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Dadaístas y contables

  • Redacción
  • 2014-09-02 12:08:05

¿Cómo expresar los vinos con palabras de la mejor manera? Unos lo intentan con sobriedad de contable, otros con lírica surrealista. Pero una cosa es segura: las descripciones de vinos, sobre todo, dicen mucho de su autor…


En los últimos años, ha habido de todo: cobaya sudorosa, cable eléctrico quemado, algas a la parrilla, pelo grasiento del reborde interior del sombrero, el asiento de cuero gastado de un Triumph Spitfire del 73, cartón putrefacto, pedo de foca, silla de montar por la parte del caballo o naranja aplastada sobre asfalto caliente, por ejemplo… Así es como huelen algunos de los vinillos no tan conseguidos con los que nos hemos topado, si hemos de seguir creyendo lo que escribimos hace mucho tiempo, sin haber consumido droga alguna, en nuestro cuaderno Moleskin. Pero en los casos afortunados, por el contrario, hemos llegado a anotar: brisa de verano con un deje de tierra que, tras acariciar arbustos de lilas, invade la fresca estancia, cilantro hechizado, pedernal bañado por las aguas de una fuente de montaña, pelo recién lavado con tinte de henna, flores de laburno de aroma dulce como la miel, un recuerdo de aceite de baño de coco sobre piel morena o un noble matiz de librería antigua con suelo de caoba recién encerada.

Pues sí, actualmente hay mentes oblicuas y febriles que redactan descripciones de vinos ya próximas a la lírica surrealista, sin duda merecedoras del Premio de Poesía Juan Ramón Jiménez. Los partidarios de este estilo asociativo presuponen que la descripción lineal no hace justicia a los vinos. Quizá sea cierto que un vino blanco se puede imaginar mejor si no está descrito simplemente como fresco, sino como vivaz brisa de una mañana de verano tras un súbito chaparrón…

 

Taninos de compresor de dos etapas
Claro que también está el impulso científico, que inspira a aquellos capaces de monologar durante horas sobre la deformación de las partes blandas de un Merlot o sobre el lamentable intersticio interespecífico de un Riesling, rellenado solo de manera muy superficial. En un concurso poético, uno de los actores incendió al público con una parodia de descripción de vinos, la de un Cabernet proclamaba “taninos de compresor de dos etapas con cigüeñal superpuesto”. Pues no son tan malas las analogías con la jerga del motor, como demostró el columnista de VINUM Andreas Bürgel cuando recientemente ensalzó un vino como “un modelo del Ródano con equipamiento de serie de ensueño.”

Críticos como Robert Parker se han labrado su fama con un vocabulario casi estoicamente repetitivo, estrechamente definido y sobriamente distante. Habrá empleado varios miles de veces conceptos como “derrochadora frutalidad de casis”. A menudo disfruta midiendo con un cronómetro la persistencia de un vino en el paladar: cierto Châteauneuf-du-Pape logró la marca de 45 segundos. Y aún más espartanas resultan las descripciones del legendario autor inglés Michael Broadbent. Incluso catando los mejores vinos del siglo controla perfectamente sus emociones –pues sin duda las tiene– y le horrorizan los superlativos de cualquier clase. El gurú de Burdeos René Gabriel, por el contrario, cultiva un estilo extrovertido. Para describir el Château Pétrus de 1989 o el Château Latour de 1961 necesitó seis mil caracteres -que son nada menos que dos páginas enteras de esta revista- para cada vino. Legendaria es el acta de su colapso de emociones al catar un Château d’Yquem de 1937: “Después del primer trago estuve llorando durante cinco minutos, fueron las lágrimas más felices de mi vida. Tuve que retirarme a un rincón con mi copa para entrar en clausura conmigo mismo…”

Los aromas y sabores de los vinos son tan increíblemente diversos como sus descripciones. Y está bien que sea así. Porque un poco de acrobacia lingüística abstracta no está mal para agudizar cada vez más nuestros sentidos. Pero para demostrarle incontestablemente a un consumidor por qué un vino determinado es mejor que otro, lo que hace falta es sobriedad. Es decir, en lo que respecta a la descripción de vinos, es tan necesaria la obligación como la devoción. Pero también es cierto que, cuanto más florido sea el lenguaje, más se pone en evidencia que las descripciones de vinos revelan más sobre el autor que sobre el vino descrito.

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