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Vinos isleños

  • Redacción
  • 2008-09-01 00:00:00

Las olas rompen sobre las escarpadas rocas o lamen la arena de las playas, mientras el sol y el viento acarician la piel. Para que el ambiente isleño sea perfecto no falta más que tener a mano un buen vino. Síganos... CERDEÑA Vinos para los nietos Los vinos más longevos de Cerdeña descansan en las bodegas de la familia Contini: vinos vernaccia de color ámbar que ya existían cuando los propietarios de esta empresa fundada hace 110 años, hoy señores canos, aún iban al colegio. En toda Cerdeña se atesoran vinos fuera de lo común. Vernaccia se llama la variedad de uva autóctona que crece sobre todo en el oeste de Cerdeña. Las cepas de la familia Contini, en forma de alberelli (arbolito), están en la soleada península de Sinis; algunas de ellas aún son de pie franco, plantadas sobre blandos suelos arenosos. Allí se recogen las uvas maduras para luego elaborar con ellas vinos de postre longevos en la bodega de Cabras. Además, Paolo Contini y su familia también cultivan otras variedades sardas, como las tintas Nieddera y Canulari, con las que producen vinos tintos vigorosos y frutales. Pero, desde siempre, esta familia profesa un cariño especial por la variedad Vernaccia. “La Vernaccia es una variedad de uva con mucha personalidad”, explica Alessandro Contini, sobrino de Paolo, mientras nos guía por la bodega en el corazón de Cabras. “Puede producir vinos sencillos, pero sobre todo después de una larga guarda y la oxidación que conlleva se convierte en algo grande, de forma parecida al jerez.” Como su hermano mayor andaluz, la familia Contini elabora una parte de las uvas Vernaccia siguiendo el método de soleras y criaderas. Las viejas barricas de madera de roble y castaño que contienen la “madre” del vino nunca se vacían del todo y se rellenan año tras año con las nuevas cosechas. Gracias al velo de flor, una gruesa capa de levadura y sustancias muertas del vino que también contienen el sabor característico del vino, éste va madurando durante años en un microclima propio. La más alta expresión de este tipo de vino en la casa Contini es el Antico Gregori, un extracto cuyo elemento más joven data del año 1971 y los más antiguos se remontan a los primeros tiempos de la bodega, asegura Alessandro. Además, están el vernaccia de añada y el reserva, que actualmente son de los años ochenta y noventa. “Algunas de estas barricas”, comenta pensativo Alessandro Contini, “ya no las llenaremos nosotros, sino la próxima generación.” Autóctonas: Cannonau, Cagnulari La variedad Vernaccia se cultiva en Cerdeña desde hace casi mil años y actualmente tan sólo un puñado de vinicultores conserva esta tradición. Sin embargo, la Vernaccia no es más que un apartado de la viticultura en esta isla mediterránea. Cerdeña siempre ha atraído a los conquistadores: la isla ya estaba habitada antes del neolítico. Hacia el año 1800 antes de Cristo le siguió la cultura de Bonnanaro, que ha dejado en la isla alrededor de 6.500 viviendas llamadas nuraghe, unas características torres redondas de piedra que aún hoy siguen siendo el monumento emblemático de Cerdeña. Luego llegaron los fenicios, con sus puertos de mar Tharros y Pula, y más tarde los griegos y los cartagineses. En tiempos de los romanos, la isla era uno de los graneros y bodegas del imperio, y lo siguió siendo después, bajo el dominio español. En el siglo XVI, los viñedos se extendían a lo largo de casi 70.000 hectáreas. Hoy son 40.000. Todas estas diferentes soberanías no sólo han dejado sus huellas en la arquitectura, la cocina y los topónimos, también la vinicultura atestigua influencias de todos los rincones del Mediterráneo, con la uva blanca Vernaccia originaria de Asia Menor, Vermentino y Nuragus de la Grecia helénica, o bien con las variedades tintas Cannonau, Carigno o Cagnulari, que llegaron a la isla tras dar un rodeo por España. Cada una de ellas ha encontrado su hogar en una parte diferente de la isla. Porque Cerdeña es un paisaje muy variado: aparte de la región costera propiamente dicha, con sus playas de arena blanca y su mar de color turquesa, en ocasiones ni siquiera tiene carácter de isla. En el interior, en Gallura al norte y en la Barbagia en el centro, áridas rocas y alcornoques dominan el paisaje, y rebaños de ovejas rastrean las montañas y valles en busca de un poco de hierba verde. Por eso se dice que en Cerdeña hay más pastores que pescadores, più pastori che pescatori, y aún hoy el pecorino sardo, el queso de leche de oveja, es una de las exportaciones más importantes de la isla. Además del vino, naturalmente: la variedad tinta más impotante es la Cannonau, con la que generalmente se hace un vino frutal y no muy rico en taninos. Algunos vinicultores como Alberto Loi o Alessandro Dettori prefieren las versiones de Cannonau con mucho carácter. Su pareja blanca es la Vermentino, con la que se elabora un vino equilibrado, fresco y frutal, que se embotella como vino DOCG, en Gallura en el norte, y como Vermentino di Sardegna DOC en el resto de la isla. Algunos productores, como por ejemplo Capichera en Arzachena, también apuestan por una variante de vendimia tardía muy plena. También presenta mucho potencial la uva Cagnulari en el noroeste de la isla. Vinicultores como Giovanni Cherchi vinifican con ella unos tintos vigorosos y con gran capacidad de guarda. Viñedos resistentes a la filoxera Por el contrario, en la ciudad costera de