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Rey Burdeos, príncipe Terruño

  • Redacción
  • 2005-10-01 00:00:00

Si los conceptos como terruño, tipicidad, elegancia, casta o finura no son meras palabras, entonces la cosecha de 2004 pertenece a las mejores añadas de la historia de Burdeos. Es lo que opina nuestro equipo de catadores formado por Barbara Schroeder y Rolf Bichsel, quienes a continuación nos explican por qué. Los años se suceden, pero no se asemejan. Tras el caluroso año de 2003, que nos trajo vinos de Burdeos absolutamente atípicos con cierto toque sureño, en lo que respecta a la climatología 2004 ha sido tan normal que raya en lo aburrido: ni demasiado calor, ni demasiado sol, ni demasiada lluvia. La floración fue rápida y regular, de modo que una considerable cantidad de uva ha madurado en las cepas. El volumen de cosecha previsto se situaba muy por encima del obtenido el año anterior. La primera parte del verano fue relativamente seca y calurosa (el suroeste, al igual que otras amplias zonas de Francia, aún hoy sigue sufriendo una prolongada sequía), pero en cambio, agosto trajo muchas lluvias. Si bien la sequía provocó un bloqueo de la maduración, agosto volvió a poner en marcha el proceso: el resultado ha sido una maduración pausada que se ha prolongado hasta ya entrado el otoño, gracias a sus temperaturas secas y cálidas. Por lo general, la vendimia se inició a principios de octubre y sólo se ha visto afectada por las lluvias en la segunda mitad del mes. Comparando las analíticas de las uvas tintas antes de la vendimia con los valores medios, se puede comprobar que 2004 es una de las añadas más ricas en taninos y antocianos de toda la historia. También el contenido de azúcar es considerable y, con él, el contenido potencial de alcohol y la acidez total. Aunque los valores de medición expresan muy poco sobre el contenido de los vinos terminados, por otra parte indican que 2004 se cuenta entre los años atlánticos característicos de la región de Burdeos. Ventaja para los grandes terruños Hallamos también estas mismas premisas en los vinos jóvenes, que solemos catar tres semanas después del gran circo de Burdeos, en una degustación organizada en exclusiva para VINUM. Lo cual no sólo nos garantiza la posibilidad de catar en condiciones óptimas y lejos de los influjos de la cocina de rumores y otros intentos de ejercer influencias, sino también, en muchos casos, la ocasión de analizar detenidamente los vinos en una fase de maduración en la que se muestran más armónicos que durante el revuelo oficial del «primeur», a finales de marzo/ principios de abril; no hay que olvidar que la cosecha de 2004 ha entrado en bodega ¡casi un mes después que en 2003! Durante las tres semanas que duró nuestra gira de cata, pudimos examinar alrededor de 600 muestras, logrando así hacernos una idea de conjunto bastante aproximada de esta añada aún joven y sin terminar, sin olvidar que aún pasará más de un año en la barrica y no será embotellada hasta el verano de 2006. Y la impresión de conjunto es excelente. Si aún siguen contando valores como tipicidad, carácter, elegancia y casta, el año 2004 se cuenta entre los muy grandes de Burdeos; al menos en los mejores terruños. Porque para vendimiar una buena cosecha de 2004 han sido necesarias tres premisas: la capacidad del suelo para hacer frente tanto a la sequía como a la maduración pausada y, por lo tanto, más sucinta; un trabajo intenso en el viñedo, esforzado pero bien calculado, para dominar la cantidad y la vacilante maduración; y una vinificación llevada a cabo con el tacto más exquisito, para lograr vinos equilibrados. Por ello, declaramos la añada de 2004 una de las mejores de la historia de Burdeos en los grandes terruños y grandes fincas, aunque no necesariamente en toda la región bordelesa. En este sentido, y también en lo que respecta a su estilo, el 2004 se mueve en la línea de las añadas de 2002 ó 1996, o bien, por proponer una comparación distinta, representa una mezcla entre las cosechas de 1999 (con su frutalidad y frescor, pero con mucha más concentración) y la de 2000 (tan redondo y con casta, sin alcanzar del todo su plenitud). Tipicidad y terruño Lo que más nos ha fascinado de esta añada, además de su frescor, su mineralidad y elegancia, y además de la