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La Viura alegre

  • Redacción
  • 2001-03-01 00:00:00

Hubo un tiempo de viñedo blanco y bebedores rojos -es un decir-; una España que se ahogaba en excedentes de uva blanca destinados en gran parte a la quema porque sus ciudadanos amaban el tinto embriagador y festivo. Navegando la paradoja, despreciábamos lo que más teníamos. Y así, las variedades blancas degeneraron hacia la vulgaridad del mosto sin futuro. Nuestros vinos blancos, con la excepción minoritaria de los entrañables crianzas riojanos, algún residuo de viejas cepas albariñas, y el lento reverdecer de la Verdejo vallisoletana, eran de una insufrible banalidad. Y en esas llegó la Chardonnay -también la Sauvignon- y mandó parar. Ellas mostraron las posibilidades del viñedo blanco orientado hacia el consumo de calidad. Ciertamente, la “chardonitis” fue una moda con visos de plaga que nos hizo olvidar nuestras uvas, sobre todo la Viura, que sólo en Rioja seguía demostrando sus grandes posibilidades, tanto fermentada en barrica como criada a la vieja usanza de los Murrieta, Tondonia, CVNE y demás inmortales. Pero ha sido, no lo olvidemos, una bendita moda que ha propiciado el desarrollo de una enología blanca de calidad.
Ahora, pasado el furor foráneo, podemos volver la vista a los vinos de Viura (también llamada Macabeo) y sorprendernos con la calidad media conseguida en el último lustro. Se podrá criticar cierto abuso en el uso de levaduras seleccionadas que exacerban los aromas frutales primarios hasta una peligrosa zona roja de vulgar perfume; se podrá criticar cierta homogeneidad empobrecedora, fruto de la insensible y comercial técnica de elaboración de los blancos tranquilos; se podrá criticar la falta del necesario respeto a las zonas de cultivo, y exigir un tratamiento similar a los tintos de terruño si queremos tener blancos no sólo bien hechos, sino con carácter. Pero nadie puede negar la mejora sustancial en la oferta de blancos a base de un varietal tan menospreciado como maltratado.
Blancos donde la Viura ofrece algo más que simplones aromas de manzana verde; muy al contrario, blancos donde esta uva de tamaño mediano, forma esférica, color amarillo y, en zonas soleadas, pardo es capaz de enriquecerse con una delicada melodía hecha de notas florales y herbáceas, a las que la buena madera del noble roble da resonancia y complejidad.

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