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Empordá-Costa Brava

  • Redacción
  • 2002-07-01 00:00:00

En estos meses de verano serán muchos los que se asomen a las deslumbrantes calas de la Costa Brava, caprichosa, fronteriza, prototipo del color, el olor, el suelo y la luz mediterránea. Ese paisaje costero no ha de eclipsar otras riquezas de este rincón, su gastronomía, sus vinos. Allí se salpican algunos de los mejores restaurantes de este país, exponente de innovación pero también de una fructífera herencia de sabor y técnica, de ingredientes impecables de mar y tierra y genios desaforados. Y para acompañar, el Ampurdán es la cuna de unos vinos cargados de historia, expresivos del terruño y rebosantes de personalidad.
Allí, en el monasterio de San Pere de Roda, un frailecillo de principios del anterior milenio escribió el primer tratado de enología catalana en lengua catalana. Era Raimon Pere de Novas, allá por 1230, y hablaba de unas viñas que quizá llegaron antes del S.V, con los griegos, aunque están documentadas desde época romana.
La Denominación de Origen L’Empordá-Costa Brava se extiende por un cuadrilátero desde la frontera a Rosas, determinado por las estribaciones de los Pirineos, la llamada Sierra de L’Albera al norte, en el interior la Sierra del Mont, y al sur, la vertiente del río Fluviá.
Las tierras llanas y fértiles se reservaron para el cereal, o incluso para los resistentes olivos, mientras la vid se ha recluido en las laderas montañosas de suelos pobres y arenosos, sin miedo a un viento loco, la tramontana. Disfruta allí, en compensación, del regalo del sol por su orientación sur, de contrastes entre la temperatura del día y la noche, e incluso del lado positivo de los ocho vientos, ya que se encargan de alejar cualquier plaga.
Las cepas históricas son la Garnacha y la Cariñena. De ahí que el grueso de la producción, 80%, sean vinos tintos. En los últimos años se han sumado variedades prestigiosas como Cabernet Sauvignon y Tempranillo. Se emplean, como la Garnacha, sobre todo para vinos de guarda, mientras las locales componen, como siempre, alegres vinos jóvenes, el afamado Vi Novell, de intenso color púrpura, frutal y carnoso. Históricos también los dulces Garnatxa que mantienen su azúcar residual al cortar la fermentación con alcohol o con mistela, es decir, mosto dulce de la misma uva.
Las propiedades son pequeñas, y eso ha determinado una estructura basada en las cooperativas. Su evolución ha sido desigual, pero a algunas de ellas se debe una sensata y notable evolución de la D.O. Se han dotado de tecnología, disponen de preparados enólogos y experimentan la crianza con parques de barricas. Y eso se refleja en la botella.
En la mesa, el viajero se dejará tentar por la tradición de los brillantes rosados color cereza que han sabido extraer la fruta tinta y preservar la frescura. O por unos blancos que han sumado Chardonnay a la Xarel.lo, a la Macabeo y que invitan a un nuevo trago con el toque punzante de un punto de aguja. El reto de un Consejo joven es el embotellado, pero crece en cada vendimia.

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