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La España vitivinícola del Arcipreste de Hita

  • Redacción
  • 2000-10-01 00:00:00

La economía vitivinícola española del s. XV hubiera tenido, sin duda, un despegue económico mayor con la mano de obra cualificada, una técnica ya consolidada y una nada despreciable experiencia de relaciones comerciales de los judíos. No pudo ser, y solo cabe barruntar, en las briznas literarias en donde quedó su poso, las posibilidades de lo que se fraguaba y nunca llegó a cristalizar. Nada mejor para ello que tomar a nuestro Juan Ruiz que, en su “Libro del buen amor”, nos ha dejado una esclarecedora y significativa muestra de aquella situación, impregnado como estaba en una atmósfera fuertemente mudéjar. “Es el vino muy bueno en su mesma natura / muchas bondades tiene si se toma con mesura”, nos dice. Y en la lucha de Don Carnal con Cuaresma (eje central de todo el libro) nos encontramos con esas dos mentalidades: la que ‘hubiera’ sido y la que fue. Las tropas de Don Carnal están estimuladas por los buenos vinos, que acompañan los excelentes platos: “con la mucha vianda mucho vino bevido”, un vino como eterno acompañante de: “los ánsares cecinas, costados de carneros, piernas de puerco fresco; los jamones enteros.../ muchos bueno faisanes/ muchos quesuelos friscos que dan de las espuelas a los vinos bien tintos./ Venieron muchos gamos e el fuerte javalí.”
Un verdadero y majestuoso desfile de gastronomía nacional el que nos ofrece el Arcipestre, con productos traídos de toda la Península: “De parte de Valencia venían las anguillas; las truchas de Alberche dávanle en las mexillas; de Sant Auder venieran las bermejas langostas; arenques e besugos venieron de Bermeo; sal de Villenchón.” No creo se necesite comentario alguno, hasta se cuida la misma sal que acompaña estas ‘bagatelas’ gastronómicas, y todo ello, evidentemente, no se podría “lidiar sin el buen vino”. Pero, antes de tener que ‘lidiar’ con la buena mesa, el vino necesita de una técnica y un trabajo previos para poder sacar todos sus tesoros a relucir: “Mandava poner viñas para buen vino dar.../ Pisa los buenos vinos el labrador tercero,/ inche todas sus cubas como buen bodeguero”.
Existe, pues, por parte del Arcipestre, una plena conciencia de todos los factores que intervienen en la elaboración de un ‘buen vino’, y de que no sirve cualquiera para llevar a cabo la delicada labor de todo el sistema productivo que implica el vino. Es un bien preciado, además de cotizado, y J. Ruiz nos muestra su alto valor social cuando nos dice: “do an vino de Toro no embían valadí”, una frase que es necesario situar en su contexto social: los vinos de Toro han sido siempre famosos, y en aquella época se tenía al vino de Toro en una gran estima. El Arcipestre, como buen catador de mujeres, que no sólo de vinos, nos relata cómo las mujeres enviaban a sus amantes botellas de vino de Toro, como muestra suprema de su amor; el vino ‘valadí’ es el vino del país, el regalo más preciado que se pueda hacer a un hombre cuando se trata de conquistar sus favores amatorios.
Está el vino en esa encrucijada de caminos, entre la economía, actitudes y mentalidades de una sociedad, que se entretejen aunadamente en el complejo mundo que abarca el vino. Su valor económico era (y ‘pudo ser’) de una importancia esencial como infraestructura dinamizadora que posibilitara la entrada en un nuevo ciclo económico que se estaba gestando; como actitud vital, nada que reseñar ya que el papel del vino, a lo largo de la historia, ha desempeñado un lugar central como expresión del grado de refinamiento cultural que una sociedad ha alcanzado. Y como sustrato global de la mentalidad de una sociedad, que coordina diferentes aspectos de la vida humana, haciendo de ésta una actividad recurrente que proyecta su ‘hacer’ más allá de los sujetos individuales.
Carlos Iglesias

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