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Al cuerno la abundancia

  • Redacción
  • 2002-02-01 00:00:00

«No hay peor ciego que el que no quiere ver» reza el saber popular, que encierra todo el saber, al decir del poeta. No estoy de acuerdo, pero viene al caso para explicar la pertinaz ceguera de quienes recurren a la interpretación estadística de la realidad para negarse a ver la verdad de los números. Por ejemplo: en Rioja las ventas internacionales han subido, cierto, pero porque han caído estrepitosamente los precios. Es decir, hemos vuelto donde solíamos, a crianzas que apenas superan el euro. Por contra, las ventas nacionales han caído significativamente, para algunas bodegas de forma dramática, y con ello han arrastrado los precios hasta niveles de hace cinco años, con grave perjuicio para otras zonas vitivinícolas que, como La Mancha, habían encontrado un hueco gracias a los precios elevados de los riojas. Las causas de tal retorno, que espero no sea eterno, hay que buscarlas tanto en las cosechas abundantes y de buena calidad, como en el espejismo de unas elevadas puntuaciones que no han tirado ni del consumo ni de los precios. Porque de nada sirve el que Parker, por citar al prescriptor más importante del mundo, continúe valorando mucho la nueva viticultura española, si en la percepción del común de los consumidores internacionales España sigue siendo un país de segunda fila. Otro ejemplo, esta vez sangrante, es el de «Wine Spectator» y sus impresentables 100 mejores vinos del mundo, lista en la que apenas si aparecemos. Aquí hay un problema de Estado, suponiendo que el Estado no sea el problema. Porque la actitud de nuestras autoridades ante tal desaguisado es sencillamente suicida. Y dejar que el tiempo termine poniendo las cosas en su sitio, lo que raras veces ocurre, es de más papistas que el papa, a fuer de peligrosamente ingenuos. Ahí está el ejemplo promocional de franceses e italianos, o el apoyo entusiasta de los americanos a su enología, por no hablar de la agresiva penetración mundial de los australianos.
Pero aquí seguimos embebidos en nuestra singularidad, cosechando elogios de crítica que no somos capaces de explotar comercialmente, mientras la bendita naturaleza sigue prodigando buenas y abundantes vendimias. Las bodegas, a rebosar; el consumo, estancado o en lento declive; las denominaciones de origen, aferradas a su tradicional papel de defensa del viticultor local; y la nueva ley del Vino... pero ese es otro cantar. La próxima vez lo entonaremos.

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