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La hora de la discriminación

  • Redacción
  • 2000-10-01 00:00:00

Reservas del 96, el adiós definitivo a los “riojitas” de antaño, tan iguales, tan monótonos, todos tan “finos” y transparentes, con la supuesta frutosidad como eufemismo de la oxidación, y la madera vieja pero abundante como argumento definitivo. Ha llevado tiempo, pero ya es un común denominador el viaje sin retorno del rojo anaranjado al picota violáceo; del rubí abierto al granate intenso. Es la revolución del color en Rioja. Y con ella, la apoteosis del tanino, el triunfo de la potencia frente a la debilitada estructura, la reivindicación del cuerpo, el asombro de la complejidad varietal ahora encerrada en madera nueva. Y todo sin perder la verdadera finura, que es el otro nombre de la verdadera elegancia. Aquí están los nuevos aires de la mejor enología, la respuesta convincente. Plaga que destruye la mediocridad, tan “típicamente” riojana, de una zona gloriosa. Un grito tras el silencio. Verdadera música celestial.
Durante demasiado tiempo se ha creído que de la Tempranillo riojana, que no es “una” aunque sí “grande”, no se podía extraer demasiada materia colorante y taninos sin exponerse a una pérdida irreparable de finura, que es uno de sus grandes atributos. La cuestión está planteada en los siguientes términos: hay que conseguir finura con potencia, ese es el desafío de Rioja. Lo mismo que la potencia con finura es el de Ribera de Duero. Desafíos de gran calado que no es fácil afrontar, pero que los ejemplos de Barón de Chirel, Roda I, Remelluri, San Vicente, Finca Valpiedra, Mayor de Ondarre, Teófilo I, Contino, Altún, Marqués de Vargas, Grandes Añadas, Torre Muga, Campillo, Remírez de la Ganuza, los últimos Lan, y un etcétera cada vez más amplio están resolviendo satisfactoriamente. Se abre una gran avenida para que nuestros mejores tintos riojanos recuperen su lugar privilegiado entre los grandes. Una avenida que comienzan a recorrer también los “clásicos”. Basta beber una copa de Ardanza del 76 y otra del 96 para apreciar el cambio, sin renunciar al sello imprescindible de la casa. Lo mismo puede decirse de CVNE, Marqués de Murrieta, o incluso Tondonia, el inamovible.
Ahora queda por resolver un aspecto de gran valor estratégico: los precios. Es indudable que una zona como Rioja no puede, una vez roto el carácter homogeneizador que la lastraba, mantener el mismo precio de la uva para toda la vendimia. Excelente, buena o regular, todas las uvas se han estado pagando al mismo precio. Así no hay forma de garantizar la calidad de los vinos grandes, y de mantener un precio razonable para los medianos. Y se pierde mercado. Si venturosamente hay en Rioja tintos de terruño que valen más de 10.000 ptas. también deben seguir existiendo riojas comunes a 500 ptas. Porque es la hora de la discriminación positiva. Como en Burdeos, por ejemplo.

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