Política sobre cookies

Utilizamos cookies propias y de terceros, así como los datos de la conexión del usuario para identificarle. Estas cookies serán utilizadas con la finalidad de gestionar el portal, recabar información sobre la utilización del mismo, mejorar nuestros servicios y mostrarte publicidad personalizada relacionada con tus preferencias en base a un perfil elaborado a partir de tus hábitos y el análisis de tu navegación (por ejemplo, páginas visitadas, consultas realizadas o links visitados).

Puedes configurar o rechazar la utilización de cookies haciendo click en "Configuración e información" o si deseas obtener información detallada sobre cómo utilizamos las cookies, o conocer cómo deshabilitarlas.

Configuración e información Ver Política de Cookies

Mi Vino

Vinos

CERRAR
  • FORMULARIO DE CONTACTO
  • OPUSWINE, S.L. es el responsable del tratamiento de sus datos con la finalidad de enviarles información comercial. No se cederán datos a terceros salvo obligación legal. Puede ejercer su derecho a acceder, rectificar y suprimir estos datos, así como ampliar información sobre otros derechos y protección de datos aquí.

Curar con champagne

  • Redacción
  • 1999-11-01 00:00:00

Un saludable placer
¿El Champagne como medicina, sufragado por la Seguridad Social? No es tan descabellado. Más de un experto le concede cualidades terapéuticas.

