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En un lugar de la Ribera del Duero...

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  • Antonio Candelas
  • 2020-12-04 00:00:00

El reconocimiento de esta Denominación de Origen a través de sus casi 40 años de historia ha llegado de la mano de la viña burgalesa y vallisoletana. Hoy, en la porción de "Ribera soriana" hay un interés creciente por crear un vino diferente con el fruto de una vid única.



Es la tierra de Soria árida y fría. Así comienza Antonio Machado su poema Campos de Soria. En él, el poeta sevillano describe con amorosa precisión un paisaje austero, riguroso, del que la vida brota tímida y frágil, pero auténtica e inimitable. Las tierras labrantías, los chopos, los plomizos peñascales, los zarzales florecidos y las violetas perfumadas, las encinas, los álamos, el Moncayo nevado y el Duero. El río más vitícola de la Península no se podía olvidar de una tierra como la soriana para cuidar de un puñado de viñas excepcionales que se mimetizan con ella en los meses en los que la vida hiberna y pincelan con sus brotes el color pardo de colinas y estratégicas laderas. No podía ser que ignorara unas cepas que llenaron hace décadas los pequeños lagares de las casas para que el lugareño y su familia pudiera beber buen vino después de una exigente jornada en el campo en la que "[...] un hombre que se inclina hacia la tierra, y una mujer que en las abiertas zanjas arroja las semillas [...]".
Hasta el más profano en cuestiones vinícolas sabe que existe una Denominación de Origen cuyo nombre, Ribera del Duero, ha colonizado desde hace casi 40 años las barras de los bares, cartas de restaurantes y lineales de tiendas. Es más, es posible que nombres de pueblos como Peñafiel, Aranda de Duero o Pesquera los asociemos sin pensar a localidades eminentemente vinícolas. Esta realidad, beneficiosa sin duda para el cogollo de municipios que comprenden la Ribera del Duero vallisoletana y burgalesa, aglutina alrededor del 95% del conjunto de viñedo de toda la D.O. Pero el Duero antes de llegar a estas dos provincias tiene que recorrer los campos sorianos, donde la viña también se asentó en su momento en un atomizado régimen de minifundio. Allí sobrevive ese escaso 5% de cepas salpicadas que tanto interés está generando. Productores pequeños, aventureros de la viña, viñadores autóctonos y exploradores incansables son algunos de los adjetivos que se pueden aplicar a los que encabezan los proyectos que, asentados en los últimos 20 años, han despertado una fascinación sin precedentes por parte de prescriptores y público en general.
Algo tendrá esta parte de la Ribera para que sea tan atractiva, y eso es lo que nos hemos propuesto desvelar a través de interesantes conversaciones con algunos de los protagonistas que mejor conocen este encantador lugar, inspirador de mil y un artistas que encontraron aquí su musa más fiel.
 
