- Antonio Candelas, Foto: Lady O / AdobeStock
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- 2025-06-06 00:00:00
Somos puntuales a nuestra cita con el rosado. Aunque nos gusta descubrir elaboraciones nuevas, curiosas, atrevidas, también nos encanta observar cómo evolucionan grandes clásicos rosados, cómo se adaptan a las añadas, a los gustos y cómo se va aplicando el conocimiento y la creatividad a esta maravillosa manera de colorear nuestros momentos más amables.
Hay un color que en MiVino nos hace especialmente felices. Podéis intuir de cuál estamos hablando. Es el rosa, claro. Pero lo que nos fascina realmente, más que el color, es el vino rosado, ese que ha dejado de ser una moda pasajera para convertirse en un imprescindible, en una forma de sentir el vino que no entiende de prejuicios, calendarios ni etiquetas. Porque si algo ha demostrado el rosado en España es que puede ser sutil o potente, chispeante o serio, travieso o solemne. ¿Alguien se atreve a dar más?
Del casi blanco al casi tinto, los rosados abarcan una paleta de colores tan amplia como los paisajes vitícolas que los generan. Y es precisamente esa amplitud –de tonos, de aromas, de estilos– la que ha convertido al rosado en una de las elaboraciones más ricas y versátiles de nuestra escena enológica. Hoy, ya no es aquel vino secundario que salía de un sangrado previsto para reforzar un tinto. Hoy es protagonista, con nombre propio y apellidos de parcela, de bodega, de pueblo.
En este camino hacia la reivindicación hay territorios que no necesitan presentación: Navarra, Cigales, Utiel-Requena… son nombres que suenan a tradición, a viñas viejas, a garnachas golosas o a claretes con alma. En Navarra, por ejemplo, el rosado es más que un vino: es parte del paisaje emocional, el brindis en las fiestas, el compañero fiel de las verduras de temporada. En Cigales, el clarete es patrimonio social, la memoria líquida de un modo de entender la vida, mientras que la Bobal en Utiel-Requena es capaz de demostrar al mundo que poseen uno de los rosados más frescos y reconfortantes que se elaboran en nuestro país.
Pero sería injusto pensar que el rosado solo vive de lo antiguo. Porque mientras algunos lo cuidan como se cuida un valioso tesoro, otros lo empujan al futuro con innovación y descaro. Hoy encontramos rosados de sangrado, de prensado directo, de mezcla tradicional de tintas y blancas, de variedades inesperadas y hasta de crianzas prolongadas. Hay rosados de trago largo para beber junto al mar y otros para servir en copas de delicado cristal y dejar que el tiempo hable. Hay incluso rosados de guarda, de finca, de parcela. Sí, rosados serios, si se me permite este calificativo.
La verdadera magia del rosado es la capacidad que tiene de adaptarse a nosotros. Nos hace sentir cómodos, incluso si no somos expertos. Su facilidad para evocar aromas familiares
–esa fresa, esa flor, ese recuerdo de chuchería feliz– crea un vínculo inmediato. Y encima se lleva bien con casi todo lo que pasa por la mesa. ¿Verduras difíciles? Que venga un rosado. ¿Barbacoa improvisada? Rosado. ¿Cena romántica en invierno? Rosado, por supuesto.
Lo que antes era un vino estacional, hoy es vocacional. Hay un rosado para cada momento, para cada persona, para cada antojo. Así que sí, puede que este mes de junio a caballo entre la primavera y el verano nos dejemos seducir por sus tonos juguetones y su frescura traviesa. Pero que no nos engañen las flores y el buen tiempo: el rosado ha venido para quedarse. Está en el botellero, en las cartas de los grandes restaurantes, en las bodegas más innovadoras y también en las más tradicionales. Y lo mejor es que nunca deja de reinventarse.
Tener un rosado a mano es algo así como tener un as bajo la manga. Es difícil no acertar sea el momento que sea. Por eso os dejamos una nutrida selección de rosados para que hagáis acopio para los próximos meses. Porque si hay un vino que nos predispone a la sonrisa y al esparcimiento, sea primavera, verano, otoño o invierno, ese es, sin duda, nuestro querido rosado.