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Buenos rincones de Segovia

  • Redacción
  • 2001-12-01 00:00:00

El Duero pasa por allí. Un buen tramo de la provincia sabe y presume de formar parte de La Ribera, pero la vocación vitivinícola parece reducirse a las exportaciones, a la oferta comercial y remota, sin que su prestigio se refleje en la demanda cotidiana, en la barra nuestra de cada día, en la copa de aperitivo, en el acompañamiento del tapeo. Este descuido y desconocimiento es algo que, inexplicablemente, se repite en muchas zonas vitivinícolas de este país. Mas bien lo sorprendente son las excepciones.
Como ejemplo de excepción, a dos pasos de Segovia, es visita obligada El Capricho de Mazaca. Excepcional el personaje, la persona, su paladar y su curiosidad universal, su pasión y su conocimiento del vino. Excepcional y sorprendente Ana, factotum y cocinera, su tentadora barra, la tienda, el bar presidiendo el mercado de La Granja, entre la historia -el granito inmutable- y la frescura de las verduras y los peces, de las ofertas del día. Ese es también el estilo de la casa, didáctico pero informal, disfrutador de Grandes Reservas de marcas soberbias y de las últimas novedades de calidad, o sea, escaparate del inquieto mundo del vino español donde siempre se encuentra una veintena de botellas para degustar por copas.
Ya entrando en la ciudad por la puerta grande, enorme, que son los arcos centrales del acueducto, Cándido sigue como eterno portero honorario, y su barra convoca diariamente a propios y extraños frente al tapeo clásico y los vinos con rotación garantizada.
Al otro lado de la Plaza del Azoguejo, en el Mesón del Cordero, Ángel cultiva también ese aire de asador tradicional y rústico, tanto en la barra como en los dos comedores, pero el surtido de vinos por copas es muy meritorio.
La subida a la Plaza Mayor y aledaños es una ruta un tanto reiterativa, puesto que tres o cuatro marcas se repiten en cada barra, y pocas superan la oferta de media docena de vinos diferentes. San Martín, en la hermosa plaza escalonada del mismo nombre, se anuncia como cervezas y comidas, pero no le niega una copa correcta a cuatro vinos recién abiertos, crianzas a precio de consumidor local, no de turista.
Junto a la catedral, La Concepción, la obra de Nicolás Fernández, es refugio para toda hora y una barra especialmente apreciada para el aperitivo. La pregunta es muy descriptiva ¿Rioja o Ribera?, poco más, aunque, eso sí, una decena de marcas, copas capaces y de alto talle, y ninguna resistencia a abrir una botella nueva.
Otro tanto ocurre en su vecina La Taurina, en o en La Tasquina. Al doblar la esquina, la barra de José María ensancha y extiende el horizonte. No le falta nada, es un canto a la cocina y al vino de la tierra, no en vano él mismo es criador de vinos y cochinillos.
La sorpresa de la Plaza son el bar Jeyma y su hermano el restaurante Villena, representantes de una pujante nueva generación hostelera que aprecia estética y diseño. Detrás está Laly, pendiente de todo, Rodrigo Aranguren y su cuidada cocina con referentes vascos, y Javier Escobar frente a un caprichoso surtido de vinos, desde los míticos Prioratos a lo mejor de La Ribera.
Para encontrar Bullas y otras denominaciones para “conocedores” hay que bajar a la zona nueva, a la calle Ezequiel Castillo, frente a la estación. Allí, en Maracaibo, Oscar Hernando crea tapas perfectas de alta cocina, demuestra su sabiduría con las setas y con primores de temporada y sugiere con acierto sorprendentes combinaciones de bocaditos y copas.

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