Ha nacido una estrella
Las historias más alucinantes en las que la aparente irrelevancia de un lugar se abre camino ante el músculo poderoso de otras zonas de fama mundial suelen nacer de gente bizarra que no se achanta ante nada porque saben que lo que tienen entre manos puede ser desconocido, pero en absoluto corriente. Esto es lo que le pasó a Miguel Sánchez, un soriano propietario de Aseuniv, una de las distribuidoras de vino más importantes de España. Convencido del potencial que atesoraban esas pequeñas parcelas de viñas viejas sorianas, en muchos casos prefiloxéricas, crea Dominio de Atauta en el año 2000 y es donde comienza el nacimiento del relato de una zona desconocida, y por lo tanto repleta de retos y mucho trabajo.
Un año antes, en 1999, Bertrand Sourdais fue presentado a Miguel por Álvaro Palacios. En aquella conversación en la que se intercambian impresiones, ideas y proyectos se crea el germen de Dominio de Atauta. Bertrand reconoce con sentido del humor que, tras estudiar en Burdeos y establecer buena relación con Ricardo Palacios, llegó a España huyendo del servicio militar francés. Antes de empezar su experiencia soriana trabajó durante 1998 en Priorat con Álvaro, donde conectó con esa idea de encontrar la frescura en los vinos, y para eso el patrimonio soriano era perfecto.
Como en cualquier comienzo de un proyecto inusual, los comentarios poco alentadores e incluso sarcásticos llegan. "Lo bueno está en Burgos o Valladolid, en Soria no se puede hacer mucho. Tendrás problemas de maduración", le decían. Si además la elaboración se centra en conseguir vinos aferrados a la tierra, donde cada parcela se trata por separado y con el vino resultante no se llenan más de dos barricas, la guasa entre la gente del sector era aún mayor. La ventaja en estos casos es que cuando remas a contracorriente se hace más ruido y llamas la atención de la opinión pública, por lo que no tardas en aparecer en aquel mapa de la Ribera del Duero en el que el foco principal siempre se había puesto en Burgos y Valladolid. Sourdais cuenta cómo en los inicios de ese ruido mediático el primero en visitarle fue Luis Gutiérrez, la persona que cata los vinos españoles para la prestigiosa revista americana The Wine Advocate: "Él entendía lo que estábamos haciendo aquí porque conocía muy bien los vinos franceses y valoraba la importancia de la frescura como elemento fundamental de un vino".
Es lógico pensar que en unos años en los que la tendencia era la de alcanzar grados alcohólicos altos, esta zona no fuera la más valorada entre los elaboradores. Pero esta línea de trabajo no quería decir que no se pudiera alcanzar una maduración completa en los viñedos sorianos. En resumidas cuentas, se puede obtener un Tempranillo con 13,5 grados de alcohol perfectamente maduro sin necesidad de rondar los 15 grados, como en otras regiones. Una virtud de la que actualmente se nutren bodegas de la Ribera de Duero para completar aspectos de sus vinos que solo esta parte de la D.O. tan especial es capaz de aportar.
En estos comienzos y posterior desarrollo de proyectos en los que Bertrand consigue aglutinar un conjunto interesante de viñas viejas es cuando se escribe un futuro consistente en el que se centran los esfuerzos en rescatar del abandono viñas de muchísimo valor. Pero estos esfuerzos en algunos casos se tornan titánicos, por lo diseminadas que están las parcelas y no haber una concentración parcelaria. Para que nos hagamos una idea, las viñas son tan pequeñas que de algunas apenas se cosechan 300 kilos. Bertrand nos cuenta que en su bodega Antídoto trabaja 650 parcelas para obtener 300.000 Kg de uva. "Es el precio que hay que pagar, pero no pasa nada, es lo que hace que esta zona tenga interés. Lo que tiene que ocurrir es que se refleje en el precio del vino", concluye. Es claro que aquí la producción es exigua y de una magnífica calidad pero, además, el trabajo en el campo se multiplica por esa distribución heterogénea de los viñedos. Esto genera unos gastos de producción que hace necesario que la uva se pague a un precio justo para que la actividad sea rentable y pueda tener continuidad.

