- Antonio Candelas, Foto: eduard / AdobeStock
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- 2025-07-13 00:00:00
Las vacaciones están a la vuelta de la esquina y en MiVino queremos colarnos en vuestros equipajes para llenarlos de buen vino. No vamos a meter la ropa por vosotros, ni a recordaros que echéis el libro, la crema solar o el cargador del móvil, pero sí os proponemos algo mucho mejor: una selección de vinos que harán de vuestro verano una experiencia aún más memorable.
E l verano es una promesa cumplida de luz, de sobremesas infinitas, de cuerpos salados que buscan la sombra tras un día de sol. Es el tiempo en que el vino cambia de piel, se vuelve más ligero, más fresco, más vivo. Deliciosas excusas para detenerse, para alargar un instante, para saborear lo que de otro modo pasaría desapercibido en otro momento del año.
En esos primeros atardeceres que huelen a brisa marina, cuando el cuerpo aún conserva el rumor del mar, nada acompaña mejor que un blanco atlántico, por ejemplo. Vinos que chispean en boca. Son vinos tensos, con acidez brillante, sutiles toques cítricos y ese deje salino que recuerda al primer bocado de una ostra o a las rocas mojadas al pie del acantilado. Son pura vivacidad y ligereza, perfectos para abrir una mesa o simplemente para dejarse llevar.
A medida que el sol avanza y el verano se instala con más intensidad, llegan los días de comidas largas bajo una parra con el canto de las chicharras como banda sonora. Aquí, brillan los blancos mediterráneos, más redondos, más soleados, con aromas que van del hinojo al melocotón maduro. Garnachas blancas, xarel·los, malvasías y tantas otras que conservan la frescura sin renunciar al cuerpo, al volumen, al gesto amable. Son vinos que huelen a campo, a flor silvestre, y que encuentran su sitio entre platos de pescado a la brasa, arroces o simplemente una ensalada bien aliñada. Si queréis probar con un rosado y no los encontráis en esta selección, no os alarméis, podéis recuperar la cata del número 305 de MiVino en el que encontraréis una gran variedad de opciones de esta categoría de vinos.
Cuando cae la noche y la temperatura se vuelve más indulgente, también los tintos encuentran su lugar. Lejos de los vinos robustos del invierno, los tintos jóvenes o con crianzas cortas y moderadas se revelan como aliados inesperados. Vinos honestos, directos, con una fruta roja jugosa que se bebe casi sin pensar. Servidos ligeramente frescos, son el contrapunto perfecto a una cena informal, unas tapas, una charla que se alarga sin plan previo.
Y si el verano tiene también su lado más intenso –esas noches en que el calor no se rinde y la luna parece más cerca–, entonces es momento de adentrarse en los tintos de expresión mediterránea. Esos que hablan de suelo, de sol, de hierbas de monte bajo. Vinos con carácter, sí, pero también con la suficiente elegancia como para acompañar con su impecable y evocador discurso aromático. Son el acompañante ideal cuando la mesa se llena de carnes, de platos especiados, de historias que ya nadie quiere cortar.
En esa misma línea emocional, casi sensorial, aparece la magia de los finos y las manzanillas. Si el verano tuviera un sabor puro, quizá sería este: seco, punzante, lleno de matices que recuerdan al mar, a la tiza, al pan recién hecho. Beber una manzanilla bien fría es como besar al sur en los labios. Y no hacen falta más que unas almendras, unas anchoas o un buen queso para completar el cuadro.
Y entonces están ellos, los espumosos, siempre dispuestos a celebrar incluso lo cotidiano. Un espumoso elegante, un ancestral con alma o un pet-nat juguetón sirven tanto para un aperitivo en la terraza como para una comida bajo la sombra. Su frescura y su burbuja no solo limpian el paladar: elevan el ánimo. Son vinos que animan el gesto y tienen la maravillosa virtud de aligerar la vida.
Este verano, más que nunca, os proponemos que elijáis vinos que hablen el idioma de la estación. Que sepan a mar, a fruta, a campo. Vinos que acompañen y que refresquen. Porque hay muchas formas de sentir el verano, pero pocas tan placenteras como hacerlo con una buena copa en la mano.