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Andalucía tiene un color

  • Redacción
  • 1999-02-01 00:00:00

Terrible dilema el de la enología andaluza, cimentada casi exclusivamente en sus grandes generosos, que ve como el viñedo languidece ante un acusado descenso de consumo de estos vino singulares, de difícil maridaje en la mesa, que es donde se bebe la mayor parte de nuestra producción vitivinícola.
Así las cosas, la aparición fulgurante del popular, que no barato,“Castillo de San Diego” ha significado un revulsivo que puede resultar a la postre peligroso. Porque, sin desmerecer en nada este blanco joven de Barbadillo -y mérito lo tiene, aunque sólo sea por haberse convertido en unos años en el vino joven más vendido de nuestro país- no parece que la fórmula pueda repetirse sin más, como alguno pretende. Y aunque cuesta admitir que tantos millones de conciudadanos puedan estar equivocados, lo cierto es que el porvenir de la viticultura andaluza no puede basarse en la más o menos afortunada elaboración de un blanco joven a base de uva Palomino... y un excelente marketing. Ni siquiera de Pedro Ximénez, cuanto menos de Zalema, que tal es la Santa Trinidad hoy imperante, junto a la Moscatel, en Andalucía. Son variedades imprescindibles para la obtención de los maravillosos finos, manzanillas, amontillados, olorosos, palos-cortados, cream, y dulces. Pero no parecen tener, salvo la Moscatel, similares virtudes fuera de la crianza por el sistema de soleras y criaderas. Por eso, la crisis de los generosos se debe traducir en un recorte sustancial de la producción de estos vinos, y el viñedo tendrá que amoldarse. Salvar la viña no es necesariamente salvar la variedad de uva. Al contrario, dejemos abiertas la puertas a otras variedades de uva blanca para obtener vinos competitivos y de gran calidad. El ejemplo de Manuel Valenzuela, y su excelente Sauvignon blanc cultivado en las Alpujarras, es un buen camino; como lo son las experiencias con uvas autóctonas casi perdidas, pero de fuerte personalidad, como la Vijariego o la Molinera de Bailén.
Porque Andalucía es un continente en miniatura. Aquí hay climas y tierras de todas las características, válidos para el cultivo, siempre soleado y luminoso, de numerosas variedades. La misma Moscatel, cuyos dulzores pueden resultar abusivos, puede y debe elaborarse en seco, procurándose su perfumada nariz un hueco entre los vinos blancos de máxima calidad. Todo, menos lo rutinario. El viñedo andaluz, debería reestructurarse, librarse de conservadurismos y rutinas. Solo entonces volverá a ser el paraíso de la uva, la tierra de poetas encendidos por la embriaguez de su mejor vino.

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