tipicidad de Burdeos, una tipicidad propia de esta región situada en el suroeste de Francia y no en el Languedoc ni en La Mancha ni en Napa Valley, esta región que se ha labrado su fama basándose en que sus vinos son más equilibrados, más llenos de matices y más complejos que en otros lugares, lo que más nos ha fascinado, decimos, es el hecho de que los grandes vinos de este año se parecen sobre todo a sí mismos, y en la copa se vuelve a encontrar el tan elogiado terruño. El Latour sabe a Latour y el Mouton sabe a Mouton, el Pontet Canet tiene los característicos taninos de Pauillac y el Giscours, ese fresco final de frambuesa que siempre ha sido su sello personal. Esta fidelidad al terruño con seguridad no fue una opción voluntaria en todos los casos. Este año, sencillamente, no permite otra cosa. Los vinicultores que no se han atenido a este modelo y han intentado concentrar en la bodega o quizá extraer con exceso, han tenido que sufrir el castigo de ver cómo se densifican también los defectos, por ejemplo los taninos inmaduros de las pepitas; en este caso, se habrán producido vinos amargos, ásperos o secos: un problema que en 2004 se encuentra en muchos vinos procedentes de zonas menos favorecidas de Burdeos. Mal hecho, porque el grueso del trabajo, como siempre, no convenía hacerlo en la bodega sino en el viñedo, pues los mayores progresos de los últimos años se han logrado en este aspecto. Ahora se aplican mejor métodos mejores, como trabajar de modo más ecológico y mecánico con la cepa, plantar de hierba o verde las hileras de vides, podar la vegetación con precisión, limitar la cosecha ya desde el brote, vendimiar en fecha adecuada para cada parcela, o vendimiar calculando bien en varias pasadas sucesivas. Cada año, Burdeos estrena una pequeña técnica nueva, que siempre se mediatiza con ahínco. Tras la reducción del tamaño de los tanques de fermentación para facilitar la vinificación por parcelas, naturalmente con regulación de temperatura controlada por ordenador; tras las cajitas de vendimia y la mesa de selección, en la que las uvas ya no son transportadas, sino agitadas, este año la novedad ha sido la «macération préfermentaire à froid», que permite desprender aromas y color en una fase de maceración de entre uno y tres días, anterior a la fermentación y a temperaturas relativamente bajas, sin lixiviar excesivamente los taninos (especialmente los amargos), como efectivamente puede ocurrir con la maceración «postfermentaria” (terminada la fermentación) a temperaturas de fermentación demasiado altas, o también debido a un trasiego demasiado diligente. Podremos suscribir el resultado de estos esfuerzos dentro de algunos meses, y disfrutarlo dentro de unos diez años: una espléndida paleta de Grands Crus de Burdeos, hermosos, nobles y verdaderamente grandes, que todavía deberían salir al mercado a precios relativamente razonables. Pero de esto hablaremos luego. Médoc: casta y nobleza Comencemos nuestro periplo en la orilla izquierda del Garona. Aquí, el Cabernet Sauvignon es el rey, y este año lo demuestra con especial claridad. En las fincas vinícolas que habitualmente tienen una parte de Merlot más elevada, domina incluso al Mischatz. Lo cual no quiere decir que el Merlot no haya salido excelente también, quizá no tan carnoso como en otros años, pero, a cambio, jugoso y fresco. Los terruños de Margaux, que suelen madurar un poco antes, este año posiblemente hayan tenido más ventaja: de hecho, los Crus Classés de esta Denominación han resultado más homogéneos y mejores que de costumbre. Saint-Julien, Pauillac y Saint-Estèphe les siguen a muy poca distancia, y también están más que logrados los vinos de los cinco Classés del Haut-Médoc. En Pauillac se impone la comparación con el año 2002, que allí salió especialmente bueno. Pensamos que, en conjunto, el Pauillac de 2002, vigoroso y lleno de carácter, supera un poco incluso al más elegante y frutal de 2004; pero no sabremos si esto es cierto hasta dentro de unos años. En lo que respecta a los Crus Bourgeois, las diferencias son notables, hecho que no es sorprendente. También aquí los mejores terruños han producido los mejores vinos. Se apostará por los clásicos como Phélan Ségur y de Pez. Pessac-Léognan: excelente, pero... Satisfactorio: los vinos del extrarradio de la ciudad