La Ribera más personal
Sabemos que la viña vieja prefiloxérica que aguantó con heroicidad numantina el asedio del maldito insecto es uno de los tesoros de la Ribera del Duero soriana. Los suelos arenosos sirvieron de muralla inquebrantable y, gracias a ello, hoy siguen dando su precioso fruto. Este material vegetal también goza de una singularidad genética que difiere de otros tempranillos más productivos que llegaron con el boom de esta variedad y un concepto diferente de viticultura. Este es menos vigoroso, de pámpanos de crecimiento moderado y racimos de uvas más pequeños. No es cuestión de determinar si es mejor o peor que otros, sino de entender que son diferentes y de que son capaces de expresar diversidad de matices, y es ahí donde radica el interés y nace el orgullo de su defensa. Esta alhaja adquiere un mayor valor cuando se encuentra engarzada en un territorio extraordinario. Los 1.000 metros de altura sobre los que están plantados estos reductos siempre llaman la atención. Advertimos entonces que el inminente cambio climático y el perfil fresco y refinado de los vinos que se ha alojado en el gusto del consumidor hacen que esta zona atraiga a más de uno.
Pero aún hay más. Ubiquemos geográficamente a la Ribera soriana en el mapa. Si nos fijamos, está encajada entre dos sistemas montañosos. Al norte, el Sistema Ibérico, que la separa de La Rioja; y al sur, el Sistema Central, que pone tierra de por medio con la Meseta Sur. Este contexto geográfico difiere completamente de lo que encontramos una vez que cruzamos la línea que separa Soria de Burgos. A partir de ahí hacia el norte no hay accidente montañoso alguno. La meseta castellana marca la línea del paisaje. Como podíamos imaginar, esta particularidad afecta a la temperatura media anual entre dos puntos. Por ejemplo, entre Peñafiel (Valladolid) y San Esteban de Gormaz (Soria) hay una diferencia de 1,1 ºC, por lo tanto necesariamente tiene que haber diferencias entre una Ribera y otra.
Precisamente allí, a la cooperativa de San Esteban, creada en 1972 y fundadora en 1982 junto con un puñado de bodegas de la Denominación de Origen, es donde los agricultores de la zona llevaban el fruto de estas viñas tan especiales, manteniéndolas así con vida. En 2004 fue adquirida por el grupo bodeguero D.O.5 Hispanobodegas cuya dirección enológica corresponde desde entonces a María José García. En la actualidad trabajan alrededor de 230 hectáreas repartidas en 22 pueblos de la zona y en 100 pequeñas fincas. Estos datos nos dan una idea de la diversidad de suelos y orientaciones que manejan y que enriquecen con multitud de registros a los vinos que elaboran. Para María José, la altitud es decisiva y la frescura que traslada a los vinos es muy importante, pero da un valor extra al patrimonio de viña vieja, que en el caso de Viñedos y Bodegas Gormaz alcanza el 70% de cepas por encima de los 80 años, ubicadas en un mosaico de suelos que multiplica extraordinariamente las posibilidades: "Aunque la característica de los suelos de aquí es su textura arenosa, hay parcelas con más canto rodado, otras con mayor proporción de arcillas... todo ello enriquece las elaboraciones".
Un ejemplo de estas variantes de suelos y ubicaciones de viñas es el 12 Linajes Reserva. Para María José es el vino que mejor expresa la personalidad de la zona: complejidad y frescura. Sus uvas penden de cepas centenarias plantadas en microparcelas de los municipios de Ines y Atauta casi a 1.000 metros de altura. Aunque este reserva aglutine las cualidades de esta Ribera oriental, el conocimiento de María José sobre la zona ha hecho que desarrolle elaboraciones que capturan realidades muy concretas de parcelas especiales. Es el caso de 12 Linajes Finca los Arenales. Un vino de cepas prefiloxéricas plantadas en terrenos arenosos muy pobres y de gran capacidad drenante. Por último, el 12 Linajes Grano a Grano. Aquí la selección se hace como reza el nombre del vino. El fruto de la vid centenaria plantada en suelos con mayor porcentaje de cantos rodados es seleccionado y tratado con sumo cuidado para preservar tanto privilegio.
Con el objetivo de defender esa personalidad distinguida y aunar esfuerzos por comunicar una forma diferente de hacer vinos nació a principios de año la Asociación Viñas Viejas de Soria formada por 15 bodegas de la zona: Bodegas Gormaz, Antídoto, Dominio de Es, Bodegas y Viñedos Aceña, Taruguín, Tierras El Guijarral, Bodegas y Viñedos Señoría de Aldea, Dominio de Atauta, Señorío de Villálvaro, Bodega Aranda-DeVries de Ines, Bodegas Castillejo de Robledo, Bodegas Valdeviñas, La Quinta Vendimia, Lunas de Castromoro y Bodegas Vildé. Como presidenta de la misma, María José considera que es un proyecto necesario para avanzar en el posicionamiento de la zona defendiendo a capa y espada sus señas de identidad: viñedo viejo, altitud y diversidad de suelos. Un trío de ases que hemos podido catar en primeur de la reciente cosecha 2020. Una añada que se presenta con una grandísima calidad en la que la fruta roja es crujiente y fresca con ese toque silvestre que adelanta su buena evolución. Otro matiz que marca la diferencia es el apunte floral que hemos apreciado en alguno de los vinos catados. En cuanto a las sensaciones de acidez y estructura, son vinos menos rotundos que en otras partes de la Ribera del Duero. Hay tensión y una parte más vibrante que a estas alturas de su estado en rama resulta divertida. Para los que os gusta jugar a esto de las quinielas enológicas, estamos ante una muy buena añada en esta parte de la Ribera soriana.


