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Mayo despierta con un fulgor renovado, desplegando su manto de luz y su perfume tras las lluvias generosas de las últimas semanas. La tierra, saciada y fértil, nos devuelve su gratitud en forma de paisajes exultantes, donde el verde de las viñas –acompañadas por la brisa cálida y los cielos despejados– nos avisa de que puede que estemos ante una gran añada. Es el mes en que el sol gana terreno y el alma, ansiosa de aire y horizontes, se deja llevar por la llamada de la naturaleza. En este número, hemos querido rendir homenaje a este momento espléndido del año proponiendo un viaje sensorial por el mundo del vino. Tras las esperadas y abundantes lluvias, cuando la tierra aún respira humedad y las cepas rebosan vida, nada invita más a la evasión que una escapada enoturística. Dormir entre viñedos, despertar con el susurro del campo y brindar al atardecer con una copa en la mano se convierten en pequeñas ceremonias de placer, un hermoso tributo a la belleza efímera de la primavera. También hemos querido arrojar luz sobre una de las variedades más injustamente relegadas de nuestro panorama vinícola: la Airén. Considerada durante años la cenicienta de nuestras viñas, hoy alza la voz para que nos demos cuenta de su valía, demostrando una vez más que tras su humildad se esconde un potencial asombroso. Es el momento de redescubrirla, de permitirle contar su historia y reivindicar su sitio en nuestras copas. Así es mayo: florido, hermoso y lleno de promesas. Que sea un mes para perderse entre los caminos del vino, para celebrar la naturaleza en su máxima expresión y para brindar por todo lo bueno que, como la vid en primavera, renace con fuerza y esplendor.