de Burdeos, en general, han salido muy buenos, tanto los tintos como los blancos. Lamentable la impresión de que no todas las fincas han logrado aprovechar realmente al máximo sus posibilidades. También es discrepante la impresión que han dejado los vinos blancos secos. Los mejores son sobresalientes y de una clase poco habitual. Pero en conjunto, y considerando las más que buenas condiciones previas para vinificar grandes blancos secos, nos han decepcionado. De alguna manera, no conseguimos librarnos de la sensación de que en Burdeos se manejan mejor los vinos blancos secos extremadamente maduros y bajos en acidez al estilo de 2003, que los de marcado ácido como son los de 2004... Pero como ya hemos dicho, esto no es válido para el nivel superior, al que también pertenecen los dos vinos de Clarence-Dillon, Haut-Brion blanc y Laville, que realmente están solos en la cumbre. Por cierto que el (joven) equipo, que también hace los vinos de Latour Haut-Brion y la Mission, merece una mención especial, pues los de 2004 allí son de una calidad tan extraordinaria y una tipicidad tan marcada que, sencillamente, merecen la enhorabuena. Por ello, la finca del año en Burdeos es Haut-Brion. Saint-Émilion: clase y finura Si es que aún no se ha hundido por su propio peso la moda fantasma de los vinos de garaje, es decir, esos vinos de terruños mediocres, vinificados en ediciones pequeñas con mucha técnica y lujosamente elaborados, que salían al mercado con precios de fantasía, definitivamente les dará el golpe de gracia esta última añada. Porque esta cosecha no ha permitido ni el más mínimo bricolaje en la bodega. Los suelos buenos y los menos buenos posiblemente trasluzcan con más claridad en la orilla derecha del Dordoña que en la orilla izquierda, y podemos celebrar el regreso del gran Saint-Émilion, un vino elegante, mineral, refinado y equilibrado, con sus taninos firmes pero no por ello menos suaves. Los Premier Cru de la meseta calcárea, como Canon, Belair o Beauséjour-Bécot son pura seducción. Ausone celebra una elegante discreción; Figeac, frutalidad inconfundible; Angélus, mucho carácter, seco. Recomendables e imprescindibles son también los mejores Crus Classés, como l’Arrosée o como nuestros favoritos, La Serre y Cadet Piola. Pomerol y Fronsac: como niños problemáticos No es cuestión de alegrarse del mal ajeno y, aquí, lo que más nos habría gustado habría sido informar sobre un excelente resultado de los hijos de la Merlot en Pomerol y Fronsac. Lamentamos vernos en la obligación de confesar que allí el 2004 «sólo» ha resultado bueno. La sequía del verano obviamente ha afectado a las cepas de Pomerol especialmente, mucho más que a las de la meseta calcárea de Saint-Émilion. A muchos vinos de Pomerol les falta alcanzar la maduración óptima. Pero a pesar de todo, por su casta y nobleza merece la pena comprar algunos vinos muy buenos de los suelos de grava en el corazón de esta Denominación. Se recomienda elegirlos con especial esmero, pues al fin y al cabo, precisamente en esta región donde se esperan descensos de precio de entre un 20 y un 30 por ciento, esta añada debería presentar una excelente relación calidad-precio. También los Fronsac tienden un poco al estilo rústico y a los taninos duros, cosa normal teniendo en cuenta que en esta añada los terruños de maduración más tardía han estado más bien en desventaja. Pero de esta región también se puede decir que los mejores vinos desde luego merecen atención. Sauternes/Barsac: vivacidad y nobleza Mientras que deploramos informar sobre el malparado Pomerol, no sabemos si alegrarnos o no por los lucidísimos vinos dulces de Sauternes y Barsac. Año tras año son excelentes, y las fincas clasificadas embotellan vinos del máximo nivel, pero por increíble que parezca, casi nadie quiere comprarlas, a pesar del descenso de los precios. Al igual que el 2002, el año 2004 no se cuenta entre los grandes años de botritis, en los que la podredumbre noble es la responsable de la concentración natural de los azúcares, sino entre los años del frescor, de la frutalidad, de los ácidos presentes. Los vinos base de las primeras pasadas de la vendimia escalonada, en general, parecen superiores a los de las últimas «tries», tanto en lo que respecta a la complejidad de los aromas, como en cuanto a la textura y