La atracción de lo diferente
Uno de los proyectos bodegueros asentados en la Ribera del Duero vallisoletana que trabaja con viñedos de multitud de pueblos de Valladolid y Burgos es Legaris. Su enólogo, Jorge Bombín, que lleva al frente del proyecto desde 2008, reconoce que después de trabajar con un gran número de municipios de estas dos provincias ribereñas había que lanzarse a explorar la soriana por ofrecer otra versión completamente diferente. Tras valorar opciones encontraron 14 hectáreas de un viñedo de 20 años de edad en Alcubilla de Avellaneda a unos 930 metros de altura. Plantado en espaldera, está dispuesto en una ladera de orientación benévola en lo climático, puesto que es noroeste - sureste, ideal para aprovechar las horas de sol en un lugar tan frío. Les gustó la arcilla roja del suelo y la posibilidad de segmentar la finca y de ahí salió en 2015 un vino con el nombre del pueblo que pasaría a formar parte de la colección Vinos de Pueblo de Legaris.
Jorge confiesa el innegable atractivo de esta zona: "Es un Tempranillo muy tardío acostumbrado a los de Burgos y Valladolid. Puede haber incluso tres semanas de diferencia en la vendimia. Lo bonito de esta zona es que no buscas tanto la madurez fenólica, por lo que se consiguen grados más moderados y mejor acidez. "La Ribera es caprichosa y, por lo tanto, una correcta gestión del riesgo es fundamental para conseguir concluir con éxito añadas que en cualquier momento del ciclo pueden torcerse por heladas u otras inclemencias meteorológicas".
Otro aspecto que nos desvela Jorge y que es tan interesante como los demás es la mayor diferencia que se establecen entre añadas: "En zonas extremas como esta, los contrastes climáticos entre un año y otro marcan más la personalidad del vino que en las zonas bajas". Esto lo podemos comprobar en su vino soriano. La añada 2015, más cálida, dio un vino más robusto y frutal que la 2016, que resultó ser más fresca, y eso se tradujo en un vino de perfil floral y esqueleto más delgado. Todos, motivos suficientes para que en un futuro dediquen esfuerzos en encontrar viñas interesantes para seguir creando pequeños proyectos sobre los que inmortalizar la excepcionalidad de un territorio.
El caso de Bodegas Valdeviñas tiene mucho que ver con el sueño de elaborar un vino que enamore al mundo. Ese es el deseo de la familia Mirat, de procedencia francesa y con una estrecha relación agropecuaria desde hace 200 años. Tras valorar varias ubicaciones en diferentes denominaciones de origen, decidieron asentar su proyecto en el año 2000 en la pequeña población soriana de Langa de Duero. Además de plantar en aquel momento 20 hectáreas de viñedo en espaldera, adquirieron una serie de pequeñas parcelas de viñedo muy viejo con el que comenzar a crear sus tres vinos: Tinar de Mirat Selección 2009, Mirat Reserva 2004 y Mirat Gran Reserva 2005. Hay que prestar atención a las añadas que están en el mercado, todas ellas pretéritas para lo que solemos encontrar. ¿Cuál es el mensaje? La gran capacidad de evolución. Están elaborados para soportar el paso del tiempo con lentitud. La paciencia es el ingrediente principal de estos vinos que buscan la complejidad y finura en un terreno extremadamente pobre en el que la viña tiene que perforar los horizontes para encontrar alimento. Esa carencia de recursos se traslada a una materia prima de grano pequeño con una proporción considerable del hollejo con respecto a la pulpa. Si con este potencial colorante se realizan trabajos extractivos potentes, el resultado son vinos donde la crianza debe ser larga para moldear y apaciguar esa raza.


