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  • Redacción
  • 1998-10-01 00:00:00

Vinos españoles sin
Denominación de Origen
Dentro del panorama vitivinícola español cada vez son más los que piensan que la protección que brindan las DO constituye una traba para el desarrollo de vinos de gran calidad. Por eso proliferan las bodegas fuera de la regulación oficial. Las causas son variadas, aunque generalmente el motivo suele ser el deseo de utilizar variedades foráneas no autorizadas como la Cabernet Sauvignon, y otras de parecido prestigio internacional. Pero también los hay que, aún deseando tener la contraetiqueta de un Consejo Regulador, se encuentran en zonas sin suficiente desarrollo. En cualquier caso, muchos de estos vinos sin amparo tienen suficiente personalidad y mérito calidad como para ser tenidos en cuenta.

Vinos biológicos europeos
Hace 15 ó 20 años, cuando la producción de vinos biológicos aún estaba en mantillas, y tanto en los viñedos como en las bodegas se trabajaba sobre todo con mucho idealismo, el vino de producción biológica controlada parecía tener pocos amigos entre los seguidores de Baco. El vino biológico se despreciaba como algo “alternativo” y, algunos se alegraban de que aquellos ecologistas fanáticos tuvieran que exponer su nariz y su paladar a esos mostos ácidos, de fermentación incompleta, sólo por permanecer fieles a sus principios. Afortunadamente, todo esto pertenece ya al pasado.
De pronto empezó a estar de moda imitar a los hippies y pasar las vacaciones en alguna remota fattoria de la Toscana o en una majada de cabras rehabilitada en el sur de Francia. Los viajeros fotografiaban olivos centenarios, recogían flores de lavanda y, al atardecer, degustaban un vino que procedía de los mismos viñedos por los que habían paseado durante el día, y cuya variada fauna y flora les había cautivado. Al mismo tiempo, los bodegueros biológicos se esforzaron por sustituir la imagen de los brotes de soja y los calcetines tejidos a mano por un hedonismo razonable, y por dejar claro que la producción respetuosa con el medio ambiente no sólo beneficia a la especie humana, sino a toda la complicada red del ecosistema. Cuando llegó al timón una generación de bodegueros que propagaba la gestión responsable de los recursos, fincas famosas como el Domaine Leroy introdujeron la etiqueta biológica en su filosofía empresarial. Algunos bodegueros jóvenes e innovadores han crecido con la etiqueta biológica, como por ejemplo Albet i Noya o Marc Kreydenweiss. Naturalmente, aún hoy siguen existiendo algunos vinos de producción biológica que dejan bastante que desear en cuanto a calidad, pero eso es algo que también ocurre con ciertos vinos de producción tradicional.
En nuestra cata de aproximadamente 500 vinos biológicos europeos hemos encontrado muchos vinos medianos y hemos sufrido más de una decepción, pero también hemos probado algunos vinos extremadamente agradables. Hay que decir que, si hubiéramos realizado una degustación tan variada de vinos de elaboración no biológica, las cosas no habrían sido muy distintas, lo que constituye un pequeño cumplido para los productores ecológicos. Una vez más, sin embargo, se demuestra que la buena voluntad no es suficiente para producir vino de forma natural. También en este caso, los mejores terruños y los mejores bodegueros se hacen con los primeros puestos. La mayor crítica a muchos de los vinos es que las uvas no han alcanzado su madurez óptima, por lo que el vino resulta inmaduro y anguloso. Sin embargo, los grandes progresos registrados desde la última cata de este tipo permiten deducir que la calidad de los vinos producidos biológica o biodinámicamente seguirá aumentando.

Brunello di Montalcino 1993
Después de la mediocre cosecha del 92 le toca el turno al Brunello di Montalcino de 1993, añada a la que el Consejo Regulador ha concedido cuatro estrellas. Aunque no compartimos plenamente el entusiasmo de los representantes del consejo, consideramos que la calidad media es buena, y no podemos sino alabar los enormes progresos de algunas bodegas.

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