Naturalmente que es sano el Champagne, se dirá el lector aficionado. Al fin y al cabo, en los últimos años del segundo milenio la buena nueva del vino sano se ha propagado por todo el planeta como un reguero de pólvora, atizado por numerosas publicaciones serias y menos serias sobre el tema, y afanosamente alimentado por los productores de vino, que han visto en el “vin médecin” la receta de un ingreso seguro. El Champagne no podía ser una excepción. Y efectivamente es uno de los vinos más saludables, consumido con moderación. Pues el vino siempre es las dos cosas a la vez, ángel y demonio, remedio y droga, medicamento y veneno. Ciertamente tiene un valor terapéutico, pero no como los clásicos medicamentos de la medicina convencional, que se toman puntualmente para el dolor de cabeza o la fiebre. Quien quiera utilizar el vino como medicina, y al menos en esto coinciden todos los autores que se han ocupado de este tema, debe hacerlo en el marco de la organización general de su modo de vida. El vino es solo una de las partes integrantes de una buena higiene vital. Que consiste, según se ha comprobado, en mucho movimiento, poco estrés, comidas frugales pero regulares con mucha verdura, fruta, pasta, pan integral, grasas no saturadas, es decir, consumo moderado de carne y lácteos; en definitiva, lo que se suele llamar “dieta mediterránea”.
La primera y más importante de todas las reglas para el manejo del champagne es la moderación. En dosis adecuadas, el alcohol tiene todo tipo de cualidades positivas. Sin embargo, su abuso lo convierte en un veneno peligroso. Para determinar la dosis, hay que tener en cuenta que cada persona reacciona de manera distinta. En la mayoría de los casos, media botella de vino por persona y día, repartida en dos comidas, no solamente es inofensivo, sino más bien señal de un modo de vida sano e inteligente. Una botella (7,5 dl), siempre por persona y día y repartido en las comidas, es el límite superior.
En pequeñas cantidades, el alcohol produce euforia. Bajo su influencia, las neuronas secretan en el cerebro hormonas estimulantes. Pero esta secreción se produce de manera desordenada cuando aumenta la concentración de alcohol en el cerebro. Por ello, una dosis demasiado alta de alcohol tiene un rápido efecto narcotizante y paralizante. Produce cansancio y depresión, por no mencionar siquiera la resaca del día siguiente. El exceso de consumo, si es regular, deteriora el hígado rápida e irreversiblemente.
En lo que se refiere al alcohol, el champagne se comporta como cualquier otro vino. Sin embargo, es muy distinto en lo que se refiere al resto de los elementos que lo componen. Esto tiene que ver con su procedencia: los suelos gredosos de la región de Champagne aportan a la vid una soberbia cantidad de minerales y oligoelementos que vuelven a hallarse en el vino terminado; también con el hecho de que el champagne es un vino blanco mayoritariamente vinificado con uva tinta, pero también con su sofisticada fabricación, especialmente laboriosa. El Champagne fermenta dos veces, la segunda directamente en la botella tal y como llega a la mesa del consumidor: por ello, es especialmente rico en componentes orgánicos, en enzimas que no sólo proceden de la uva, sino también las generadas por el metabolismo de las levaduras que transforman el azúcar del mosto en alcohol. La medicina popular siempre ha adscrito al champagne cualidades terapéuticas especiales que las últimas investigaciones de la medicina académica parecen confirmar. “Gracias a sus sales minerales, ocupa su lugar en la terapia de oligoelementos. La presencia e interacción de sus múltiples enlaces orgánicos le confieren cualidades homeopáticas. Finalmente, algunos opinan que, gracias a sus extractos de plantas, presenta virtudes medicinales que corresponden a las de la aromaterapia, según escriben los dos médicos François Drouard y Tran Ky en su obra «Les vertus thérapeutiques du champagne» (Las cualidades terapéuticas del champagne), publicado en 1990. Lo que demuestra una vez más que el champagne, que parece poseer cualidades como los medicamentos homeopáticos, también ha de ser consumido en dosis homeopáticas si se quiere lograr dicho efecto.
Según los pocos médicos, entre ellos los dos mencionados anteriormente, que se han dedicado intensamente a estudiar sus cualidades, una copa de champagne es efectiva contra los gases, el estreñimiento y otras dolencias del estómago, alergias a productos alimenticios, angustia y depresión, insomnio, migraña, tendencia a la obesidad, inapetencia, arteriosclerosis, reumatismo, piedras en el riñón y algunas cosas más. Además, está casi unánimemente declarado bebida ideal para los mayores, naturalmente respetando siempre la dosis máxima de una o dos copas dos veces al día. El champagne es extraordinariamente rico en sales minerales, potasio, calcio, magnesio, fósforo y carbonato cálcico, y contiene rastros de vitaminas del grupo B. También por ello tiene un efecto tan revitalizador y, a veces, ayuda a superar la carencia de dichos elementos, no necesariamente por su porcentaje de una molécula que también aparece en el vino, sino más bien por la interacción de varios elementos. Pues el champagne no sólo posee un gran número de elementos, sino que en primera línea es un todo complejo extraordinariamente equilibrado. A pesar de un valor relativamente bajo de pH, sus ácidos no son en absoluto agresivos, más bien son muy beneficiosos, y lo mismo puede decirse del anhídrido carbónico producido de manera natural, que se diferencia enormemente del artificial de los vinos espumosos baratos o el que se añade a la mayoría de las aguas minerales. El contenido de toxinas en el Champagne es mínimo: la doble fermentación y sus agentes, las levaduras, son un escudo protector casi insuperable para los elementos nocivos.
La teoría siempre es buena, la práctica es mejor. Por eso solo creo lo que he comprobado personalmente. Puedo dar fe de la influencia positiva del champagne sobre la digestión. Estoy firmemente convencido de que digiero mejor y duermo mejor si me tomo una copa de champagne después o durante una comida demasiado larga. ¿Será sencillamente el efecto placebo? Quizá; pero el champagne efectivamente contiene gran cantidad de elementos que favorecen directamente la digestión. Las sales minerales y el azúcar residual, por ejemplo, se aprovechan directamente in situ, es decir, en nuestro centro de digestión, ayudando a recuperarse al estómago cansado. Las burbujas del champagne no producen meteorismo, como asegura la creencia popular, más bien al contrario, estimulan directamente la contracción del estómago y colaboran en la regulación y compensación de los gases internos que produce la digestión. Los ácidos orgánicos del champagne tienen un efecto positivo sobre las glándulas del estómago, que bajo la influencia de una copa de champagne secretan hasta 16 veces más jugos gástricos que en estado de reposo. El champagne estimula la secreción de la boca: muchos vinos secan el paladar, pero el champagne, al contrario, hace que se nos haga la boca agua literalmente. Gracias a sus enzimas, la saliva participa también en la preparación de la digestión de productos alimenticios. El champagne tiene una influencia positiva sobre la flora intestinal, constituida por millones de microorganismos. El propio champagne también los contiene; sus sales minerales colaboran adicionalmente a estimular la musculatura del estómago y del intestino y a coordinar sus movimientos. Las asociaciones de ácidos naturales del champagne combaten con éxito ciertas bacterias intestinales malignas, como por ejemplo las bacterias Coli, que surgen sobre todo en medios poco ácidos. Como el champagne, al igual que todos los vinos blancos, tiene un efecto diurético, colabora además con la eliminación de productos residuales tóxicos. Teóricamente, el champagne es bueno contra sí mismo: puede ser un buen medio para combatir las consecuencias del consumo excesivo de alcohol y tabaco. Pues parece estimular la producción de las enzimas encargados de la eliminación de las toxinas de nuestro cuerpo. Pero esta estimulación se anula al volver a consumir un exceso de alcohol.
El hecho de que el champagne combata la melancolía y el malhumor, y tenga un efecto positivo contra la depresión, fue aprovechado por un considerable número de artistas conocidos, como por ejemplo Goethe, Picasso, Cézanne, Dalí y Stravinski, por nombrar solo algunos. Los investigadores suponen que los elementos que componen el champagne por una parte tienen un efecto positivo sobre las moléculas del cerebro que producen nuestro buen humor, es decir, las estimulan y armonizan, y al mismo tiempo tienen un efecto tranquilizador. Efecto tranquilizador poseen también los oligoelementos magnesio, cobre, hierro, calcio y, sobre todo, zinc. Quien no pueda dormir por las noches, que pruebe con una copa de champagne una hora antes de acostarse.
A diferencia de los vinos sin aguja, el champagne contiene muy pocos flavanoidos, pérfidas asociaciones que se descomponen con la segunda fermentación y un largo tiempo en bodega. Son especialmente traicioneras, porque impiden a las personas que sufren migraña metabolizar ciertos venenos (fenoles) del vino. Quien sufre migraña frecuentemente no tolera el vino, con la excepción de un champagne de primera categoría, madurado durante largo tiempo.
La cuestión es si el champagne puede emplearse como medicamento, asunto que casi siempre degenera en una discusión de fe sobre la verdadera medicina. ¿Alopatía contra homeopatía? ¿Medicina tradicional contra curanderismo? Pamplinas. Sólo hay una clase de medicina: la que alivia el dolor. En este sentido, un vino grande y noble como el champagne aporta tanto y con el mismo éxito garantizado que las toneladas de tranquilizantes, somníferos, beta-bloqueantes, antidepresivos y todos los demás venenos que aparentemente garantizan la supervivencia de nuestra deteriorada civilización. Sus efectos secundarios siempre son notables; los del champagne, consumido con moderación, discretos, con la única excepción del placer que supone beberlo.


enoturismo


gente del vino