte) viene a La Seca a elaborar un vino de lujo supervisado por el famoso enólogo Jacques Lurton. Ejemplos no faltan: aún recuerdo el primero que hizo Marco Antonio Sanz, con Class, un nombre que le hace justicia. En Galicia cunde el ejemplo y hasta la intocable Albariño tiene su oportunidad. Aunque la estrella de los verdes campos gallegos es el Godello de Valdeorras, concretamente el de Guitián, un vino sencillamente de ensueño. Sobre la fórmula de la barrica hasta la olvidada Garnacha blanca tarraconense revive y cobra forma de diosa cálida y carnosita. Ya ningún varietal se escapa a la prueba del roble. La Airén, elaborada en el centro de la península, en La Mancha y Madrid. Hasta la humilde Cayetana tiene su oportunidad (y bien aprovechada) en su tierra extremeña, o la Listán de Canarias que los inquietos elaboradores tinerfeños han sacado del olvido. Absolutamente todos los nuevos vinos han contribuido a configurar el reciente mapa de los blancos españoles, en el que, además de elevar el listón de la calidad, se ha salido de una peligrosa rutina que conducía sin remedio a los blancos jóvenes, ligeros, afrutados... y aburridos.

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