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Bravo Toro

  • Redacción
  • 2001-10-01 00:00:00

¿Un nuevo Priorato? Tal vez. Lo cierto es que las características edafológicas de Toro, con tierras de cascajo en la superficie y una capa arcillosa en la profundidad, su gran diferencial térmico noche/día, las brillantes y abundantes horas de sol, la capacidad de absorber y retener el agua en sus profundidades telúricas sin encharcarse cuando llueve, la salud envidiable de un viñedo nacido para la gloria, permiten soñar. Y, sin embargo, hace tan sólo cinco años nadie apostaba un duro por estos vinos de Toro, pletóricos y entrañables, de gran cuerpo y color, aroma intenso, carnosos y muy tánicos. Vinos con el grado alcohólico subido a los que Manuel Fariña descarnó, adelgazó, redujo su poderosa estructura para afinarlos, hacerlos asequibles, y permitir su entrada en el mundo elitista de los vinos finos. Fue en épocas del imperio riojano y la arrogancia de Ribera del Duero escalando los primeros puestos en el ranking nacional de los mejores tintos. Manuel Fariña, con su Colegiata, grande y pequeña, se hizo notar. Pero no eran tiempos para terceros. Parecía más una curiosidad en un mar de graneles impersonales. Fariña supo aguantar en solitario, jugando al escondite con la ruina, hasta que encontró apoyo y reconocimiento de la crítica más desprejuiciada. Y llegó su hora. El gusto por el tanino suave, maduro, frutoso, la búsqueda del color perdido frente a la romántica palidez de los claretes, California en fin, dictando que los polifenoles eran el mensaje, empezaron a hacer justicia en Toro, la olvidada, la menospreciada. Pero no sólo Fariña, al fin y al cabo también él era un “forastero” venido aquí cuando todos se iban. Otro hombre sabio y prudente sabía de la inmensa riqueza de estas tierras y su varietal glorioso: Antonio Sanz, que antes de iniciar su andadura como “enólogo de fortuna” en tierras vallisoletanas, dirigió durante 11 años los destinos técnicos de la Coop. de Morales de Toro, todo un ejemplo de buen hacer. Son las primeras escaramuzas de una batalla en la que se decide el futuro de esta histórica comarca vitivinícola. Y entonces llegaron los nuevos toros de acreditada casta y poderosa embestida comercial: primero “Amant”, luego “San Román”, finalmente el glorioso “Numanthia”. Vinos de Mariano García, de Marcos Eguren, de Vega Sicilia que espera su hora, de Alejandro Fernández, por libre y a lo grande, de Lurton... Son bodegas que están invirtiendo en Toro, el nuevo Eldorado de la vieja Castilla. Compran viñedo, levantan instalaciones de elaboración, hacen pruebas. Mientras, desde la inexpugnable torre albarrana de su “Gran Colegiata”, Manuel Fariña les contempla y sonríe. No es para menos. Aquí hay una aventura con guión propio, condiciones históricas, sociológicas, culturales y vitivinícolas para convertirse en una Denominación Origen de gran prestigio. Pero, son los hombres los que finalmente hacen la historia y el vino.

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