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Monastrell con los potajes

  • Redacción
  • 1997-11-01 00:00:00

Con la llegada del invierno vuelven, aligerados pero igualmente sustanciosos, los potajes, una forma cómoda y sabrosa de cocina regional.
Los potajes, que cubren todo el territorio español con mayor o menor lujo y abundancia, son una de las grandes creaciones de la cocina popular, cuyo esforzado artificio culinario ha creado, a lo largo del tiempo, obras inmortales de gastronomía familiar. Así, los numerosos y variados “cocidos”, que encierran todo un banquete en sus dos o tres “vuelcos”, y que pueden estrecharse hasta la estilización en un simple caldo donde navegan solitarias las escasas legumbres que el presupuesto permite. Pero también puede ser festín de “camachos”, como lo es la “olla podrida”, la madre de todos los guisotes, con su carne de vacuno, tocino, jamón, legumbres, verduras, pollo, caza menor, hierbas aromáticas, y todo lo que el buen gusto aconseje. Otros ejemplos gloriosos son las “caldeiradas” y “calderetas” de pescadores, donde los distintos tipos de pescado se conjugan sorprendentemente con las patatas; o los “marmitakos” de la cornisa cantábrica, donde el bonito que no valía para la conserva reina sobre las patatas, junto al pimiento y el tomate; o los pucheros montañeses, a base de carne de cordero, gallina, tocino, chorizo y alubias. Y con alubias se elaboran potajes tan emblemáticos como el “pote gallego” que puede llevar costillas de puerco saladas, lacón, berza, etc.; o la soberbia fabada asturiana, donde la morcilla impone su contundente e incisivo aroma. Y si la alubia es roja, como la tolosana, el imprescindible chorizo con la recia guindilla blanca.
Platos que exigen un buen vino tinto de Monastrell, con suficiente cuerpo y grado, pero sin excesos, para que la aportación de la huerta no se acobarde, con nariz intensa y dulces taninos que realcen las diversas carnes que intervienen en estos platos “únicos” que encierran todo el saber popular.

CASERÍO CULEBRÓN 1978
B. Brotóns.
De color cereza con claras notas teja. Tiene el buqué de los vinos clásicos de la zona, mucha crianza, compota de ciruela. Corpulento, con un paso de boca cálido y un beber agradable.

CASTAÑO 1991
B. Castaño.
En el color aparecen ciertos matices teja, capa media. Refinado buqué de crianza en donde salen notas especiadas. En boca está estructurado y armónico, suave y elegante.

CASTILLO DE ALMANSA 1993
B. Piqueras.
Color picota y rubí. Limpio en nariz, con frutosidad y notas de especias. En boca tiene estructura, una perfecta compensación de la acidez y posibilidades de evolucionar.

LAS REÑAS 1996
Coop. Nuestra Señora del Rosario.
Cubierto color picota. Notas de higos y recuerdos de mora. Muy sabroso en boca, con cuerpo, y un toque herbáceo que combina con la frutosidad final.

SABATACHA 1993
B. San Isidro.
De color rojo picota y cubierto. En nariz destaca su buena crianza. Muy sabroso, con el paso de boca tánicamente pulido y untuoso; atractivo buqué final.

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