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Bebedores empedernidos

  • Redacción
  • 1997-12-01 00:00:00

Tanto hablar de vinos, página a página número a número, para que luego resulte que en realidad los españoles de lo que somos bebedores empedernidos es de agua embotellada. Por si no lo saben, en España se beben al año más botellas de agua mineral que de vino: unos, porque no soportan el agua de traída pública, otros, por razones terapéuticas, y otros, por puro placer. Todos ellos tienen suerte, porque España es uno de los países más ricos en aguas subterráneas y uno de los primeros productores de aguas minerales naturales del mundo.
Claro que si para muchos las etiquetas de los vinos son indescifrables -varietales para ellos desconocidos, términos confusos, procedimientos variopintos- no lo son menos las etiquetas de las aguas embotelladas. ¿Con gas o sin gas? ¿Natural? ¿Mineromedicinal? ¿Mineral? ¿De manantial? ¿Para beber o para bañarse?
Pues veamos. Una vez que las aguas de lluvia, arrastrando a su paso sustancias que contiene la atmósfera, llegan a la tierra, descienden decenas o centenares de metros a través de rocas y tierras calizas o arcillosas, se llevan consigo minerales en cantidades microscópicas... una vez, decimos, que ha hecho este agotador periplo, tiende a salir por algún sitio para que el ciclo eterno de evaporación y precipitación perpetúe la vida en la Tierra.
Esta agua, pura en principio, sale de los manantiales convertida en agua mineral. Y, dependiendo de por dónde se haya filtrado y de las sustancias que haya arrastrado en su camino, así será su contenido final en oligoelementos. Algunas de ellas alcanzan la quintaesencia: son las mineromedicinales, las que han arrancado a las entrañas de la corteza terrestre los elementos precisos que les confieren cualidades físicas, químicas y biológicas adecuadas para tratamientos terapéuticos en determinadas afecciones o carencias, y complementaria de las funciones fisiológicas. Pero, atención, una vez que ha sido envasada, la etiqueta deberá contener la leyenda de “agua mineral natural”.
Mientras que las aguas de consumo público sufren procesos técnicos para asegurar su potabilidad -clorado, filtrado- las minerales naturales no pueden ser sometidas a tratamiento alguno con el fin de preservar sus cualidades. Entre ellas hay una gran variedad. Las hay “aciduladas”, si su contenido en anhídrido carbónico supera los 250 mg/l; “alcalinas”, si sobre el total de iones predominan los de sodio y bicarbonato; “amargas”, si los que predominan son los iones de sulfato, sodio y magnesio; “ferruginosas”, si los iones de hierro sobrepasan los 5 mg/l; “fluoradas”, cuando los fluoruros están en cantidades superiores a los 2 mg/l; y “litínicas” si contienen más de 1 mg/l de litio.
Y todas tienen una virtud: las carbonatadas neutralizan la acidez gástrica e intestinal, las sulfatadas son laxantes o purgantes, las de alto contenido en cloruros estimulan el metabolismo y la actividad secretora, las yodadas previenen el bocio, las fluoradas combaten las caries....
Es decir, toda una medicina fresca y barata salida de las entrañas de la Tierra.

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