Política sobre cookies

Utilizamos cookies propias y de terceros, así como los datos de la conexión del usuario para identificarle. Estas cookies serán utilizadas con la finalidad de gestionar el portal, recabar información sobre la utilización del mismo, mejorar nuestros servicios y mostrarte publicidad personalizada relacionada con tus preferencias en base a un perfil elaborado a partir de tus hábitos y el análisis de tu navegación (por ejemplo, páginas visitadas, consultas realizadas o links visitados).

Puedes configurar o rechazar la utilización de cookies haciendo click en "Configuración e información" o si deseas obtener información detallada sobre cómo utilizamos las cookies, o conocer cómo deshabilitarlas.

Configuración e información Ver Política de Cookies

Mi Vino

Vinos

CERRAR
  • FORMULARIO DE CONTACTO
  • OPUSWINE, S.L. es el responsable del tratamiento de sus datos con la finalidad de enviarles información comercial. No se cederán datos a terceros salvo obligación legal. Puede ejercer su derecho a acceder, rectificar y suprimir estos datos, así como ampliar información sobre otros derechos y protección de datos aquí.

Preparados para

  • Redacción
  • 2005-11-01 00:00:00

Parece que ha pasado una eternidad, pero tan sólo ha transcurrido menos de un lustro desde que la polémica entre «tipicidad» y «modernidad» encendía La Rioja con la pasión -y descalificación- que sólo provocan los debates existenciales. Hoy nadie discute que ambos conceptos no sólo no están reñidos, sino que no es posible ninguna tipicidad anclada en la historia, mientras los gustos de los consumidores evolucionan con los tiempos. Porque son ellos, los consumidores, los que determinan qué es lo «típico» y qué no lo es, por mucho que nos empeñemos en lo contrario. Los gustos de hoy dibujan el consumidor del futuro. Y hoy nadie acepta un tinto sin color, sin fruta, sin cuerpo. Como tampoco se aceptan tintos pesados, densos, empalagosos e hiperconcentrados. La fórmula para un viaje seguro al futuro está escrita en los modernos vinos riojanos, que hoy ya son legión: fuerza, sabor y finura. O, si se quiere, intensidad, complejidad y elegancia. Frente al cómodo, pero suicida, conservadurismo riojano, se alzó primero la osadía de Enrique Forner y su Marqués de Cáceres, que mostró la urgente necesidad de una enología acorde con los tiempos, de las virtudes del roble nuevo, del imperativo de la frutosidad varietal. Luego vendría Marqués de Riscal con su Barón de Chirel, demostración palmaria de que ya está todo inventado, de que la tradición es la fuente para el verdadero vanguardismo. O aquel Dominio de Conté que sorprendió a todos por la impecable factura de su elaboración, y que supuso para muchos el entrenamiento por el gusto que se avedinaba y que pocos eran capaces de olfatear. Una estela que siguieron los Muga, Bujanda, López de la Calle, Miguel Ángel de Gregorio, Eguren, Santolalla, Fernando Remírez de Ganuza, Benjamín Romeo... Es el triunfo, avalado también por la crítica internacional, de los vinos con más cuerpo, color, y taninos, pero dotados de finura y elegancia, que es uno de los atributos más preciados de los mejores vinos de La Rioja. A lo que debemos añadir el respeto por el terruño. Porque La Rioja es un mosaico de realidades, que va mucho más allá de la «tipicidad» igualitaria. Quedaba el reducto de los mejores riojas clásicos, fieles a una clientela que, inexorablemente, va disminuyendo. Ley de vida. Pero también hasta aquí han llegado los aires renovadores.

enoturismo


gente del vino