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La sangre del almirante

  • Redacción
  • 2001-11-01 00:00:00

Subproducto, en principio, de la industria azucarera, el aguardiente de caña adquirió en tierras caribeñas sus señas de identidad. Abundó en la medida en que lo hacía la producción de azúcar. Violento, barato, “maravilloso para los resfríos, pasmos, irisípelas, gotas…” (guildive, taffia, kill-devil, grappe, guarapo…) alivio primero de campesinos pobres, artesanos y esclavos africanos, debidamente transformado, con el tiempo conquistaría los más exquisitos paladares europeos. Llegó al viejo continente, además, envuelto en el perfume de la aventura marinera: una mezcla de salitre, brea, pólvora y ron a partes iguales, que hubo de envolver a los corazones más audaces: lo llamaron rumbuillon, “gran tumulto” en un patois hablado por marineros de las islas británicas. Rum, rhum, ron, así fue bautizado finalmente por los marinos, que hallaron en él a su más fiel acompañante.
Consumido con gula en las mil tabernas de Port Royal o en las escondidas calas de la isla Tortuga por la piratería internacional, marinos antes que otra cosa..
Inseparable de la vida y la muerte de las gentes del mar desde que comenzara a ser distribuido religiosamente entre las tripulaciones de los navíos ingleses, mediado el siglo XVII. Despreciable moneda de intercambio en la trata de esclavos. Definitivamente honorable tras servir de mortaja en su trayecto desde Trafalgar hasta Inglaterra, tal y como él había establecido en su testamento, al ejemplo de navegantes que fuera el almirante Horace Nelson. Protagonista estelar en tiempos de ley seca. Amante llorado por tantos lobos de mar británicos cuando el ansiado reparto diario tuvo su término en 1970.
De las orillas caribeñas no tardaría en llegar tierra adentro, en compañía de los espíritus más aventureros: del Maracaibo colonial español a los Andes, Nueva Andalucía, los llanos hoy venezolanos, las selvas del Orinoco, tierras también colombianas. Conocido como rom y como romo, obligatoriamente clandestino frente al aguardiente de vino español, que no podía cubrir tanta demanda: 400 alambiques destruidos en 1770; autorizado solo a partir de 1796 : “a grandes golpes de machete la caña es abatida; gestos amplios y precisos; un golpe a la base de la planta, un golpe para privarla de su penacho, un golpe a cada lado del tallo para desembarazarlo de sus hojas secas; un último golpe en el centro para dividirlo en dos varas; rápida marcha contra la fermentación antes de llegar al ingenio, el pie en la tierra y la cabeza ya entre los rodillos: guarapo, azúcar, melazas, néctar…¡ron!, finalmente.
Elaboración artesanal, como la que hoy da vida al Ron Cacique 500: caña de azúcar del estado venezolano de Lara, agua pura de los cercanos Andes. “Mieles” que fermentan durante 48 horas con levaduras seleccionadas y nativas en grandes tinas abiertas, para pasar después a un lento destilado natural en alambiques de cobre. De cada alambique será eliminado el primer y el último líquido obtenido, empleándose en exclusiva la parte central y más selecta del espirituoso. Combinación de siete rones añejos selectos, envejecimiento en barricas de roble blanco durante un período de ocho años; la evaporación del trópico: un licor dorado oro viejo, de elegante aroma a ron viejo, suave, elegante, de un dulzor equilibrado. Para ser degustado sin mezclar, quizá con un poco de hielo, sin arreglos, como toda obra bien hecha.

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