plenitud. El resultado son unos vinos dulces enormemente vivaces, alegres y frescos, que se podrán saborear con deleite dentro de seis a diez años, aunque pueden madurar durante mucho más tiempo. Si no nos engaña nuestra impresión, los vinos de 2004 poseen aún más concentración que los de 2002, con un estilo frutal similar, aunque sin llegar a alcanzar la supremacía de las añadas de 2001 y 1999. El año del consumidor Queda pendiente la cuestión de si será una elección sabia el comprar vino de esta añada. Si la calidad fuera el único criterio, nos decantaríamos por un sí sin reservas. Pero Burdeos, y especialmente el mercado del «primeur», es muy particular y sigue sus propias reglas. Precisemos: 1. El mercado de los grandes vinos está ampliamente desecado, las existencias de grandes vinos, no sólo de Burdeos, son considerables y los precios se tambalean por fin. Tampoco el 2004 hará cambiar este hecho. Ni el comercio ni los periodistas tienen ganas de dar argumentos a los propietarios de los châteaux para mantener el alto nivel de precios y, en última instancia, ni siquiera los propietarios lo desean. Por ello, para poder corregir los precios a la baja sin perder la cara, el 2004 sencillamente no debe ser demasiado bueno. A pesar de todo, debemos confesar que la añada de 2004 es en verdad espléndida, sencillamente porque nuestra función no es hacer política, sino informar según nos dicta la conciencia, por el bien de nuestros lectores. Y también porque sabemos a ciencia cierta que esta cosecha no se presta a la especulación: quien no baje los precios será automáticamente sancionado por el mercado, porque los almacenes están llenos a rebosar y, hoy por hoy, los grandes vinos en general, y los de Burdeos en particular, no son raros tesoros. Los primeros vinos en salir al mercado lo han hecho con descuentos de entre un cinco y un cincuenta por ciento. Este margen está justificado, pues toma en consideración los muy distintos niveles de precio existentes y el hecho de que no todas las fincas se hayan beneficiado de la subida, a veces enorme, de los últimos años. No olvidemos que un Cru Bourgeois superior que sale al mercado en primeur por, digamos, ocho a diez euros, es decir, que le cuesta al consumidor menos de 15 euros, se sitúa en el límite de la rentabilidad, pues los costes de producción de un gran vino de Burdeos son considerables. Una reducción de unos pocos céntimos ya supone un esfuerzo. Por el contrario, los que se venden a precios de 30 euros o más, tienen un margen de maniobra claramente más amplio. 2. Ocurra lo que ocurra en el mercado mundial del vino, el 2004 no tiene condiciones para ser un año de especulación. La fama de su predecesor, el 2003, ya estaba prefijada antes de la vendimia: sol igual a calidad, ése era el lema que popularizaban con ahínco los medios de comunicación. Y guardando un generoso silencio acerca del hecho de que el 2003 en Burdeos fue un año de medio a bueno, totalmente atípico en cuanto a la calidad, cuyo verdadero mérito reside en recordar la tristemente célebre ola de calor de aquel verano. De modo similar, la añada de 2004 se valora como climáticamente moderada. Ni los votos de los profesionales del vino podrán cambiarlo. 3. El volumen de cosecha en todas las zonas se ha mantenido dentro de la media calculada a largo plazo, tras cuatro cosechas sucesivas más bien reducidas. Con ello, están disponibles cantidades mayores de «Grand Vin» y, por esta razón, no es probable que las existencias de 2004 escaseen. Por todo ello, 2004 es el año de los consumidores, especialmente de los aficionados a los vinos de terruño clásicos. En la mayoría de las grandes regiones vinícolas esta añada se puede contar entre las mejores de Grand Cru de la historia. Los consumidores comprarán lo que les guste y se ofrezca a un precio razonable, pues la oferta es tan amplia que se pueden encontrar grandes vinos en todos los niveles de precio. Quien no quiera comprar en primeur, dentro de dos años encontrará suficiente variedad sin tener que pagar mucho más. Pero el atractivo de la suscripción reside, precisamente, en seleccionar a tiempo de entre una amplia oferta, para tener la certeza de estar comprando los vinos favoritos bajo las mejores condiciones posibles.

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