Transmisores de valores

Quizás una de las personas que aglutina todos los valores de la zona es Ana Carazo en su proyecto personal de La Loba. Una conversación con ella no se olvida fácilmente. La energía que rebosa llega a contagiarse porque va cargada de una pasión casi obligatoria para gestionar este pequeño proyecto ella sola. Aunque sus abuelos eran de Matanza de Soria, pueblecito donde va construyendo su bodega con la constancia imperturbable de una hormiguita, ella pasó su infancia en Alicante entre botellas de vino, puesto que su padre era distribuidor en la zona sureste del país.
Como no podía ser de otra forma, esa vitalidad desorbitada la llevó de aquí para allá trabajando en diferentes bodegas y países en los que fue fijando los conocimientos adquiridos en la Escuela de Enología de Requena. En Aalto con Mariano García tuvo la oportunidad de vivir su primera vendimia. No era un mal comienzo para una lista repleta de experiencias a cada cual más enriquecedora: Cillar de Silos, Astrales, Paixar en el Bierzo –donde se fijó y aprendió a amar y rescatar las viñas viejas– o Loira y Nueva Zelanda como vendimias internacionales.
Ya en Soria decide poner en marcha su propio proyecto, que echa andar en 2011 sin instalaciones propias, pero con un deseo inquebrantable de concentrar en cada botella de La Loba los valores con los que los lugareños de aquella tierra austera habían conseguido cuidarla y, por supuesto, lograr sobrevivir. "La viña vieja y dispersa que tenemos aquí solo la podemos trabajar desde la humildad y con nuestras manos", afirma feliz. Entre viña propia y alquilada ha sido capaz de aglutinar cinco hectáreas con las que hace sus dos vinos: La Loba y La Lobita. "El minifundio aquí está llevado al extremo. Te puedes encontrar con una parcela en la que una línea de cepas es de un propietario y la siguiente es de otro. Imagínate cómo se complica la gestión de tanta variabilidad", comenta Ana orgullosa. En su caso, esas cinco hectáreas están repartidas en 100 parcelas, lo que no solo da una idea del trabajo que conlleva sino de la diversidad de suelos y orientaciones con las que puede jugar para enriquecer el perfil de sus vinos.
El sugerente nombre de La Loba homenajea a una de sus abuelas por su coraje y carácter protector y astuto. Viñedos centenarios de Tempranillo son los que se han utilizado para elaborar este tinto en el que la frescura habla por sí sola. La crianza contenida respeta con mucha inteligencia el corazón del vino. Y de la fuerza de una generación austera y tremendamente sacrificada inscrita en la persona de La Loba, a La Lobita, el espíritu alegre, inconformista y directo de la propia Ana. Un vino que incorpora un 5% de Albillo al Tempranillo mayoritario y que presenta un perfil igualmente expresivo, pero con un punto divertido y desenfadado.
Este viaje por los viñedos de esta parte oriental de la Ribera del Duero nos ha dado una idea de los magníficos rincones que aún se conservan en España con una riqueza vitícola extraordinaria. Paisajes de otros tiempos en los que la vida rural transcurría a un ritmo silencioso marcado por las poderosas manos de la gente de campo. El movimiento que ha surgido en los últimos años aquí tiene que ver con una lucha sin cuartel contra la despoblación y el abandono, pero no hay que olvidar que tras cada uno de los proyectos grandes o pequeños que aquí se fraguan, hay una parte de honra a aquellas personas dotadas de un aplomo y unos valores basados en el amor a la tierra que libraron la batalla de la vida en estos campos fríos de Soria.

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