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Cualquier vino pasado fue peor

  • Redacción
  • 2005-06-01 00:00:00

Buen bebedor, de excelente olfato y mejor gusto, Cervantes amaba los vinos españoles -y algún que otro italiano- de los que era buen conocedor. Esta pasión, tan común en los escritores ilustrados del Siglo de Oro la refleja, como no podía ser menos, en distintas ocasiones con motivo de las andanzas del hidalgo Alonso de Quijano y su inseparable y sagaz escudero Sancho. Ocasiones hay varias en El Quijote para el elogio del vino, o su mención. Dentro de la sobriedad que rige las comidas de nuestro héroe, siempre hay lugar para el vino. Hay una escena desternillante: la de los cabreros y la perorata de Quijano sobre los siglos dorados. «No entendían los cabreros aquella jeringonza de escuderos y caballeros andantes, y no hacían otra cosa que comer y callar y mirar a sus huéspedes, que con mucho donaire y gana embaulaban (comían con ansia) tasajo como el puño. Acabado el servicio de carne, tendieron sobre las zaleas gran cantidad de bellotas avellanadas, y juntamente pusieron un medio queso más duro que si fuera hecho de argamasa. No estaba en esto ocioso el cuerno (de vino), porque andaba a la redonda tan a menudo, ya lleno, ya vacío, como arcaduz de noria, que con facilidad vació un zaque (odre pequeño) de dos que estaban de manifiesto». Las citas podrían ser innumerables, ya que el vino -tanto blanco, el más abundante, como tinto- riega profusamente las páginas del Quijote. Quien elaboraba los mejores vinos de la época era la manchega Ciudad Real. Tal era su prestigio que llegó a constituirse como una especie de calificativo genérico de calidad. Eran vinos subidos de color, carnosos y afrutados, con buena graduación alcohólica que soportaban bien el bautismo con agua, o la mezcla con blanco. En cierto sentido, se parecían a los que actualmente se elaboran en tierras manchegas, superada la etapa de los «claretes». La España vitivinícola de Don Quijote y Sancho poco se parece a la actual, más allá de algunas picarescas persistentes. Todo ha cambiado a mejor. Pero sigue el mismo espíritu que le hace exclamar al buen bebedor de Sancho: «Yo no quiero repartir los despojos de enemigos, sino pedir y suplicar a algún amigo, si es que lo tengo, me de un trago de vino que me seco».

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