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Andalucía, el sabor del sol

  • Redacción
  • 2004-05-01 00:00:00

Tierra bañada por el sol, fresca y cálida, de altas montañas nevadas, profundos valles de verdor incomparable, suaves colinas pintadas por el blanco de sus pueblecitos serranos, playas amorosas de luz y fina arena, tiene Andalucía la complejidad sumergida de las cosas aparentemente sencillas. Por ejemplo, cuando se habla de vinos andaluces todo parece reducido al magisterio de sus dulces y generosos. Sin embargo, con las mismas uvas Palomino, Pedro Ximénez, Moscatel o la singular Zalema se elaboran también blancos con el encanto de sus aromas juveniles. Son variedades imprescindibles para la obtención de los maravillosos finos, manzanillas, amontillados, olorosos, palos-cortados, cream, y dulces. Pero tienen su contrapunto en otra enología donde impera la frescura y la fruta exaltada por el sol del sur de España. Y junto a estas cepas de raigambre andaluza, el viñedo se abre, hospitalario, a otras variedades de uva blanca para obtener vinos competitivos y de gran calidad, como el excelente Sauvignon blanc cultivado en las Alpujarras, o las experiencias con uvas autóctonas casi perdidas, pero de fuerte personalidad, como la Vijariego o la Molinera de Bailén. Y junto a las blancas, la excelente viticultura del tinto, todavía incipiente pero que ya ofrece resultados tan sorprendentes como alentadores en Málaga, Granada, Sevilla, Cádiz... Porque Andalucía es un continente en miniatura. Aquí hay climas y tierras de todas las características, válidos para el cultivo, siempre soleado y luminoso, de numerosas variedades. Y así, el viñedo andaluz comienza a reestructurarse, librándose de conservadurismos y rutinas, para mostrarse como lo que es, el paraíso de la uva, la tierra de poetas encendidos por la embriaguez de su mejor vino. Como lo es de otros productos de altísima calidad que conforman la mayor y más variada oferta gastronómica de España. Ahí están sus jamones ibéricos que en Huelva alcanzan la cumbre de su perfumado sabor, y el delicado dulzor de su variante alpujarreña. O sus aceites, que tienen en Jaén la capital mundial del olivo. O los vinagres, que en Jerez crían solera. Y la cuenta no se acaba: miel, verduras de ensueño, quesos prodigiosos, el exquisito atún de sus almadrabas... Para terminar con el trago vivificante de sus brandies, alma de vino que encierra la sutileza y el delirio de un pueblo sabio y justo.

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