Alghero, en el noroeste, Sella & Mosca apuesta por una mezcla de variedades regionales e internacionales. Con 550 hectáreas de viña y una producción de más de seis millones de botellas, esta empresa es la mayor bodega de la isla. Fundada hace cien años por las familias Sella y Mosca, desde 2002 es propiedad de Campari. A pesar del cambio de propietario, sigue habiendo continuidad en la bodega, lo que también se debe a que más de la mitad de la producción, en su mayoría Vermentino y Cannonau, se consume en la propia isla, en los centros turísticos de la Costa Smeralda, Santa Margherita y Castelsardo. Pero el vino de más renombre de la bodega es un varietal de Cabernet llamado Marchese di Villamarina. “Es un ejemplo de que se pueden hacer grandes vinos sin que se trabaje exclusivamente con variedades autóctonas”, explica Giovanni Marzagallo, enólogo de Sella & Mosca. “En nuestros viñedos, la Cabernet ha encontrado un terreno ideal.” El gran orgullo de Santadi, una de las más renombradas bodegas cooperativas de Italia, son las viejas cepas de pie franco que crecen en el suroeste de Cerdeña, en los alrededores de Porto Pino. La filoxera nunca pudo asentarse en los suelos arenosos cercanos al mar, y gran parte de los alberelli tienen décadas de edad. Los vinos tintos superiores de esta cooperativa se llaman Terre Brune y Rocca Rubia. Ambos se embotellan bajo la etiqueta DOC Carignano del Sulcis y se vinifican con la variedad Carignano, especiada y llena de carácter, que algunos consideran la cepa cualitativamente más valiosa y longeva de Cerdeña. Cuidar la herencia Muy cerca de Porto Pino, en la península de Sulcis, la bodega Argiolas también ha realizado inversiones recientemente. A su vino superior Turiga, una vigorosa cuvée de las variedades autóctonas Cannonau, Carignano y Bovale, se ha sumado recientemente el Is Solinas, un Carignano del Sulcis DOC casi varietal puro: un vino con mucho carácter, intensos aromas de frutillos del bosque, lleno y largo. El futuro de Cerdeña pasa por un estricto control del volumen de cosecha, la selección de clones y el trabajo de calidad en el viñedo y en la bodega, opina Giuseppe Argiolas, enólogo de la bodega. Paolo Contini, de Cabras, también está convencido de ello: “Lo más importante es cuidar la herencia que poseemos aquí, en Cerdeña. Nuestra historia, nuestro paisaje y también nuestras cepas hacen de Cerdeña uno de los lugares más bellos del Mediterráneo.” Vuelve a acariciar cariñosamente una barrica de vernaccia; a través de un suelo de cristal se puede observar la formación de la flor sobre el vino. En esta barrica, el velo de flor ya ha tenido ocho años de tiempo para formar pequeños islotes en la superficie del vino. Unos años más lo convertirán en una especie de espesa piel. Y luego, algún día, el vino terminado se embotellará. Sólo el cielo sabe cuándo. Probablemente ya lo habrá de decidir la próxima generación. Isola del Giglio El esfuerzo vale la pena Bibi Graetz es conocido por sus tintos de la finca Testamatta, en la Toscana. Pero pocos saben que las uvas para su vino blanco las encuentra en una isla diminuta ante la costa toscana. Allí, en viñedos sobre terrazas, crece la variedad Ansonica. En realidad, Bibi Graetz aterrizó en Giglio más bien por casualidad. Ya de niño veraneaba con su familia en esta pequeña isla alejada de la costa toscana. Pero en aquella época, evidentemente, no se interesaba por el vino. Tras un rodeo por el mundo del arte, pues Graetz procede de una familia de artistas, empezó a interesarse por la Isola del Giglio cuando decidió hacer su propio vino. En Fiesole, ante las puertas de Florencia, fundó hace una década la finca vinícola Testamatta, donde se centra mayoritariamente en las variedades Sangiovese, Canaiolo y Colorino. Pero en el caso del vino blanco, no halló nada equiparable a los tintos clásicos de la Toscana. Entonces recordó su infancia en Giglio, y que allí se cultivaba y se bebía sobre todo vino blanco. Porque Giglio tiene una larga tradición vinícola. Ya en tiempos de los romanos, en esta pequeña isla de apenas diez kilómetros de largo y dos de ancho, se cultivaban algunos cientos de hectáreas de viñas. Hasta hace pocos años, los pequeños campesinos vinificaban sus uvas exclusivamente para uso doméstico, y el laborioso trabajo en el viñedo sobre terrazas ha llevado a reducir el cultivo de la vid hasta apenas 16 hectáreas, dedicándose a las variedades Ansonica y algunas otras locales. Para su vino blanco, Bibi Graetz arrendó un total de seis hectáreas de viñedos en Giglio, repartidos por diversas zonas de la pequeña isla. Tanto el trabajo en el viñedo como la vendimia se realizan a mano. “Las cepas sólo pueden echar raíces hasta un metro escaso de profundidad, a partir de ahí tropiezan con el granito del subsuelo”, explica Graetz. “Pero como las capas que lo cubren son arenosas, esta isla se libró de la filoxera en su mayor parte.” Así, las uvas Ansonica de Giglio aún hoy siguen madurando en viejas cepas de pie franco. Tras la vendimia, las uvas se transportan en un camión frigorífico hasta la finca de Graetz en Fiesole, donde se vinifican. Porque, hasta ahora, todavía no hay ninguna bodega en Giglio. El resultado, en opinión del vinicultor florentino, hace que merezca la pena el esfuerzo. El Bugia, nombre que ha dado Bibi Graetz a su vino, debe su mineralidad y su especiado a la singularidad de este terruño ante las costas de la Toscana.

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